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sábado, 11 de enero de 2025

El dilema del erizo

 Por Carmen Posadas

¿Les he comentado alguna vez mis impresiones sobre el pesimismo? Soy pesimista irredenta, siempre me pongo en lo peor. Pero, precisamente por eso, solo me llevo sorpresas agradables. “…Uy, qué suerte, pensaba que tenía una enfermedad mortal y, según esta analítica, estoy como una rosa…”. “Uf, qué aliviooo, me han llamado para el trabajo que yo quería…”. “Mira tú qué bien, resulta que Juan (o Juana o quienquiera que sea según el caso) muere por mis huesos y yo sin darme cuenta…”. No crean, no soy la única socia del Club de los Agoreros y Agonías. Estoy en muy buena compañía. Desde Séneca a Nietzsche pasando por Marco Aurelio son muchos los que han glosado sus bondades. Entre ellos Schopenhauer, el padre del pesimismo moderno, y uno de mis pensadores favoritos. 

Sus teorías sobre cómo conducirse en la vida son la antítesis de esos bestseleros libros de autoayuda según los cuales basta con ser positivo blablá y desear algo con la suficiente fuerza blablablá, para que todos tus deseos cumplan. Él en cambio dice que la vida es dura y que para bandearse en ella lo fundamental es aquello tan viejo del “Conócete a ti mismo”. Porque cada persona es un mundo y lo que funciona para unos para otros es un desastre. Aun así, apunta también que hay enseñanzas generales que resultan útiles como por ejemplo lo que llamó el “dilema del erizo” y que él explica con esta fábula. Un día de crudo invierno un grupo de erizos se percató de que si se acercaban entre ellos se sentían bien, protegidos y amainaba el frío así que se arrimaron aún más solo para hacer otro descubrimiento no tan agradable. Cuanto más se acercaban más dolor les causaban las púas de sus vecinos. Decidieron separarse y de nuevo arreció el frío, por lo que fueron cambiando la distancia hasta encontrar la separación óptima (o al menos la más soportable) para no morir de frío ni hacerse daño. La fábula esconde una sensación que todos hemos tenido alguna vez. Acercarse a otros es reconfortante, da seguridad y calor. Pero acercarse demasiado genera conflictos, malentendidos, se presta a abusos y maldades. De ahí las desilusiones, las traiciones, el dolor. Por eso es importante saber medir la distancia que uno quiere mantener con los demás. Hay gente por ejemplo que elige una cierta lejanía afectiva sacrificando así el calor de la proximidad. Los hay en cambio ―y quizá este colectivo sea el más numeroso― que prefieren la cercanía incluso a sabiendas de que otros nos herirán con sus púas. ¿Qué clase de erizo es usted? ¿De los que guardan distancias o de los que se arriesgan a ser heridos? Sea cual sea su elección lo importante es saber que tanta una opción como otra tienen su precio. Explica también Schopenhauer que la gente pesimista establece una cierta separación aún a riesgo “de pasar frío” mientras que a los optimistas el miedo a la soledad o al rechazo los lleva a intentar acercarse a los demás aun a riesgo de ser lastimados. Por eso es tan importante el conócete a ti mismo. Como ustedes habrán ya adivinado, yo soy de los erizos precavidos. No digo que mi elección sea la ideal. Hace bastante frío lejos de la manada, pero me evito muchos pinchazos y aguijones. Además, tal como les decía antes, al ponerme siempre en lo peor solo me llevo sorpresas agradables. La mejor de todas, descubrir que, a pesar de tanta cautela, de vez en cuando exponerse a ser herido no está tan mal. Si uno sabe que existe esa posibilidad y trata de entender que todos somos erizos y por tanto pinchamos (muchas veces sin siquiera pretenderlo), todo es más fácil de entender. Entender. He aquí para mí la palabra clave, sobre todo en lo que a las relaciones amorosas se refiere. La mayoría de las veces, lo que más duele de un fracaso es no comprender la actitud y la conducta del otro. ¿Por qué me dejó? ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé? Y la respuesta es que el amor es tornadizo, irracional tal como viene se va, de ahí los aguijonazos del otro. Pero el amor tiene también su parte racional y aquí es donde entra en juego la sabiduría del erizo. El truco está en encontrar en este mundo de puercoespines aquel con el que uno consiga el mejor equilibrio posible entre calor y dolor.

© www.carmenposadas.net

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