miércoles, 12 de febrero de 2025

La guillotina francesa y la de Milei

 Por Pablo Mendelevich

Es frecuente escuchar que la guillotina fue un invento del médico y diputado Joseph-Ignace Guillotin y que con su uso se instauró en la Revolución Francesa la pena de muerte. Pero no sucedió exactamente así. Tanto la pena de muerte como la opción instrumental de cortar cabezas son preexistentes. Guillotin, quien era contrario a la pena de muerte, le introdujo al aparato la cuchilla oblicua, retoque destinado a ahorrar el sufrimiento extra que los verdugos les infligían a los condenados cuando el trabajo quedaba incompleto o se hacía mal. Para él estaba en juego el principio de igualdad, en 1789 tan ardiente.

Porque a los reos comunes se les venía cortando la cabeza de cualquier manera después de tremendas sesiones de torturas, lo que implicaba el adicional de una terrible agonía, mientras que los condenados de las clases altas tenían acceso a una decapitación mecánica limpia, instantánea.

Tienta preguntarse si la guillotina de los hermanos Milei conserva los ideales igualitarios del siglo XVIII, ya no en términos clasistas sino con relación a propios y extraños. Los extraños serían, por ejemplo, los kirchneristas que quedaron en segundas y terceras líneas de la administración pública. Por algún motivo desconocido, casi nunca son ellos los protagonistas de despidos espectaculares (si bien es cierto que hace un año dejó de ser secretaria de Energía, de la noche a la mañana, la massista Flavia Royon, quien llevaba dos meses en el mismo cargo que le había dado Alberto Fernández).

El lunes de furia, cuando echó en forma consecutiva a la embajadora en la OEA y al titular de la Anses, Milei se preocupó por no dejar dudas sobre el propósito disciplinador de su frenesí. Al anunciar que había resuelto despedir sin miramientos a Sonia Cavallo y Mariano de los Heros, el Presidente pareció perfeccionar aquella atronadora advertencia de Cristina Kirchner: “sólo hay que tenerle miedo a Dios, y a mí un poquito”.

El mismo lunes Milei ratificó a “El Jefe” como guardiana superior de la pureza doctrinaria del gobierno libertario. Al referirse al caso de Ramiro Marra, expulsado de La Libertad Avanza, habló de ejecución, un lenguaje inédito en política bajo el marco constitucional (y también bajo el marco dictatorial, pero por otros motivos). Después vino lo de cortar cabezas. “Dicen que mi hermana tiene una guillotina. Bueno, sí, tiene una guillotina. Usted hace algo en contra de los parámetros que nosotros defendemos... guillotina”.

La estadística no honró el alma justiciera de Guillotin. Más allá de las resonantes ejecuciones de Luis XVI, María Antonieta y alguno que otro noble, parece ser que la mayoría de los casi 17 mil guillotinados franceses eran plebeyos. Además, claro, estaban los revolucionarios: Georges Danton, Louis de Saint-Just, Maximilien Robespierre... Porque la sanguinolenta guillotina, asociada para siempre con la época del terror de la revolución más famosa de la historia, también se llevó, faltaba recordarlo, a varios revolucionarios que la habían patrocinado.

Pero en la Argentina del siglo XXI no tenemos revolución ni revolucionarios ni ejecuciones reales. Lo que hay son 119 funcionarios eyectados (“se les cortó la cabeza”) en 14 meses de gobierno con retórica extrema, metáforas rápidas, ecos, en fin, del legendario “you’re fired del animador Donald Trump, quien hoy repite gustoso esa sentencia varias veces al día investido como el supuesto hombre más poderoso del mundo.

Milei administra dosis de ira natural, su rasgo más rechazado y también, mezclado con la determinación, el aparente motor de sus logros; y a la vez ofrece razones atendibles cuando echa a alguien. ¿Acaso no tiene sentido que un presidente quiera cohesión en su equipo? ¿O que sea él quien planifique la agenda oficial y no, por caso, el encargado de pagar cada mes las jubilaciones?

Pero en cualquier organización existen modos de evitar una desbordada tasa de rotación de puestos jerárquicos, tasa que difícilmente enorgullecería al director general de un gran hospital, al responsable de una fábrica de autos o al dueño de una empresa logística mediana. Cuando se trata de gobiernos lo recomendable suele ser que los partidos dispongan de equipos entrenados, técnicos en cada especialidad, dirigentes con experiencia, lealtades entretejidas para que la llegada al poder los encuentre bien preparados. Pero ya se sabe que Milei es una excepción y que no puede decirse que sea su culpa haber llegado prácticamente solo, casi sin partido, apenas con pequeños elencos improvisados. La Anses, de donde acaba de echar a De los Heros y antes despidió a Osvaldo Giordano, es un buen ejemplo de esto. En ese puesto, un Milei sediento de cuadros pensaba designar a la inexperta Carolina Píparo.

Giordano y De los Heros estuvieron, se cree, a la altura del cargo. Ninguno de los dos lo perdió por la calidad de la gestión. Así como Sonia Cavallo ahora dejó de ser embajadora en la OEA debido a las últimas críticas de su padre a la política económica, Giordano se tuvo que ir (dicho sea de paso, hoy es presidente del Instituto IERAL de la Fundación Mediterránea) porque su esposa, diputada nacional, votó en contra un artículo de la Ley Ómnibus. Quizás Milei proyecte en los demás el modelo de extraordinaria confinidad que él tiene con su hermana y no concibe comportamientos políticos individuales cuando se trata de cónyuges, padres e hijos o hermanos. ¿Existe responsabilidad solidaria en un matrimonio de políticos por las opiniones de cada uno?

Los Cavallo, padre e hija, escribieron un libro juntos y a veces comparten firma en artículos. Milei considera que eso basta para impedir que Sonia Cavallo ejerza con idoneidad la representación ante la OEA. Sucede que las críticas de su padre, que se centran en el embrollo del dólar, el cepo, las reservas y el próximo acuerdo con el FMI, equivalen a blasfemar. El funcionamiento de Milei es bastante simple. Cuando Cavallo lo apoya es “el mejor economista de la historia argentina”. Cuando lo critica, es “un impresentable”. En consonancia, frente a la primera opinión le da una importante embajada a la hija. Frente a la segunda, la echa.

Se habló mucho esta semana del “efecto Diana”, el modelo de expulsión de Diana Mondino de la Cancillería en octubre último. La comparación es apropiada debido a la sorpresa, a las maneras fulminantes, al tipo de motivo invocado: desobediencia, desalineamiento o deslealtad. Pero hay una parte del asunto que nunca termina de entenderse. La que se refiere a la comunicación interna del gobierno, al funcionamiento diario.

¿Mondino nunca comentó con la Casa Rosada cómo iba a ser el voto de la Argentina respecto del tema Cuba que Milei pretendía invertir? ¿Milei no le avisó? ¿No había canales de comunicación formales o informales entre la Cancillería y Presidencia? ¿De los Heros tenía autorización política para hacer declaraciones sobre temas de su área o no? ¿Podía hablar sobre la reforma jubilatoria que figura como objetivo en el Pacto de Mayo? ¿El problema fue que dijo “este año”? Y Sonia Cavallo, ¿sabía que su cargo estaba ajustado a la perdurabilidad de las opiniones ponderativas del padre?

Con la chabacanería y vulgaridad que adoptó desde que Milei intervino el lenguaje político con insultos, Cristina Kirchner, vengativa, se fregó las manos por el despido de De los Heros. Escribió un largo tuit de la serie “Che, Milei…”, que en una parte dice: “También lo rajaste al de la Anses. ¡Te dije que era un burro! Sólo a ese animalito se le puede ocurrir decir, en un año electoral, que va a subir la edad jubilatoria. Clarín te clavó la tapa el lunes y… afuera!”.

De los Heros viene de defender públicamente la medida de quitarle a Cristina Kirchner las asignaciones obscenas que cobraba, con el agravante de percibir un suplemento de 6.354.523 pesos por declarar que vive en zona austral, lo cual es a todas luces falso. Aún si el titular de la Anses cometió un error importante al largarse a hablar por su cuenta de una reforma previsional para este año, llama la atención que Milei no haya esperado un momento más oportuno para relevarlo.

© La Nación

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