Por Roberto García |
Uno queda en falta cuando llega tarde a una cita y debe justificar el retraso. Ni hablar del daño en contra cuando trata de aclarar razones por un pecado. Pero la Iglesia perdona. Al revés de las mujeres, la Justicia o la opinión pública, jamás olvidan. Al Gobierno le ha ocurrido este trance político en la semana: no hay explicación que valga o suficiente para negar un pacto con el cristinismo, sea por su colaboración en el entierro de la ley de ficha limpia (que apuntaba presuntamente a eliminar a la viuda de cualquier competencia electoral) o por la dura travesía para convertir en ministro de la Corte Suprema a Manuel García Mansilla y Ariel Lijo, ambos envueltos en una situación paradojal: Lijo, a pesar de ser el más cuestionado en público, ya dispone de los votos en el Senado para integrar tribunal como aseguró el peronista José Mayans –tanto que hasta podría ser aprobado esta semana si el Gobierno lo desea–, mientras el casi ignorado García Mansilla no suma voluntades ni para salvar siquiera su paso en la comisión del cuerpo. Raro el cuadro, con más hojas que un alcaucil para alcanzar el corazón.
El pacto de Milei con Cristina: inmediata respuesta de un innegable vocero oficial para negarlo. El gordo Dan sostuvo, para excusar la deserción de La Libertad Avanza en el Congreso durante dos semanas consecutivas, que si en los Estados Unidos hubiera existido “ficha limpieza”, Donald Trump no hubiese sido elegido presidente. Más confesión que disculpa. Por otra parte, adolescente explicación, como si el huevo tuviera que ver con un laminado en frío. Desopilante. Luego, más maduro, el Gobierno se corrigió tenuemente vía un jefe de Gabinete condenado a salvar las castañas del fuego en más de una ocasión, quien a esta altura puede invocar: siempre me llaman para el velorio y nunca me invitan a la fiesta. El certero ejemplo no proviene del autor de la nota, obvio, demasiada inteligente la reflexión. Guillermo Francos argumentó entonces con desvíos de veterano ilusionista que el acuerdo atribuido a su gobierno con la viuda de Kirchner, sea por el caso Lijo y García Mansilla o por la renovación de Martín Menem al frente de la Cámara de Diputados entre otras transacciones imaginables, no correspondía a la Administración que integra. Como no alcanzó su explicación, el propio Milei intervino e invitó a una de las opositoras más encendidas en Diputados, Silvia Lospennato del PRO, para diseñar una nueva ley de “ficha limpia” que nítidamente prohíba a Cristina ser una posible candidata en las elecciones del año próximo en la provincia de Buenos Aires. Casi un favor ese proyecto a la exmandataria, el que será tildado de proscriptivo. Como si se vetara que un diputado no pudiera ser elegido porque no terminó el colegio secundario. Discutible constitucionalmente, amén de una cantidad enorme de famosos que uno quizás hubiera deseado verlo sentado en una banca.
Esta deriva afectó a los mandones de la política oficial, lease Karina de Kirchner y Santiago Caputo & adláteres (Guillermo Garat y Mario Lugones), los peaky blinders sin freno ni voluntad para doblar en las curvas. Implica a Milei, claro, el socio-autor de esa teoría que rinde jugosos frutos aplicada a la Economía. El propio ministro Luis Caputo arguye: “Tengo el cargo más cómodo, me piden plata, no se las doy porque no hay, y si insisten mucho le traslado el pedido a Milei que es más inflexible que yo”. Sin embargo, lo que vale en una disciplina no rige en otra, sobre todo en la política, enemiga de las ciencias duras, de los resultados únicos. Y, por ejemplo, cuando los dos grandes perdedores –Mauricio Macri y Axel Kicillof– se sulfuraban por un arreglo que a ellos los apartaba del futuro electoral, de repente las contingencias de una nueva “ficha limpia” parecieron recuperarlos. Al menos la promesa. Primero, porque al ingeniero lo salvó la réplica de su propia gente al anterior proyecto frustrado –en él habían sido cómplices algunos PRO– y, segundo, debido a que el gobernador empieza a respirar ante el avance de Cristina en su provincia. Puede seguir en la guardia, medio asfixiado, diciendo que no es conveniente romper a pesar de la insistencia de numerosos intendentes, en actividad o no, que le insisten y le reclaman una actitud más furiosa contra una mujer que se le mete cada vez más en el distrito con actos semanales y con la insolencia de tratarlo de “chiquito” o “nene”.
Si no te pronunciás –le cuestionan– vas a convertirte en un títere más, en un Alberto Fernández quien nunca se atrevió a desafiarla, destino negro que ahora no desea ningún ciudadano (hasta Julio Vitobello, luego de vivir con Alberto, ahora parece que no lo visita en Puerto Madero). Claro, el encierro no le gusta a nadie, aunque el exmandatario no se aburre en el departamento prestado, ya que se niega a salir a la calle como si una horda lo fuera a linchar. Nunca vivió la realidad. A Kicillof, en un popular restaurante de Ezeiza lo reprendieron varios jefes peronistas y municipales, interesados en congelar a Cristina como a Walt Disney. Nadie sabe aún si el gobernador se resiste a esa misión por temores a la influencia de la viuda en el peronismo Conurbano, encuestas titubeantes –aunque a él no le va mal en los sondeos–, o a una sabia y conveniente espera. Está claro, sin embargo, que difícilmente vuelvan a ser socios políticos él y ella: entre ambos, se terminó la fe, la confianza, quizás la sumisión.
Y, para colmo, Kicillof soporta en su casa la mayor tensión, su esposa –Soledad Quereilhac– poco intervino en la vida política de su marido, pero duerme con él y ahora se rebela contra Cristina. La razón: la pareja, en particular Alex, nunca pasó peores momentos en su vida cuando ella y su hijo Máximo le intervinieron la Gobernación, lo redujeron como a un pigmeo, desalojando entre otros al confiable Carlos Bianco, por los dictados de Martín Insaurralde como jefe de Gabinete y rector de la Provincia. Fue inolvidable ese marginamiento del gobernador, él tampoco lo olvida ni lo perdona. Menos la mujer. Justo, además, intervencion y sometimiento por un enviado de ella que se jacta de vivir de las mujeres, de su exesposa Jesica, cuando todo el mundo creía lo contrario.
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