miércoles, 12 de marzo de 2025

Reglas electorales a la carta

 Por Pablo Mendelevich

Pocos deben recordar que en 2009 se adelantaron las elecciones nacionales. Correspondía celebrarlas el domingo 25 de octubre y se hicieron el 28 de junio. Eso causó un desbarajuste formidable con la voluntad popular, porque durante casi medio año los diputados y senadores elegidos permanecieron ociosos en sus casas a la espera de que llegara el 10 de diciembre para poder jurar mientras los legisladores salientes del oficialismo -entre ellos los que no consiguieron renovar sus bancas- fabricaban leyes a toda máquina antes de que se extinguiera su supremacía numérica. Así aprobó el kirchnerismo, por ejemplo, la renombrada Ley de Medios. También la ley pomposamente denominada “de democratización de la representación política, la transparencia y la equidad electoral” que creó las PASO, ahora caídas en desgracia.

“Adelanto de elecciones” es algo que de vez en cuando se escucha en las noticias internacionales. Procede de las democracias parlamentarias. Cuando en ellas se produce una crisis política los gobiernos adelantan las elecciones para evitar su caída. Pero en los regímenes presidencialistas como el nuestro no existe semejante diagonal. Todo se encuentra establecido de antemano, en especial la duración de los mandatos ejecutivos. Lejos de depender de la fortaleza circunstancial de un gobierno, las elecciones tienen fecha fija. En Estados Unidos, por ejemplo, es proverbial que se elige presidente el primer martes de noviembre cada cuatro años.

En nuestro país las elecciones nacionales se celebran “el cuarto domingo de octubre inmediatamente anterior a la finalización de los mandatos”. Lo instituye así el artículo 53° del Código Electoral Nacional. Sin embargo, en 2009 Néstor Kirchner mandó suspender el Código “por única vez”. Fue un caso paradigmático que desnudó con mayor nitidez que de costumbre cómo las leyes pueden ser maleables y subordinarse a la política. En los países donde se tiene a la calidad institucional por valor supremo funciona al revés, es la política la que se subordina a las leyes. Las reglas no flamean a merced de vientos partidistas.

Kirchner ya no era presidente en 2009, había abdicado en favor de su esposa, pero ejercía el papel de líder máximo. ¿Por qué quería adelantar las elecciones? La explicación que consta en la ley que él hizo aprobar por supuesto que no es la verdadera. Allí dice que la intervención resultaba ineludible debido a la crisis económica mundial que estaba en curso y a la incertidumbre consiguiente. Nadie mencionaba que ese año se celebraban elecciones en un total de 35 países y que en ninguno de los otros 34 la crisis económica mundial había motivado adelanto electoral alguno.

La realidad era que en la Ciudad de Buenos Aires, donde con certeza ganaba el Pro, las elecciones locales habían sido fijadas para el 28 de junio. Como varios gobernadores también habían adelantado los comicios locales, Kirchner, convencido de que la madre de todas las batallas se libraba en la provincia de Buenos Aires con él como candidato a primer diputado, pensó que necesitaba evitar un efecto cascada originado en derrotas distritales. En otras palabras, acomodó el calendario electoral nacional a su gusto, seguro de conocer el futuro: así ganaría.

Y perdió. Perdió la provincia de Buenos Aires. Para colmo, contra Francisco de Narváez, un recién llegado a la política. Tal la humillación, aquella noche renunció “en forma indeclinable” a la presidencia del Partido Justicialista (que unos meses más tarde retomó). Hace falta darle un nombre a aquel cálculo erróneo de Kirchner. Podríamos llamarlo especulación falible de político avezado.

Las elecciones de 2009 llevaban acoplado el escándalo de las candidaturas testimoniales. Escoltas de Kirchner en la lista como el gobernador bonaerense Daniel Scioli y el jefe de Gabinete Sergio Massa mintieron ante la Justicia Electoral cuando la oposición los denunció por estafar al electorado, pero a nadie se le movió un pelo por las mentiras. Scioli y Massa declararon en el expediente a través de sus apoderados que de ninguna manera pensaban renunciar a las bancas en caso de obtenerlas, pese a que todo el país sabía que lo harían. Por supuesto, lo hicieron. Nunca las asumieron. Otra prueba de lo desdoblados que pueden llegar a estar en la Argentina esos dos mundos concubinos, el legal y el real.

La supeditación de las reglas de juego a las conveniencias políticas es un hábito que parece haber recrudecido este año. Año que de por sí viene con grandes cambios: se votará con boleta única de papel y por primera vez desde 2011 no habrá PASO nacionales. Hace apenas veinte días, las PASO, que debían celebrarse en agosto, quedaron suspendidas. El gobierno quería abolirlas pero no lo consiguió. Cómo se resolverán las candidaturas presidenciales en 2027 es gran un misterio.

Mientras tanto el año avanza. Muy pronto, en apenas algo más de dos meses, el 18 de mayo, los porteños estarán eligiendo a la mitad de sus legisladores. Para entonces ya habrán transcurrido las elecciones en Chaco, Jujuy, San Luis y Salta.

Aunque no haya este año PASO para diputados y senadores nacionales, los bonaerenses, que son el 37 por ciento de todos los electores, todavía no saben cuántas veces tendrán que ir a votar ni cuándo (aparte de la elección nacional, que es el 28 de octubre, es decir, dentro de 230 días). La provincia de Buenos Aires se quedó con el monopolio de la incertidumbre luego de que se fueron resolviendo las principales dilaciones de la Nación y de los otros distritos, un desaguisado que invadió impudorosamente el año electoral.

En estas primeras elecciones nacionales organizadas por el gobierno libertario se ha violado con fruición el principio según el cual las reglas de juego electorales no deben ser modificadas en años electorales, porque eso, siempre se dice, equivale a cambiar el reglamento del fútbol una vez iniciado el partido. El adelanto de las elecciones en 2009 ocurrió en marzo.

Ahora, en marzo de 2025, las reglas nacionales fueron finalmente establecidas, pero las bonaerenses siguen en veremos. Y eso condiciona todo. Cuando se trata de la provincia de Buenos Aires nunca es un problema meramente distrital, mucho menos ahora. En La Plata funciona desde 2023 la sede central territorial del peronismo, el principal partido de oposición. Casi podría decirse que el diseño de todas las campañas depende de cómo sean las elecciones bonaerenses. Que a su vez están atadas al trascendente litigio de Axel Kicillof con Cristina Kirchner.

Kicillof debe decidir si adelanta o no las elecciones provinciales en fecha distinta de las elecciones nacionales (también podría atrasarlas) y por lo visto se toma su tiempo. El desdoblamiento es algo a menudo abordado como si se tratara de una opción estándar que tiene el gobernador. “¿Este año desdoblo o vamos con la Nación?”. En realidad, es estándar para la mayoría de las provincias. En la de Buenos Aires hasta hoy nunca hubo desdoblamiento.

A su vez, dentro de la Legislatura se está discutiendo si se eliminan o no las PASO provinciales. Esta vez hay más de una regla en borrador e intervienen en los cambios muchos actores (influye fuerte la opinión de los intendentes), con el agravante de que no todos piensan lo mismo a lo largo del día. Son decisiones importantes desde el punto de vista electoral, es cierto, llamadas a tener impacto, el problema es que nadie sabe a ciencia cierta cuál sería ese impacto. La falta de antecedentes turba a los expertos, cuya primera fuente de sabiduría generalmente es el estudio de la experiencia, eso que acá no existe. ¿Cómo se comportaría el electorado bonaerense en una elección provincial desdoblada? ¿Cuáles serían los tópicos de campaña que habría que desgranar para no tropezar con los que imponga el rival, léase, para Kicillof, la inseguridad? ¿Podría la provincia debatir otros temas locales sin hablar de Milei? ¿Cómo se articularían las elecciones nacionales con las provinciales? ¿Qué influencias habría, a la postre, de una sobre la otra?

Los políticos dicen saber, siempre dicen saber, sobre todo cuando son las cosas de su metier, se acarician el mentón y se posicionan en consecuencia. Pero otra cosa es que sepan. La especulación falible de político avezado, lo demostró Kirchner, puede llevar a la ilusión de que uno maneja el juego.

© La Nación

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