Por Nancy Sosa
En casi todos los gobiernos argentinos, antes y después de la última dictadura militar de 1976, hubo intenciones explícitas de refundar la Nación, o de reconstruirla. Casi todos los Ejecutivos de turno manifestaron su vocación de transformar el Estado, como símbolo de sus idearios.
Militares y civiles produjeron la oscilación ideológica polarizada que obligó al pueblo entero a observar y padecer los manejos, y desmanejos, de decisiones francamente delirantes en no pocas ocasiones. Basta pensar en el proyecto devastador de José Alfredo Martínez de Hoz, la hiperinflación que obligó a Raúl Alfonsín a adelantar la entrega del poder, la convertibilidad y el famoso “uno a uno” de Carlos Menem, la crisis brutal del gobierno de Fernando De la Rúa, la corrupción y el asistencialismo prebendario de Néstor y Cristina Kirchner, la tibieza del liderazgo de Mauricio Macri y la inoperatividad de Alberto Fernández y Cristina de Kirchner.
En el siglo XXI, los arribos al poder político exacerbaron las pretensiones de los extremos de disputar la hegemonía de modelos económicos antagónicos que generaron pésimos resultados, de los cuales se favorecieron sectores minoritarios, sean éstos la clase política dominante ahora denominada “la casta” o grupos financieros y productivos afines al gobierno nacional.
En ambos casos se produjeron crisis institucionales de envergadura, luego de un período en que los mesianismos, por su mala praxis, pusieron al país de cabeza con el objetivo de satisfacer sus ambiciones ideológicas: llevaron al pueblo de izquierda a derecha, sin escalas, y a la pobreza más absoluta.
El actual presidente Javier Milei, que acaba de celebrar su primer año de mandato, es quizás la expresión más alta de la ambición de imponer algo más que un liberalismo o un neoliberalismo. Sin pelos en la lengua repite cada vez más seguido: “odio al Estado”, y se ríe cuando suelta que lo va a destrozar “desde adentro”.
Ni siquiera propone una revolución liberal, sino fuertes emociones que trasmiten su vocación individual de generar un desmadre inusitado. El mandatario, imbuido de su personaje preferido, vocifera venganzas como si fuera un enviado del cielo para trastocar toda la historia argentina. Es una nueva mística dentro del poder, apoyada en la dureza de un conjunto de decisiones mediante las cuales aspira a aplicar un rigor sobre la sociedad, otra vez refugiada en el estado de servidumbre.
Milei no tiene en cuenta la idiosincrasia del pueblo argentino, todo el año lanzó improperios irrepetibles contra los fantasmas de sus enemigos, recreados al mismo estilo que el kirchnerismo durante 16 años. No tiene un Ernesto Laclau, maestro en la construcción de los enemigos de la izquierda, pero tiene a mano el manual de Steve Bannon, creador de los nuevos liderazgos liberales y autor de la famosa frase: “los enemigos del poder son los medios de comunicación”.
El hombre acaba de salir de prisión después de cuatro meses de cumplir una condena por negarse a proporcionar documentos sobre su acción personal para beneficiar a Trump en la elección contra Joe Biden, hace cuatro años. Salió distinto. Ahora le advierte a Donald Trump que en Estados Unidos se viene una crisis fenomenal: “la crisis se viene gestando desde hace años” y a “finales del 2024 e inicios del 2025 las consecuencias serán devastadoras”, anunció.
Bannon habla de la necesidad de una austeridad y de enmarcar la lucha económica que se avecina como una elección entre “proteger a la clase trabajadora o proteger a los ricos del sacrificio financiero”. Parece mentira que este genio del marketing de las redes hoy se preocupe por los trabajadores y la clase media.
Este hombre es uno de los promotores del Nuevo Orden, Milei sigue el libreto y amenaza con una batalla cultural para cambiar la cabeza de los argentinos. Por el momento, en su tiempo de mandato, el presidente argentino tomó fuertes decisiones para conservar el déficit cero, buscar el equilibrio fiscal sin lograrlo del todo, reducir la inflación de un modo espectacular y emparejar los números para pedir otro auxilio al Fondo Monetario Internacional. Los 15 mil millones de dólares son el objetivo desde que asumió.
Muchos intelectuales y economistas elogiaron la bravura y los logros del hombre que insiste en que la pobreza argentina está disminuyendo y que los jubilados ganan ahora más dólares que antes y se pueden comprar los remedios.
Milei, como varios de sus antecesores, exhibe un gran desprecio por el pasado argentino, detesta a los “zurdos y a los progresistas”, a los peronistas, a los radicales, a los socialistas; solamente él ve gobiernos comunistas en gran parte del planeta, y acusa por esa cuestión a otros mandatarios latinoamericanos. La realidad de los últimos meses lo hizo recular en sus expresiones y a tragarse los insultos contra China y Brasil, por conveniencia. Ahora se acepta en el círculo áulico que se volvió pragmático.
Sin embargo, no se distingue de otros mandatarios cuando exige sacrificios e inmolación a la población, o les reclama a los empresarios y a las Pymes que aprendan a competir. No regula en los casos de abusos patronales ni a las prepagas, no controla el aumento desproporcionado en los precios de artículos de primera necesidad, no interviene ante la depresión de los salarios y las jubilaciones, tampoco en los aumentos descontrolados de las tarifas de los servicios, del transporte y el combustible. Hasta ahora debe al electorado la eliminación de impuestos que prometió. Claro, él es más que un liberal, es un libertario anarcocapitalista, que entiende la libertad en el sentido de que “cada uno se las arregle como pueda”.
Es la lógica del actual gobierno. Y esa lógica incluye las fantasías de grandeza, tan poco disimuladas. Mientras tanto, los argentinos viven un dilema, no saben si las decisiones del poder responden a un buen juicio. Nadie sabe muy bien en qué lugar ponerse cuando la figura más poderosa sostiene que está gobernando para “la gente de bien”. ¿A qué gente de bien se refiere? Quien escribe recuerda que en su infancia se le decía “gente de bien” a personas de la clase alta.
En medio de tantas contradicciones hay acuerdo generalizado en que la Argentina debe tomar otro rumbo, muy diferente al que planteó el “montokirchnerismo”, arrastrando una rémora de los años 70 como una ensoñación inútil y harto perjudicial. No fue revolución, apenas un deseo de tener el poder que dejó al país en estado de reconstrucción, otra vez.
Le dieron a Milei la posibilidad de afirmar hoy, ante algunos periodistas movileros -a los que no insultó- que este año de su gobierno es el “primero de la reconstrucción del país”.
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