En el peronismo
algunos creen ver una luz en Roma, similar
a la de Perón desde Madrid. Cartas,
silencios y el sueño
del Walesa argentino.
Por Roberto García |
El Papa “va a venir cuando se le canten las pelotas”. Este rotundo
anuncio, casi sanmartiniano (“cruzaremos los Andes aunque sea en pelotas”, dijo
el Libertador), aparece en pintadas de la provincia de Buenos Aires que no
responden a organizaciones aledañas de la Iglesia, vinculadas a la catequesis,
la oración, procesiones o culto al Señor.
Al contrario, debajo de la
inscripción callejera, como firma, aparece un símbolo político, de recurrente
aparición hace más de setenta años como ícono de la resistencia: una P
mayúscula dentro de la cavidad de una V corta, como si la letra fecundara a una
flor, atrevida explicación botánica a falta de autor. El sello, como se
sabe, significa “Perón vuelve” y ha servido como justificativo de acciones,
divulgación y sectas partidarias de todo tipo.
Sarcófagos. Esta nueva rentrée facial en el ámbito bonaerense supone otro
acontecimiento: núcleos que no ven destino peronista en 2019 y están apartados
de la polarizada grieta partidaria –que representan Cristina por un lado, Pichetto y
los gobernadores por el otro– persiguen una luz en el Vaticano que, en el siglo
pasado, buscaban otros adeptos en Puerta de Hierro. Salir del sarcófago
volviendo al sarcófago, típico del mortuorio ritual peronista. Además, esa
repetida búsqueda de un tercer peronismo, extensible a otros sectores de la
sociedad, pretende que desde Roma se habilite a un Lech Walesa
argentino, como hizo Juan Pablo II con el sindicalista polaco para desmontar la
administración comunista de entonces. Si uno traslada el fenómeno al Río de
la Plata, deberá apuntar a una figura diferente en lo social a Macri, opuesta,
ya que el Presidente es considerado un liberal por la cúpula eclesiástica, un
enemigo, partícipe de una ideología más peligrosa que el comunismo.
Nadie sabe si habrá cartas como antes desde Puerta de Hierro,
grabaciones u otro tipo de mensajería, ni si el presunto emisor romano cobija
esta interesada pretensión que ahora se estampa en las paredes de algunos
municipios. En el pasado, había viajeros que volvían de Madrid con la voz del
General, aunque había un preferido dilecto como disimulado mensajero de
Marathon para las operaciones principales: el correveidile secreto era un
comandante de Aerolíneas, hombre de Jorge Antonio, casi con inmunidad
diplomática. Hoy son muchos los espontáneos y preferidos que visitan al Papa,
más intendentes y gobernadores que interpretan sus silencios y gestos,
coincidencia en advertir cierta animosidad con Macri (que hasta el mismo
Presidente reconoce).
Exilio. Con esa certeza, algunos consideran que Bergoglio puede replicar al Perón
del exilio, determinar mandos, sosegar ambiciones, facilitar la unidad en un
movimiento y hasta ganar las elecciones de 2019. Curioso sino le otorgan a un
partido que en el 45 empezó cediéndole lo que se les ocurriera a los curas para
terminar diez años más tarde quemando cruces e iglesias. Ni hablar del Sumo Pontífice, que conoció ese proceso
contradictorio y, sin embargo, mantuvo su debilidad peronista.
También hoy, como si nada hubiera pasado en setenta años, los devotos de
un tercer peronismo recuperan el signo gráfico del “Perón vuelve para intentar
regresar al poder, más allá de si es blasfemia que Bergoglio suplante a Perón”. Cualquiera
diría que la larga historia católica ofrece vejaciones más atroces. Asoman
entonces otros actores, más noveles. Por ejemplo, personajes como Julián
Domínguez, un postergado por Cristina, el gobernador Urtubey, quien fue de
favorito a sospechoso para la misma mujer, y Juan Grabois, alguien que dice no ser portavoz del
Papa, pero suele hablar como si fuera el Papa. Todos elegibles a
la conveniencia del Vaticano por razones diferentes y con un lugar en el
corazón del jefe católico. Así lo confiesa un entendido en esas convenciones,
el sacerdote Sánchez Sorondo, meritorio para promover este tipo de formaciones.
Son, en la medida en que crezcan, ese tercer peronismo diferenciado de los que
pernoctan en la desgastada línea Cristina o su sucesor imprevisto, el
desbigotado Rossi. Por ahora, esa fracción carece de perspectiva presidencial,
si hasta imaginan ensayos tipo Adolfo Rodríguez Saá –como lo
acaba de manifestar Amado Boudou–, un veterano de dispar relación con la viuda
de Kirchner. En pos de la concordia y la amplitud, debe recordarse que el ex
vice nunca habló por su cuenta.
Sea por las pintadas en la Provincia –no olvidar que el ganador de esa
interna partidaria luego triunfa en la general–, por las inesperadas
expresiones de Boudou u otros desplazamientos, lo cierto es que la campaña 2019
parece adelantarse: quienes la sospechaban ardiendo después del Mundial de
Fútbol han recalculado el diagnóstico, como el Gobierno la inflación. Hasta lo
confiesa el propio Rodríguez Saá, quien modifica su agenda para el año: se le
vino el almanaque encima, no solo por la campaña. Azorados por los
acontecimientos aparecen gobernadores y otros peronistas que, desligados de
Cristina, confiaban en disponer de seis u ocho meses para negociar con Macri sin
complicarse en la campaña posterior. No pudo ser: si hasta el más proclive, el
ingeniero Schiaretti, quien se suponía capaz para acompañar a Macri en la
fórmula de 2019, debe ajustar planes. Ocurre que su amigo De la Sota también
decidió competir como candidato eterno, y lo obliga a modificar sus deseos de
asociación, siempre que fuera cierto que el Presidente pensara convocar a un
ajeno al Pro para acompañarlo los cuatro años siguientes a 2019.
Apuros. Hasta se apresura el oficialismo: debe corregir encuestas poco
favorables, y el propio Macri ha empezado a darse una mano de pintura por
adelantado al explicar lo que pretende su gobierno y publicitar logros que a su
juicio empieza a obtener en la gestión, tarea que repite a pie juntillas su
terceto (Peña, Vidal, Rodríguez Larreta). Aunque lo inunda una duda
persistente, reiterada: ir de vuelta con sus propios colores y confrontar al
peronismo o adquirir una licencia pasajera para asociarse con una línea
interna. No lo hizo con Massa, de lo que está orgulloso, tampoco
congenia con los gobernadores del último acuerdo y menos podrá cerrar contrato
con una tercera división del peronismo, si toma cuerpo, bendecida por un Papa
que siempre le envía señales adversas. Como decía Néstor Kirchner, Macri
puede invocar que es “el jefe de la oposición”. Al menos así se entiende su último respaldo manuscrito
a Hebe de Bonafini, justo cuando la Justicia tuvo la ocurrencia de exigirle un
discreto arqueo sobre actividades comerciales. Solidaridad que
expresa una grandeza de espíritu del Pontífice con alguien que más de una vez
lo agravió. Y un gesto a favor de ciertos grupos que no se suman a la
renovación de abyectas acusaciones pendientes sobre su vida durante el gobierno
militar.
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