Por David Toscana
Cuando leemos la Ilíada de cabo a rabo, arrancamos con el primer verso, “Canta, diosa, la cólera del Pelida Aquiles” y terminamos con el último, “Así celebraron los funerales de Héctor, domador de caballos”.
Aquiles es el gran guerrero, el héroe. Él solo basta para inclinar la balanza en una guerra en la que se enfrentan miles de hombres. Entre lo mucho admirable de Aquiles y que servía como ejemplo para los demás estaba el hecho de haber preferido una vida corta y heroica que una larga sin lustre.
En El banquete de Platón podemos leer con esa intrincada redacción de Gredos:
Aquiles, el hijo de Tetis, a quien honraron y lo enviaron a las Islas de los Bienaventurados, porque, a pesar de saber su madre que moriría si mataba a Héctor y que, si no lo hacía, volvería a su casa y moriría viejo, tuvo la osadía de preferir, al socorrer y vengar a su amante Patroclo, no sólo morir por su causa, sino también morir una vez muerto ya éste. De aquí que también los dioses, profundamente admirados, le honraran sobremanera, porque en tanta estima tuvo a su amante.
Y para acabar de decorar al guerrero, Fedro agrega que “Aquiles era más hermoso, no sólo que Patroclo, sino también que todos los héroes juntos”.
En su Paideia, Werner Jaeger deja claro que Aquiles es el ideal griego.
El viejo concepto guerrero de la areté no era suficiente para los poetas nuevos, sino que traía una nueva imagen del hombre perfecto para la cual, al lado de la acción, estaba la nobleza del espíritu, y sólo en la unión de ambas se hallaba el verdadero fin. Y es de la mayor importancia que este ideal sea expresado por el viejo Fénix, el educador de Aquiles, héroe prototípico de los griegos. En una hora decisiva recuerda al joven el fin para el cual ha sido educado: “Para ambas cosas, para pronunciar palabras y para realizar acciones.”
Por otro lado, Héctor el domador de caballos, el de los funerales del último verso, proclama mi frase preferida de la Ilíada. “No quiero morir sin gloria, sin haber luchado, quiero hacer algo grandioso que quede en la memoria de los hombres futuros”. Lo mismo que Aquiles, opta por una vida breve y gloriosa, antes que larga y sin honra.
Bélicamente, el triunfador es Aquiles. Literariamente, cada quien tendrá su lectura, pero es casi inevitable que la muerte de Héctor, su cadáver arrastrado, su cadáver pudriéndose bajo el sol, su padre Príamo suplicando a Aquiles que le devuelva ese cuerpo, ofreciendo tesoros a cambio de él, nos regalen más belleza en los versos homéricos.
El nombre Héctor es más popular que Aquiles.
El romance con el personaje débil, ambiguo, derrotado, patético, de moral torcida, en contraposición del valiente y triunfador, dio pie al erróneo término de antihéroe.
Imagínese, amigo lector, que está en la escuela de escritores. El maestro pide a los alumnos un cuento sobre un futbolista que tira un penal. Podemos apostar a que la mayoría de esos penales se fallarán.
Hace algunos años hice esta prueba en l’Università degli Studi di Milano. Recién se había dado un crimen en Italia que todos habían seguido en la prensa, de modo que los alumnos estaban al tanto de los detalles. Una ragazza de dieciséis años, Erika de Nardo, y su novio, de diecisiete, habían asesinado a puñaladas a la madre y al hermanito de ella, de once años. El padre se salvó porque salió a jugar al calcio. Los medios impresos y televisivos estaban realizando un linchamiento contra la pareja de jóvenes, y quizás también los alumnos. Les encargué un relato sobre el asunto, y en el proceso de escritura la mente transformó las emociones. Ninguno de los textos fue condenatorio. Varios justificaban a Erika en narraciones en primera persona.
¿Qué ocurriría si a cada miembro del gobierno gringo se le pidiera escribir un cuento sobre un migrante?
Quizás nada. Hace falta un mínimo de talento para ponerse en los zapatos de otro.
Es extremo y falso asegurar que leer literatura “nos hace buenos”, pero sí nos hace nadar en profundidades más reveladoras que la mera superficie.
Decía que el término antihéroe es errado. Es palabra que sirve para poco. Nunca encaja correctamente. Siendo tan distintos, se califica de antihéroes a Akaki Akakievich, Oblómov y Raskólnikov. El más emblemático de los antihéroes es don Quijote, pese a ser un héroe perfecto. Es verdad que tenía parte de su mente en un mundo irreal, ¿pero cuántos mártires no mostraron las mejores virtudes de un héroe para defender dioses de viento? Tampoco Héctor luchando contra el “héroe prototípico” es un antihéroe.
Aquiles es caprichoso, colérico, desobediente, resentido, vengativo; lo que no hace por su ejército, lo hace para vengar a su amigo. Cuando Héctor, ya derrotado, le suplica “por tu vida, tus rodillas y tus padres” que no deje su cadáver expuesto para que lo devoren los perros, Aquiles responde:
No implores, perro, invocando mis rodillas y a mis padres.
¡Ojalá que a mí mismo el furor y el ánimo me indujeran
a despedazarte y a comer cruda tu carne por tus fechorías!
Tan cierto es eso como que no hay quien libre tu cabeza
de los perros, ni aunque el rescate diez veces o veinte veces
me lo traigan y lo pesen aquí y además prometan otro tanto,
y ni siquiera aunque mandara pagar tu peso en oro
Príamo Dardánida. Ni aun así tu augusta madre depositará
en el lecho el cadáver de quien ella parió para llorarlo.
Los perros y las aves de rapiña se repartirán entero tu cuerpo.
Para mayor ignominia, Aquiles “le taladró por detrás los tendones de ambos pies desde el tobillo al talón” y le amarra unas correas que ata al carro. Fustiga a los caballos y arrastra ese cadáver que levanta “gran polvareda”, mientras la cabeza “antes encantadora” va esparciendo los cabellos”.
Los griegos vivían tiempos recios. Por eso Aquiles era el más grande de los héroes y ejemplo para los jóvenes. En tiempos blandos, el ideal está en lo pacato, lo desleído, lo sentimental.
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