INDEC: "Como otras herramientas del Estado, dejó de ser
una fuente enteramente confiable"
Por Sergio Sinay (*)
“Saquen del medio”. Con esa frase futbolera que se suele usar para burlarse del equipo o de la hinchada contraria, Javier Milei celebraba el lunes 31 de marzo la noticia de que, según la Encuesta Permanente de Hogares del Indec (EPH), el índice de pobreza cerró 2024 en 38,1%, frente al 41,7% en que lo había dejado Alberto Fernández. Hace años que, como otras herramientas del Estado, el Indec dejó de ser una fuente enteramente confiable. En algunos casos porque se la manipula políticamente y en otros por el uso de métodos obsoletos o inadecuados.
El Indec mide cuántas personas viven en hogares cuyos ingresos no cubren las necesidades de una familia tipo. Pero no registra cómo, en qué condiciones, viven esas personas. De qué manera se ha deteriorado su modo de vida, su acceso a la salud, a cloacas, alimentos, agua potable, educación. Cómo fueron desmejorando las condiciones de su hogar por imposibilidad de hacer arreglos. Muestra una foto, una imagen fija, pero ignora la película, la historia detrás de la foto.
Esa historia tiene un nombre. Se llama pobreza multidimensional. Y también se mide. De acuerdo con un estudio del Observatorio de la Deuda Social de la UCA (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA), acaso el organismo más avezado, consecuente y comprometido en todo lo vinculado al tema, esa pobreza pasó del 39,8% en 2023 al 41,6% en 2024. En ese lapso el gobierno se ufanaba del equilibrio fiscal logrado a costa de los jubilados y de recortes salvajes en cuestiones de salud, educación, obras públicas y otras cuestiones sensibles, recortes que jamás afectaron a las verdaderas fuentes de la dramática y creciente desigualdad que se vive en el país. Si se toman estos parámetros, quizás sea el gobierno de Milei el que deba sacar del medio.
Lo cierto es que no se puede ni se debe reducir a números y estadísticas las condiciones de vida de las personas, y su dignidad. Porque el 39,8% festejado por el hincha Milei y su barra significa que 17,9 millones de habitantes del país son pobres según las cifras oficiales. Y varios cientos de miles más si se presta atención a la pobreza multidimensional. Son personas con carencias imperdonables en pleno siglo XXI, cuando tanto se cacarea sobre el progreso de tecnologías que nada aportan a la solución de este problema y se prenden velas a las criptomonedas para simular inversiones que no vienen por otros lados. Hay que carecer de empatía y compasión hasta casi rozar la alexitimia (patología que se define por la incapacidad para sentir, registrar o reconocer emociones) para alegrarse porque “sólo” casi dieciocho millones de personas, seres reales, de carne y hueso, son pobres de toda pobreza en un país de 44 millones de habitantes. ¿De qué libertad disfruta, carajo, quien se ve privado de lo elemental para una vida digna? ¿Será que esas personas son motivo de celebración porque, después de todo, no entran en la categoría de “argentinos de bien”?
Raj Patel, economista y ensayista inglés, señala en su libro titulado Cuando nada vale nada refiriéndose al neoliberalismo: “El mismo sistema que prometía progreso, prosperidad y mejoras para los más pobres es el que trajo todo lo contrario. El aumento radical de la brecha de la desigualdad, la disminución de la felicidad y la obstinada persistencia de enfermedades y padecimientos”. Patel trabajó para el Banco Mundial, el FMI y la Organización Mundial de Comercio. Difícilmente se lo pueda tildar de “comunista” (epíteto que, con ignorancia, el libertarismo dispara con gatillo libre). En un país en el que las calles son crecientes dormitorios de pobres e indigentes, hay datos que solo pueden tomarse como un gol en contra. Algo que no se festeja.
(*) Escritor y periodista
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