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domingo, 27 de abril de 2025

¿Cuándo nos volvimos tan burdos, reaccionarios e indolentes?

 Por Jorge Fernández Díaz

En una reciente memoria literaria y crepuscular, pero de una implacable lucidez melancólica, un escritor español que ha sido emblema de la socialdemocracia europea retrata a su generación y asevera que a medida que uno se hace mayor, va abandonando “los ideales de juventud y, sin darse cuenta, se encuentra un día convertido en un reaccionario”. El libro, que no se publicó en la Argentina, se llama Una historia particular y su autor es nada menos que el gran Manuel Vicent. En la página 123 de esa obra exquisita recuerda que una vez, en sus años mozos, conoció a un vehemente joven marxista y que cuatro décadas más tarde se lo encontró en la cola de una agencia de lotería: “Esta es la última ideología que me queda”, le dijo. 

Del comunismo había pasado al socialismo democrático para “acomodar sus sueños a la realidad” y de ahí había derivado a “una derecha europeísta y civilizada”, pero por no haber conseguido “el merecido cargo que esperaba, o simplemente por la frustración que nace de mirarse en el espejo y ver que la imagen del joven rebelde había desaparecido, fue acogido por un cabreo existencial contra sí mismo y el mundo entero y sin darse cuenta se vio incendiando las redes y las tertulias con despropósitos, opiniones violentas e insultos a sus antiguos camaradas. Un día se declaró de extrema derecha”. Últimamente, solo le queda la ilusión de la quiniela. En el activo otoño de su vida, Vicent hace una confesión: “He tardado muchos años en aprender a juzgar a las personas una a una, al margen de su ideología…y a estas alturas ignoro incluso qué significa hoy ser de derechas o de izquierdas”. Finaliza el capítulo así: “Más allá de la ideología, ahora la lucha se reduce a ser simplemente un demócrata y una persona decente”.

Ese propósito, que a simple vista parece un tanto minimalista, encierra una idea enorme, crucial y hasta peligrosa, puesto que el mundo vive un retroceso democrático tenebroso y porque en nombre de Occidente las nuevas derechas y los “ingenieros del caos” que las promueven han resuelto cuestionar de hecho a las democracias occidentales, desplegar una serie de trucos para amedrentar a los resistentes, limar las instituciones creadas por la “casta” y avanzar en un modelo decisionista que incluso alarmó a The New York Times: nos estaríamos encaminando a una especie de “autocracia soft”, copiando ciertas políticas autoritarias practicadas en Hungría por el modélico Viktor Orban.

El gurú español del anarcocapitalismo, Jesús Huerta de Soto, acompaña de buen grado este giro, puesto que sostiene sin complejos lo siguiente: la democracia se ha convertido en un sistema perverso basado en la mentira y en la compra de “votos con dinero robado mediante impuestos”; destruye permanentemente el ideario liberal y corrompe a la ciudadanía. El método republicano –sostiene don Jesús– está basado en ese camelo: la promesa del paraíso aquí en la Tierra a través del Estado de bienestar, máximo logro de Europa de todos los tiempos. “La democracia es como el sistema inmunológico que ataca al propio organismo –sostiene el maestro de nuestro libertario–. está condenada a crear una y otra vez insolubles conflictos sociales y a fracasar”. Y considera que el principal problema radica en los “zurdos de derecha”. Es necesario adosar a estos edificantes postulados –ante los que parece inclinarse silenciosamente su exitoso discípulo– la cercanía que este mantiene con orgullosos pinochetistas, el marketing que su principal estratega desarrolla para presentar a Javier Milei como un emperador y la caja de herramientas de que dispone para ir corriendo los límites, relativizando las formas y eludiendo las reglas, a imagen y semejanza de Trump. De nuevo estamos como la rana en la olla, adormecidos y a punto de ser cocinados, sin capacidad para ninguna alerta temprana y naturalizando la incentivación permanente al odio, que tiene múltiples manifestaciones y facetas. El propio jefe del Estado afirmó el otro día, y a pocos les importó: “La gente no odia lo suficiente a estos sicarios con credencial de supuestos periodistas”. Cuesta también explicarles a los escritores internacionales que nos visitan por la Feria del Libro el significado real de la nominación “mandril”, insulto del que se enamoró el mileísmo –acaba de distribuir un bochornoso video para adolescentes de toda edad–, y que a la hora de la verdad ha aplicado principalmente a voces moderadas e incómodas y a economistas profesionales. Los mandriles verdaderos tienen traseros rojizos e hinchados, y eso les permite a los libertarios hacer bromas de tablón, sugiriendo que sodomizan a los agoreros o a los disidentes. Durante años el peronismo animalizó al crítico llamándolo “gorila”; ahora el populismo de derecha hace lo propio con el apelativo “mandril”: algunos pasaron así de ser primates a ser primates violados. ¿Cuándo nos volvimos tan burdos, reaccionarios e indolentes; cuándo dejamos que esto llegara tan lejos? ¿Cuándo se nos hizo necesario leer únicamente a los escritores que piensan como nosotros o solo escuchar a los que comparten nuestra visión de las cosas? Esto se origina en las viejas dicotomías argentas, reactivadas luego por la política agonal y canceladora del kirchnerismo, pero ahora se ha ingresado en una nueva etapa, donde se propone más que una grieta una zanja insalvable: una guerra civil de los espíritus, pero recargada por las redes y por una psicosis de Estado. Estamos ante una democracia de extremos y de sucesivos y opuestos intentos de hegemonía.

Esta misma semana Guillermo Oliveto presentó en Buenos Aires su ensayo Clase media: mito, realidad o nostalgia, donde muestra cómo ese fecundo y entrañable sector –aunque reducido y con segmentos que dolorosamente ya se autoperciben afuera y hasta acusan una “pobreza intermitente”–, ha sido un regulador fundamental de las últimas décadas: fueron precisamente esos sujetos históricos, siempre despreciados por la izquierda –“pequeño burgueses”–, por el kirchnerismo –“clase mierda” y “medio pelo” – y ahora por los libertarios –“mabeles y raúles” – quienes más palos pusieron en la rueda de los ultras y los trasnochados. Serán necesarios de nuevo, puesto que es muy probable que terminemos colgados todos del travesaño y defendiendo, sin distinción de ideologías, la convicción minimalista de Vicent: apenas la democracia y un poco de decencia.

© La Nación

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