Papa Francisco
(Foto/NA)
Por Gonzalo Delmonte
El mundo se conmovió hoy con la partida del Papa Francisco. Los titulares en los medios de comunicación extranjeros, con diversos enfoques, apuntaron estrictamente a su legado, salvo en la Argentina.
Jorge Mario Bergoglio fue, ante todo un político de raza; sería necio pensar que se llega a una de las instituciones más influyentes de la historia sin el arte de la política. Su cercanía al peronismo moldeó un Bergoglio capaz de surfear gobiernos de todo signo político siempre desde su anclaje jesuita en una Buenos Aires positivista: liberal en lo económico, pero elitista.
Esa formación hacía chocar de lleno a Bergoglio con cada uno de los gobiernos porteños y, al mismo tiempo, con el Poder Ejecutivo nacional.
Bergoglio resistió duros embates, principalmente durante los gobiernos kirchneristas. En 2023, reveló incluso que el kirchnerismo intentó meterlo preso: "Querían cortarme la cabeza. Pusieron en duda todo mi actuar durante la dictadura".
Hacía referencia a cuando fue citado a declarar en 2010 por los secuestros de Orlando Yorio y Francisco Jalics ante los jueces del Tribunal Oral Federal 5 Daniel Obligado, Germán Castelli y Ricardo Farías.
Allí, Bergoglio relató que se reunió con los dictadores Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera para pedir por la liberación de ambos, un hecho que se concretó meses después. Uno de los magistrados le confesó, ya como Papa, que esa convocatoria había sido por orden de la Casa Rosada.
Su vínculo con el macrismo tampoco fue fácil, pero sí más llevadero, con menos conversación crítica en la superficie y mucho diálogo. Con Mauricio Macri convivió en la Ciudad con algunas promesas incumplidas por parte del ex jefe de Gobierno, lo que cambió con la llegada de Macri en 2015 a la presidencia del país.
El vínculo cobró entonces otra relevancia, no desde lo personal, sino más bien en los estrictamente político. Bergoglio logró plasmar a través de Juan Grabois leyes en favor de los movimientos sociales -donde siempre estuvo presente en su ausencia-.
Tanto Macri como Cristina Kirchner tuvieron dos puntos de alta tensión directa con la Iglesia: la ley de Matrimonio Igualitario y, después, la apertura del debate promovido por Macri por la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), que se sancionó finalmente durante la presidencia de Alberto Fernández.
Todas estas reacciones del Papa fueron leídas bajo el prisma de lo que el también fallecido periodista Jorge Lanata definió como "la grieta".
La vara para medir las actitudes de Francisco eran las apariciones públicas del Sumo Pontífice con los mandatarios nacionales y funcionarios de distintos gobiernos que lo iban a ver, además de sus caras en las fotos.
Esos vaivenes se destrabaron con el reseteo del mosaico político que implicó la irrupción del actual presidente Javier Milei, quien en sus tiempos de panelista lo había calificado como "el representante del maligno en tierra" y luego se retractó.
Como fuera, esa larga cadena de interpretaciones, malos entendidos y retractaciones impidieron la visita del Papa Francisco a su tierra.
Los dos espacios políticos que monopolizaron la agenda pública y la conversación desde 2003 al 2023 se cargaron a un Papa y privaron a la ciudadanía argentina de la cercanía del Sumo Pontífice.
Ni el kirchnerismo ni el macrismo tuvieron la grandeza suficiente para acercarse y brindar una foto de unidad para recibir a Francisco durante su papado.
Cristina Kirchner y Mauricio Macri nunca entendieron en lo que se convirtió Bergoglio en 2013: en Papa, un líder espiritual mundial y un pacificador.
Tanto es así que estos ex presidentes tuvieron que apelar en sus mensajes de despedida a anécdotas personales de sus encuentros con Bergoglio en el Vaticano, que no le importan a nadie y solo alimentan su ego.
El argentino más importante de la historia partió en el fango de la maldita grieta: será importante sacarlo de ahí y ponerlo en el lugar que se merece.
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