Por Martín Rodríguez Yebra
Sin el tuit de Javier Milei no había negocio. El escándalo del proyecto crypto $LIBRA deja expuesto al Presidente de la peor manera, sin una explicación que le reste responsabilidad en lo que fue una estafa de millones de dólares a gente común de la Argentina y otras partes del mundo.
Su investidura le impide apelar al tranquilizador resguardo de la ingenuidad. El viernes pasadas las 19, desde la cuenta de X que siguen 3,8 millones de personas, presentó como “un proyecto privado para incentivar la economía argentina” lo que cualquier operador con mínimos conocimientos del mercado podía sospechar que era una trampa cazabobos digital.
Parecía una invitación a invertir. Los fans libertarios así lo interpretaron cuando empezaron a difundir mensajes celebratorios y promesas de apostar sus ahorros a la fija que le cantaba su líder.
La moneda virtual $LIBRA valía cero antes del tuit de Milei (se creó muy poco tiempo antes), creció exponencialmente en los minutos posteriores y empezó a derrumbarse a medida que decenas de expertos presentaban sus dudas en público. Algunos oficialistas, como Martín Menem (presidente de la Cámara de Diputados) no reparó en que al momento de repostear a su jefe la red social de Elon Musk ya añadía a los mensajes sobre $LIBRA una advertencia de que podía tratarse de un engaño del tipo rug pull. Esto es, inflar un activo de manera ficticia para desaparecer rápidamente con los fondos cuando hayan entrado suficientes incautos (rug pull significa “tirar de la alfombra” y describe lo que les pasa a los inversores).
Los influencers libertarios entraron en pánico en plena noche y empezaron a especular sobre si la cuenta presidencial habría sido hackeada. Pero Milei le confirmó a Bloomberg que no era así; el mensaje era de él. Dejó el tuit al aire durante más de cuatro horas y media, incluso lo fijó (una práctica habitual para potenciar la relevancia de un posteo).
Nadie del Gobierno dio explicaciones durante las horas de confusión en la que el dinero se esfumaba de manera irremediable y quedaba en manos anónimas. El propio Milei, pasada la medianoche, se encargó de comunicar que él no tenía nada que ver con el negocio, de cuyos “pormenores” no estaba “interiorizado”. No hubo disculpas para los afectados, pero sí un recado para “las ratas inmundas de la casta política” que -a su juicio- quieren aprovechar “esta situación” para “hacer daño”. La víctima era él.
La explicación dejó un sinfín de preguntas sin responder:
-¿Cómo se le ocurrió al Presidente promocionar un proyecto de inversión sin interiorizarse por su contenido, sobre todo cuando las estafas son tan habituales en el mundo crypto, por naturaleza opaco?
-¿Conoce el Presidente a los encargados del negocio que alentó con su prestigio como referente político, institucional y técnico?
-¿Quién le acercó al enigmático Julian Peh, el abogado de Singapur dueño de KIP Protocolo, la plataforma que lanzó $LIBRA? Se conocieron en octubre al calor de una cumbre del sector crypto que Milei cerró con un discurso y que en su día había despertado suspicacias por la escasa trayectoria de sus participantes.
-Peh se despegó del negocio después de haberlo promocionado. Marcó como culpable a un tal Hayden Mark Davis, otro supuesto experto en criptomonedas e Inteligencia Artificial que Milei recibió en la Casa Rosada el 30 de enero. ¿Cómo hizo para saltar el férreo cerco que levanta la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, sobre su hermano?
-¿No le llamó la atención que le pusieran “Viva la Libertad Project” al plan de desarrollo que en teoría iba a fondearse con la nueva divisa digital? ¿No quiso saber más sobre sus objetivos?
-¿Por qué incluyó en su tuit la dirección del contrato inteligente de $LIBRA, lo que ayudó a que los inversores pusieran dinero ya que al ser nueva no estaba en condiciones aún de entrar en las listas donde operan los traders ?
-¿Ningún ministro o funcionario advirtió sobre la inconveniencia técnica o las implicancias legales de que el Presidente promocionara una inversión de estas características?
-¿Por qué tardó más de cuatro horas antes de borrar la promoción cuando las sospechas se habían instalado casi de inmediato? ¿Qué lo llevó a incluso fijar el tuit en su cuenta, lo que potenció las impresiones del mensaje?
-Una vez que estalló el escándalo, ¿se va a abrir algún tipo de investigación oficial?; ¿hay algún responsable político, además del Presidente?; ¿tiene el Gobierno información para identificar a los culpables de la aparente estafa?
La magnitud del caso abre una serie de consecuencias aún impredecibles, que sus opositores más duros quieren escalar hasta un improbable juicio político. El drama de Milei es que para sostener que no tiene ninguna vinculación con el emprendimiento tiene que alegar un profundo desconocimiento en una materia que se jacta de dominar. Es como si tuviera que elegir entre “casta” o “mandril”. Aún así, le tocaría explicar las razones de interesarse de esa manera por un negocio privado, algo de lo que lo previenen a un presidente artículos del Código Penal y de la Ley de Ética Pública.
Le queda el desafío de aportar transparencia para aclarar lo sucedido, acaso la única salida digna para remediar un papelón que demolió en tiempo récord no solo una moneda de mentirita sino también la autoridad idealmente sagrada de la palabra presidencial.
© La Nación
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