Fiódor Dostoyevski
Por David Toscana
En sus memorias ¡Tierra, tierra!, Sándor Márai cuenta sobre un pariente que apoyaba a los nazis. Cuando le pregunta por qué, el pariente responde: “Tú eres incapaz de comprenderlo porque tienes talento. Yo no tengo talento, así es que necesito el nacionalsocialismo”. Luego agrega en tono de revancha: “Ahora se trata de nosotros, de los que no tenemos talento. ¡Ésta es nuestra oportunidad!”. Márai califica así estas últimas palabras: “Una extraña actitud de confesión, como el héroe de una novela rusa”. ¡Cuántos alemanes sin talento! Y no hace falta talento para escuchar a Bach o a Schubert.
Esto ocurre apenas en la página cuatro del libro. Ahí me detuve largo tiempo, pues Márai me puso a pensar sobre este asunto. ¿El hombre sin talento se ve atraído hacia el nazismo o hacia cualquier forma de totalitarismo? Por el contrario, ¿la libertad y la democracia requieren de más talento e imaginación?
Cuando Márai compara a su pariente con “el héroe de una novela rusa”, pudo pensar en muchos de estos personajes de actitud confesional, sobre todo dostoyevskianos. Por ejemplo Marmeládov, que en Crimen y castigo siente la necesidad de confesar todas sus miserias a Raskólnikov, a quien ni siquiera conoce; o en el protagonista de Memorias del subsuelo. Pero el lector tenderá a pensar que por sobre toda la literatura rusa, Márai está pensando en Los demonios.
En esta novela tenemos el talento como uno de los grandes temas y, en consecuencia, el tema de la falta de talento. “A mí me parece que cada cual tiene derecho a hacer uso de la palabra, y si yo quiero expresar mi opinión como cualquier otro…”, dice un personaje sin talento para hablar, y aunque asegura tener muchas ideas, le cae encima esta sentencia: “Si no sabe hablar, cállese”.
La igualdad parece un valor deseable en las sociedades, ¿pero cómo alcanzarla? Así habla Verjovenski: “Ante todo, rebajar el nivel de cultura, de la ciencia y del talento… No queremos talento ni inteligencia… A Cicerón se le corta la lengua, a Copérnico se le sacan los ojos, a Shakespeare se le lapida…”. Y concluye: “Los esclavos deben ser iguales: sin despotismo no ha habido nunca ni libertad ni igualdad, pero en el rebaño ha de haber igualdad”.
Los románticos imaginaron mayor igualdad y armonía en el remoto pasado de la prehistoria. Es más fácil igualar a los seres humanos en la ignorancia que en la ilustración.
Hitler fue pintor sin talento. Luego armó su venganza persiguiendo a pintores talentosos.
Desde siempre, al poder le ha estorbado el talento. Esto queda claro en la historia que nos cuenta Heródoto. Periandro envía un emisario para preguntar al tirano Trasíbulo qué medidas debe tomar para conservar el poder. Trasíbulo no dio respuesta de palabra. Simplemente llevó al emisario a un trigal y comenzó a mochar cada espiga que sobresalía para después tirarla al suelo. Periandro “se percató de que le aconsejaba asesinar a los ciudadanos más destacados”. También Stalin lo entendió. Muchos jefes de Estado lo siguen entendiendo, y es que el talento es por naturaleza indomable.
Volviendo a Los demonios, tenemos esta actitud de confesión: “Yo soy un hombre sin talento, y solo puedo dar mi sangre y nada más, como todo hombre sin talento”.
En su cuento El talento, Chéjov cambia esa “sangre” por “carne de cañón”. Habla de tres pintores, pero la metáfora puede extenderse a cualquier actividad. “Los tres son víctimas de la implacable ley por la que entre centenares de principiantes que ofrecen esperanzas, sólo dos o tres alcanzan la suerte, mientras los restantes quedan fuera de sorteo, pereciendo después de haber servido únicamente de carne de cañón”.
El talento es asunto importante en la literatura rusa. Iván Goncharov le dedica al tema toda una novela: Una historia corriente. “¿Cómo se reconocería y se desarrollaría el talento si los jóvenes reprimieran esas tempranas tendencias, si no dieran libre curso a sus sueños, sino que siguieran, como esclavos, el camino señalado, sin probar sus fuerzas?”.
En Doctor Zhivago leemos esto: “También hay gente de talento. Pero hoy se han puesto muy en boga círculos y asociaciones de toda clase y cualquier gregarismo es el refugio de la mediocridad”. Recordemos que la palabra “gregario” proviene de la palabra en latín “grex”, que significa manada o rebaño.
En las memorias de Sándor Márai, se van los nazis y llegan los soviéticos. Vuelve entonces el asunto del talento entre intelectuales y escritores. ¿Quién se vende al poder? “El escritor de escaso talento y carácter poco fiable”, nos responde Márai. Y nos cuenta que “la dirección del Partido recibía con los brazos abiertos a todos los que pudieran serles útiles en la fase inicial. El escritor de escaso talento y carácter poco fiable obtenía un cargo en el Partido y tenía así la posibilidad de figurar, la ocasión de desfilar con amable condescendencia y deleitarse con la cálida idea de haberse convertido en el nuevo Soberano de los Escritores, al igual que le sucedía al enano de circo Zoli cuando, caracterizado de payaso, se ponía la chistera para hacer de gigante”.
Llegaron entonces los carentes de talento a juzgar y despreciar a los talentosos. “Iban apareciendo los nuevos agentes de la autoridad, los árbitros y los jueces marxistas que aseguraban que habían cambiado las normas de la valoración literaria. Unos chapuceros sin talento alguno se atrevían a escupir sobre los autores y sus creaciones. Y nadie les preguntaba con qué derecho osaban juzgar, y tampoco nadie les recordaba la responsabilidad de la crítica artística.”
El propósito era, como en Heródoto, cercenar las espigas que destacaran.
En las artes, humanidades o en la política, para quien quiera emular a un héroe del pasado, dejo esta reflexión de Juan Pablo Forner en su Exequias de la lengua castellana. “El talento inferior no puede copiar del grande sino los defectos”.
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