domingo, 30 de marzo de 2025

El inconsciente libertario

 Damián Reidel. El jefe del Consejo de Asesores vio a los argentinos como el
"gran problema" del país.

Por Sergio Sinay (*)

Desde Sigmund Freud y Carl Jung en adelante es imposible negar la existencia del inconsciente. Ambos lo demostraron con abordajes diferentes. No es que antes de estos sabios maestros de la psicología el inconsciente no existiera. Desde el nacimiento de nuestra especie es un componente esencial de la psique humana, solo que hasta entrado el siglo XX no se tenía conciencia (valga la paradoja) de él. Aunque a fines del siglo XIX neurólogos como Jean Martin Charcot y Hippolyte Bernheim lo habían mencionado, fue Freud quien lo definió y convirtió en columna vertebral de la actividad mental. Lo señaló como fuente de la actividad onírica, contenedor de recuerdos reprimidos, causante de lapsus en el habla, trampolín de conductas impulsivas y semillero de patologías mentales. 

A su vez para Jung era el aljibe del que extraemos nuestros sueños, el depósito de la sombra (sótano en el que escondemos todo lo que no aceptamos de nosotros mismos, lo negado y proyectado en otros), y un espacio ineludible en el camino hacia el conocimiento del Sí Mismo, es decir la esencia intransferible del ser que uno es. Jung amplió el concepto introduciendo la noción de inconsciente colectivo, una suerte de plataforma submarina que contiene toda la experiencia de la humanidad y a la que, aunque no lo registremos, estamos todos unidos. Y describía inconscientes familiares, grupales, comunitarios, organizacionales y también nacionales. Toda nación tiene su inconsciente colectivo.

Como un iceberg, nuestra psique exhibe una parte a la vista, el ego, la imagen que presentamos ante los demás, aquello que creemos o pretendemos ser, y oculta siete octavas partes debajo de la superficie, las que constituyen el inconsciente. Aunque invisible, éste se manifiesta, habla, simboliza lo que la mente consciente elude, ignora o reprime. Si se comprende esto y se afinan la vista y el oído es posible detectar en las conductas y las palabras de las personas todo lo que está detrás de sus máscaras, sus imágenes externas, sus personalidades oficiales. Cuando Demián Reidel, jefe del Consejo de Asesores de Javier Milei, se pavoneó con las grandes ventajas competitivas que ofrece la Argentina y lamentó públicamente que ésta estuviera poblada por argentinos, el único “gran problema” del país, según él, fue su inconsciente el que tomó la palabra. Y, como si fuera el vocero de un ejército invasor, afirmó que se está trabajando en la solución y que “ésta vez va en serio”. La idea de que un colectivo (nacional, religioso, racial, sexual, etario, etcétera) es problemático y se trata de una cuestión aún “no arreglada” produce cierto escalofrío y trae remembranzas de la Conferencia de Wansee, en la que el 20 de enero de 1942 se reunieron catorce jerarcas nazis para “solucionar” el “problema judío”. La perversa “solución final”.

El inconsciente dice verdades que la conciencia reprime. El caso Reidel es el más inocultable, pero no es el único en cuanto al desprecio que el libertarismo gobernante siente por todo lo que difiere de su dogma. El dolor de Bahía Blanca, las justas peticiones de los jubilados, las consecuencias humanas, sociales, laborales y económicas de un ajuste salvaje le son ajenas al Presidente, a sus funcionarios y a sus fanáticos. Son “problemas” a sortear. La intolerante “batalla cultural” emprendida contra la ciencia, el arte, el pensamiento, la diversidad sexual y la propia cultura exhibe, a través de discursos, declaraciones y actitudes, el inconsciente colectivo libertario. Cuanto más choca éste con todo lo que difiere de su realidad paralela, y en ciertos casos, delirante, más se desnuda y más material reprimido trae a la superficie en la que viven millones de argentinos “problemáticos”.

(*) Escritor y periodista

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