Noviembre 2024. 400 empresarios asistieron a una cena en
el Yacht Club Puerto Madero. (Foto/X)
Por Sergio Sinay (*)
En 2017 el Goncourt, premio literario francés creado en 1986 por el escritor Edmond de Goncourt, fue otorgado al novelista, dramaturgo y cineasta Éric Vuillard por su novela El orden del día. A diferencia de otros premios que se conceden como resultado de negociados editoriales o precontratos firmados sotto voce con agentes y/o escritores y basados en cálculos de marketing, el Goncourt entrega solamente 10 euros a su ganador y se lo adjudica una obra ya publicada. Las tramoyas quedan acotadas.
Vuillard lo ganó con una novela de apenas ciento cuarenta páginas, publicada por una editorial pequeña, pero no necesitó más para lograr un relato despojado, sombrío y estremecedor. Cuenta cómo Hitler, antes de lanzarse a devorar Europa, sometió a Austria sin derramar sangre con el consentimiento, el silencio y hasta la admiración larvada de los mismos austríacos y de la camarilla de gobernantes europeos de la época. Leer esas páginas es asistir, con escalofríos, al modo implacable en que una pitón engulle y tritura una cabra o un pequeño ciervo.
Todo comienza en la novela de Vuillard, que responde a la realidad, con una reunión secreta efectuada en febrero de 1933 en el Reichstag, Parlamento alemán. Esa reunión, que no estaba en el orden del día (de ahí el título de la obra), fue convocada por Herman Göring, creador de la Gestapo (brazo armado y guardia pretoriana de Hitler) y reunió a veinticuatro empresarios, que representaban la crema del poder económico germano. Apellidos como Krupp, Siemens, Opel, Bayer, Vogler, Loewenstein, entre otros, estaban en esa mesa acompañados por patriarcas de las familias. El objetivo de la reunión era que estos poderosos conocieran en persona al pequeño, iracundo e inclemente Führer. Y que dijeran cuál sería el aporte contante y sonante de sus empresas (entre las que estaban BASF, BMW, Agfa, Allianz, Telefunken) a la misión de Hitler, quien les prometía acabar con el comunismo, con el sindicalismo y poner a Alemania en la cima del mundo dejando atrás décadas de malaria. Todos salieron de la reunión entusiasmados y dispuestos a colaborar, como en efecto lo hicieron.
“Nunca se cae dos veces en el mismo abismo, pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y pavor”, reflexiona Vuillard en el final de la novela, tras relatar de modo escueto, asertivo, con impecable uso de verbos, adjetivos y metáforas todo lo horrible que siguió. El estremecimiento alcanza su cúspide cuando en las breves páginas finales nos cuenta cómo todos siguen hoy allí, impunes, haciendo sus negocios, ajenos a la tragedia que propiciaron. “Pero, escribe Vuillard, la historia está ahí, diosa sensata, estatua erguida en la Plaza Mayor” y se le rinde tributo, a modo de propina, con pan para las aves.
La historia es, en fin, extrañamente circular y va recogiendo testimonios por los caminos y los lugares más insólitos para, tiempo después, entregar su relato. El miércoles 13 de noviembre de 2024, cuatrocientos empresarios asistieron a una cena en el Yacht Club Puerto Madero, con la que se lanzó la Fundación Faro, un reservorio libertario, cuyo fin es “preparar cráneos”, liderado por el escritor y ensayista ultraderechista Agustín Laje, sostén ideológico de Javier Milei, ambos presentes en el evento. Mientras en los discursos se prometía una guerra contra la izquierda económica, cultural, política e ideológica (febriles obsesiones libertarias), el orden de ese día mostraba a la Argentina retirándose de la Cumbre mundial contra el cambio climático y rechazando, en soledad ante el mundo, las políticas de protección a mujeres y niños. Los asistentes pagaron US$ 25 mil el cubierto. El índice oficial de pobreza es de 52,9%. La historia, diosa sensata, observa.
(*) Escritor y periodista
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