Santiago Caputo
Por Claudio Jacquelin
La reconstrucción de los hechos, sin el vértigo del momento, arroja imágenes que, por explícitas, sorprenden. También, por esclarecedoras. La acción y la (alterada) reacción pintan un cuadro hiperrealista. La sucesión de actos protagonizados por Javier Milei y su máximo asesor, Santiago Caputo, durante y al finalizar la apertura de sesiones del Congreso, muestran el tormentoso clima que domina en la cima del Gobierno. Estados alterados.
Conviene repasar, sintéticamente, lo sucedido, según las imágenes grabadas y los relatos de media docena de testigos. Después de varias intervenciones celebratorias de las barras oficialistas (un hábito instalado por el kirchnerismo), un diputado opositor, el radical Facundo Manes, interrumpe deliberadamente el discurso presidencial a los gritos, con preguntas acusatorias y esgrimiendo un ejemplar de la Constitución.
Ocurre durante una ceremonia cuya organización había sido cuidada con inusual celo, para que nada se saliera de control, por la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, segunda persona en importancia de la gestión libertaria, según la escala jerárquica mileísta. Transcurre luego de dos semanas en las que el Presidente y su hermana protagonizaran varios tropezones (y algo más), cuyas secuelas siguen vigentes. Ese es el contexto.
La interrupción desata la descalificación por parte del jefe del Estado al diputado opositor y le sigue un ataque verbal a éste desde las galerías a cargo de la tercera persona más poderosa del Gobierno. Corte.
En la siguiente escena, al terminar la sesión y ya fuera del recinto de la Cámara, ante varios testigos, el supergurú presidencial baja de su palco, acompañado por militantes y comunicadores oficialistas. Se abalanza sobre el legislador, toma contacto físico con su cuello y le hace advertencias que el agredido interpreta (sin necesidad de un ejercicio muy grande de imaginación) como una amenaza (o varias), que luego promete denunciar ante la Justicia. Uno de los acompañantes del asesor presidencial tapa una cámara para impedir que se grabe la violenta escena y golpes que dice el diputado haber recibido de un acompañante de Caputo, miembro de la milicia digital libertaria.
Los antecedentes dicen que no fue la primera vez que un legislador interrumpe a un presidente en el Congreso y el hecho no suele implicar más que una demostración fuera de protocolo de tensiones entre oficialismo y oposición o, en sus versiones agravadas, de deterioro de la institucionalidad. Tampoco es la primera vez que le sucede a este Presidente, quien se caracteriza por no rehuir, sino por ser protagonista de violentos intercambios verbales, sin que su círculo más cercano reaccione, al menos en público, con tal virulencia en forma presencial (no virtual, a lo que sí están acostumbrados). Mucho menos que lo haga el propio gurú, que hasta hace demasiado poco había elegido moverse en las sombras, hasta rechazar cualquier cargo formal en el Gobierno y no tener siquiera una cuenta a su nombre en las redes sociales. Pero algo ha cambiado la dinámica en la cima del poder libertario.
Un solo hecho (y sus secuelas) parece ser el gran causante de las novedades. Especialmente, de las reacciones que dejaron expuesto al Presidente y, más aún, a su superasesor. Todo empieza, aunque no termina, con el escándalo del llamado meme coin $Libra.
En menos de dos semanas, Santiago Caputo salió imprevistamente de su gris zona de confort y adquirió, dos veces, un protagonismo público tan inusual como impactante. Primero, al interrumpir una entrevista en la que Milei intentaba con mucha dificultad, numerosas contradicciones y algunas autoincriminaciones, explicar su participación decisiva en el criptogate. La segunda, fue anteayer, justo cuando el diputado Manes cuestionó al Presidente, texto constitucional en mano, por ese hecho y acusándolo de forzar la carta magna al designar por decreto, dos día antes, como miembros de la Corte Suprema al hipercuestionado juez federal Ariel Lijo y al jurista conservador Manuel García-Mansilla, quien ni siquiera había obtenido dictamen favorable de la Comisión de Acuerdos.
En medio de severas restricciones a la cobertura periodística y hasta algunas agresiones a periodistas, la televisación oficial no mostró la reacción del asesor durante la exposición de Milei. Sólo se escuchó como ruido de fondo. Las directivas precisas impidieron tener imágenes completas del recinto semivacío, ante la ausencia de buena parte de los legisladores de la oposición. Pero no pudieron evitar que se vieran imágenes del momento en que Caputo increpaba al diputado radical en los pasillos del Congreso.
El celo oficial por el control de la comunicación tampoco había logrado impedir, por una filtración inesperada de la grabación sin editar del diálogo entre Milei y Jonatan Viale, que se viera la forma en la que el gurú interrumpía esa conversación para evitar que se hicieran públicas declaraciones que pudieran complicar su defensa, así como la secuencia en la que el Presidente acataba dócilmente la interrupción. Aunque después se divulgaran críticas de Milei a Caputo y aparecieran objeciones al asesor de parte de funcionarios que nunca se habían atrevido a nombrarlo en los medios con nombre y apellido.
En un Gobierno que se jacta de ser impiadoso con quienes dejan expuestas fallas de la gestión o de sus principales exponentes, nada de eso ha tenido consecuencias concretas. Al menos hasta ahora. Una forma de confirmar que no hay fusibles para los últimos tropiezos. El triángulo de hierro está involucrado en su totalidad y aunque se advierta que desafina y que la armonía ya no parece ser la misma, no le resulta fácil encontrar la salida.
El criptogate es la gran sombra que pesa sobre los hermanos Milei y que descolocó a Caputo, quien, según algunas versiones en un primer momento, miró con alguna distancia el impacto que tenía para Karina. El problema es que lejos de disiparse, el escándalo apenas se diluye un instante para volver a cubrir la cima con igual o más densidad. La política Instagram aplicada tras el estallido del caso $LIBTA, en la que una imagen ocupa el lugar de la otra, que una noticia desplaza a la otra y que un escándalo tapa al otro, no estaría funcionando.
La publicación el viernes pasado de la investigación de The New York Times en la que hay testimonios de quienes dicen haber recibido pedidos de dinero para reunirse con el Presidente por parte de personas cercanas a Milei, como Mauricio Novelli (trader y ex empleador del actual presidente), a quien Karina Milei autorizaba a ingresar en la Casa Rosada, tuvo como correlato casi inmediato el posteo presidencial en el que le pedía la renuncia al gobernador bonaerense Axel Kicillof y sugería la intención de intervenir la provincia ante la crisis de la seguridad y la sucesión de escalofriantes asesinatos. Solo se logró que ambas noticias compitieran al tope de la agenda mediática. Sin que los ecos por el fraude virtual cesaran.
Para peor, en las horas previas a la apertura de sesiones, había reinstalado el escándalo el enviado especial de Donald Trump para América Latina, Mauricio Claver-Carone. El locuaz trumpista, que tiene rencillas pendientes con altos funcionarios mileístas (como el jefe de Gabinete, Guillermo Francos), dijo en una entrevista con la CNN que Estados Unidos investigaría la criptoestafa. Y fue más allá. Se permitió afirmar que el caso puede ser “una buena lección para Milei”, para “ser mejor aconsejado, tener mejor equipo y no caer en errores y autogolpes”. A quien le quepa el sayo.
La falta de resultados concretos para mostrar en lo inmediato de la reciente gira presidencial a los Estados Unidos, en medio del escándalo de $Libra, habrían agravado los estados alterados en Olivos y la Rosada. Una nueva foto con Trump y apoyos verbales, no fueron suficientes para desplazar el criptogate.
No es fácil encontrar en estas horas alguna voz oficial que explique las salidas del libreto y el nuevo perfil de Santiago Caputo. Los pocos que se atreven lo atribuyen a un exceso de celo (o de nervios) ante errores serios de su criatura, que podrían afectar su capital político.
Respecto del episodio en el Congreso, uno de los más altos funcionarios del Gobierno procuró minimizarlo y transferir la responsabilidad del hecho: “Manes se desubicó. Fue todo premeditado. No se interrumpe a un Presidente en un acto así. Y Santiago se calentó porque lo conoce a Manes. Con sus socios lo trataron para algún proyecto. Después, lo de la violencia fue puro circo. Manes está en campaña”.
El estrecho colaborador presidencial, sin embargo, prefirió no responder a las repreguntas que siguieron a sus respuestas. Por ejemplo, si consideraba que lo hecho por Caputo podría afectar al Gobierno, más aún tras la reciente interrupción de la aparición televisiva del Presidente. También optó por el silencio cuando se le preguntó qué opinaba el Presidente de la reacción de su asesor. El funcionario consultado habla varias veces al día con Milei y anoche estuvo en la comida realizada tras la tumultuosa apertura de sesiones. No son momentos para quedar expuesto. Muchos funcionarios temen que se busque un chivo expiatorio para correr los focos del trío metalero.
Otras fuentes arriesgaron que al igual que en el episodio televisivo, Caputo buscó subsanar una salida del libreto que podía complicar al Presidente. Argumentan que anteayer todo estaba preparado para centrar toda la disputa en el kirchnerismo, aprovechando la ausencia de sus legisladores y la crítica situación que atraviesa Kicillof por la inseguridad. Si la irrupción de Manes no estaba prevista, mucho menos lo estaba que Milei se enredara con él públicamente y lo subiera al ring. Eso, dicen, descolocó al asesor, que sobrerreaccionó por un mal cálculo y traicionado por la emoción. El vínculo que habría tenido con Manes sería un disparador más.
Los allegados al diputado, que ayer se encontraba recluido con su familia y conteniendo a sus hijos, “que están muy atemorizados”, coinciden en parte con esa explicación y admiten algunas charlas que Manes tuvo en el pasado con Caputo y sus socios Guillermo Garat y Rodrigo Lugones, que, al final, no terminaron en un proyecto conjunto.
“Alguna vez, antes de empezar a trabajar con Milei, a Facundo lo fueron a sondear porque decían que era el tiempo de un outsider como él. Finalmente, un socio de Caputo le dijo que no era su momento. Que primero sería la hora de un excéntrico y después de un outsider racional. Parece que temen que, al subirlo al ring a Facundo, se le adelanten los tiempos. Por eso, saltó Santiago”, explica un estrecho allegado al neurodiputado, que aprovecha para tratar de aumentar el valor del capital político del legislador, que busca mantener su banca en las elecciones legislativas de este año.
En el entorno de Manes dicen temer represalias de parte de agencias del Estado después de que Caputo le espetara: “Ahora vas a escuchar de mí, vas a saber quién soy”. Entre otras cosas, destacan que su instituto médico es prestador del PAMI y subrayan la influencia que tiene Caputo en el sistema sanitario. El padre de su socio Rodrigo Lugones es el ministro de Salud, Mario Lugones, quien llegó al cargo por decisión de Caputo.
No es lo único que teme Manes. Aunque algunos entienden que la publicidad del episodio lo protege. Muchos otros dicen que esa es un lógica de otra época.
Después del show público de sometimiento y humillación sobre el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, que representó en el Salón Oval de la Casa Blanca Donald Trump (ídolo mundial de Milei y sus seguidores) las referencias y normas de comportamiento parecen haber cambiado definitivamente. Más aún en momentos de crisis que no se logran disipar.
Los estados están demasiado alterados en la cima del poder.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario