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Por James Neilson (*) |
Javier Milei no se destaca por su humildad. Antes bien, deja saber que se cree convocado por el Todopoderoso a salvar no sólo a su propio país sino también al resto del planeta de la decadencia que ve en todos lados y que atribuye al abandono de los principios severos que reivindica. Dice que, con el respaldo de una hueste de fuerzas celestiales, transformará la Argentina en una auténtica potencia económica cuyo resurgimiento milagroso impresione tanto a los demás líderes mundiales que virtualmente todos se convertirán en libertarios.
En otra época, tales pretensiones lo hubieran hecho blanco de burlas crueles, pero hay tanta confusión en el mundo actual que lo han ayudado a erigirse en un influencer internacional con admiradores en los cinco continentes. La sensación de que las recetas sociopolíticas y económicas que hasta ayer se consideraban normales han fracasado ha abierto las puertas para vendedores de recetas supuestamente diferentes de las ya ensayadas. De estos, el más exitoso ha sido el norteamericano Donald Trump que, pletórico de confianza en sí mismo, acaba de asestar un golpe fortísimo al sistema comercial mundial.
Puede que las ambiciones geopolíticas e intelectuales de Milei sean fantasiosas, pero gracias a ellas -o a pesar de ellas- por más de un año logró dominar el escenario político local hasta que, para regocijo de los muchos que por razones diversas no lo quieren, comenzó a cometer un error juvenil tras otro. Lo traicionó lo que los filósofos y dramaturgos griegos antiguos llamaban hubris, la negativa a reconocer que haya límites a los que a ningún mortal le convendría sobrepasar, que es tan característica de los predicadores de novedades redentoras.
Rodeado como está por personas que aplauden sus ocurrencias como hacían las focas kirchneristas con Cristina, Milei se dejó convencer que le sería fácil remodelar el orden político nacional para instalar La Libertad Avanza como un movimiento hegemónico, con el PRO como un satélite dócil y los peronistas, sean kirchneristas o no, y los izquierdistas, cumpliendo el papel de una revoltosa minoría que le serviría de espantapájaros. No extraña que a los condenados a verse sometidos o marginados no les guste el esquema que los miembros del “Triángulo de Hierro” tienen en mente. Tampoco les gusta el que Javier haya delegado en Karina la responsabilidad de rediseñar las organizaciones políticas nacionales.
Sea como fuere, por un rato largo Milei se vio beneficiado por la guerra verbal que libraba contra los integrantes de “la casta” que, desconcertados por la llegada al poder de un personaje que los trataba como parásitos bestiales, no sabían cómo reaccionar, pero parecería que aquellos días han terminado. Es que, sin preocuparse por lo que podrían hacer con ellas, el profeta libertario se encargó de suministrar a sus enemigos municiones en abundancia.
Así, para sorpresa de nadie, no sólo los senadores peronistas sino también algunos de PRO y la UCR repudiaron de manera ostentosa al aún poderoso juez federal Ariel Lijo, que a buen seguro querrá vengarse de quienes le impidieron tomar un lugar en la aún esquelética Corte Suprema, y humillaron al hasta hace poco respetado académico Manuel García-Mansilla. Lijo fue perjudicado por su reputación profesional y personal nada envidiable, García-Mansilla por haber jurado ante una audiencia que nunca se le ocurriría ser miembro del máximo tribunal por decreto. De no haber sido por dichas palabras, podría haber merecido la aprobación de la mayoría ya que, a diferencia de su compañero en desgracia, no enfrentaba acusaciones graves que lo hubieran descalificado.
¿Por qué insistió tanto Milei en impulsar la candidatura de Lijo? Parecería que, luego de dejarse persuadir por el juez Ricardo Lorenzetti de que era el hombre indicado para un puesto que quedaba vacante, pensó que cambiar de opinión lo perjudicaría al hacer creer que es demasiado débil como para mantenerse en sus trece frente a Mauricio Macri, varios colegios de abogados, un sector bastante influyente del periodismo y muchísimos más que se oponían con virulencia a la nominación de una persona de trayectoria tan polémica. Puesto que a ojos de Milei la intransigencia es una gran virtud, supone que nunca debería ceder ante presiones de cualquier tipo aun cuando se trate de un asunto que, desde su punto de vista, podría considerarse secundario.
A partir de las elecciones de noviembre de 2023, el mundo político ha girado en torno a Milei porque parecía capaz de poner fin a la prolongada decadencia nacional. Aunque dista de ser el único dirigente convencido de que es fundamental asegurar que el gasto público no supere el dinero preciso para financiarlo, que es inflacionario inundar el país de billetes coloridos como hacía Sergio Massa y que sería muy positivo eliminar o, por lo menos, simplificar las muchas regulaciones burocráticas que obstaculizan a los empresarios y así por el estilo, sí es el único, con la excepción parcial de Carlos Menem y Domingo Cavallo, que se ha animado a actuar en consecuencia con el vigor necesario. Si bien el haber acertado no quiere decir que tenga razón en otros, a Milei le encanta comportarse como un sabio omnisciente, una proclividad que importaría poco si no fuera presidente de la República pero que, puesto que lo es, incide de manera muy negativa en su gestión.
Puede que sólo fueron tácticos los errores costosos que ha perpetrado en las semanas últimas y que, en términos generales, su estrategia, basada como está en la voluntad de respetar a rajatabla el equilibrio fiscal, sigue siendo la correcta, pero si pierde el apoyo popular que le han supuesto sus éxitos en la lucha contra la inflación, todo podría venirse abajo. Por cierto, no puede continuar dándose el lujo de entregar a sus críticos pretextos para mofarse de él; el gobierno que encabeza depende tanto del “carisma” que se le atribuye que el grueso de su capital político consiste en la imagen personal que se ha labrado. Sin Milei, La Libertad Avanza, una agrupación que se improvisó sobre la marcha y que, como es lógico, incluye a muchos aventureros, excéntricos y oportunistas, además de un ejército creciente de trolls, se desintegraría de la noche a la mañana. Casi todos los votos que espera conseguir en las elecciones próximas serán para Milei mismo, no para el gobierno que ha ensamblado.
Los riesgos así supuestos serían menos graves si el presidente se hubiera resistido a la tentación de ir por todo, emulando así a Cristina cuando disfrutaba de un grado notable de popularidad, y optara por ampliar su base de sustentación al aceptar ser el líder de una coalición más liberal que libertaria en que se vería obligado a tomar en cuenta los puntos de vista de sus integrantes. Demás está decir que los más contrarios a la alternativa así planteada son los mileístas de la primera hora, comenzando con su hermana Karina, que están resueltos a defender sus conquistas por los medios que fueran, de ahí su voluntad de mantener a raya a Macri y otros políticos que aprueban el “rumbo” fijado por el gurú iluminado sin por eso tomar en serio sus extravagancias místicas.
Si bien el intento de los mileístas de apoderarse del reducto porteño del PRO podría aportarles algunos triunfos pasajeros, tratar así a un partido aliado no les traerá beneficios permanentes. Por el contrario, es factible que el conflicto entre los libertarios y macristas permita que el peronismo resurja en la Ciudad de Buenos Aires y se consolide en la Provincia, lo que sería catastrófico para el proyecto oficial.
Además de verse amenazado por la conducta sectaria de los hermanos Milei, dicho proyecto está bajo ataque desde un lado imprevisto: los Estados Unidos de Trump. Si bien es de suponer que el magnate quiere que su “amigo” alcance sus objetivos y que la Argentina, firmemente subordinada a su protector norteamericano, se haga “grande” nuevamente, no vaciló en abrumarla de aranceles punitivos. Para más señas, Trump se las ha ingeniado para que baje abruptamente el precio del petróleo en los mercados internacionales justo cuando la Argentina está procurando seducir a inversores para que pongan más dinero en Vaca Muerta. No es ningún consuelo saber que a otros países aliados de Estados Unidos, como Israel, Japón y los miembros de la Unión Europea les haya ido peor, ya que la Argentina es mucho más vulnerable. Asimismo, si bien es poco probable que Trump haya desairado a propósito a Milei cuando éste viajó a Mar-a-Lago con la esperanza de agregar otra foto a su colección, para muchos el episodio significó que el norteamericano no está dispuesto a ayudar a su fan argentino.
Cuando la expansión rápida del comercio internacional repartía beneficios enormes a los países que participaban, la Argentina se aislaba porque los empresarios, habituados al “capitalismo de amigos”, no querían competir, Ahora, cuando está en vías de consolidarse un consenso a favor de una apertura, Estados Unidos está impulsando el proteccionismo. Aunque los europeos, los chinos y otros se afirman resueltos a mantener bajas las barreras comerciales, sorprendería que muchos lo hicieran, lo que plantea problemas mayúsculos a aquellos países, la Argentina es uno, que buscaban un lugar en un mundo que, según los más alarmados por la guerra arancelaria desatada por Trump, ya no existe.
(*) Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986)
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