viernes, 22 de noviembre de 2024

Las Fuerzas del Cielo: entre Galimberti, la Cámpora y Capusotto

 Micky Vainilla, el personaje de Capusotto.

Por Carlos Salvador La Rosa (*)

En marzo de 1973, cuando el peronismo ganó en forma rotunda las elecciones presidenciales (con el apoyo incluso de casi la totalidad de los que no lo votaron) tras la promesa del General Perón de retornar para reconstruir la unidad y la paz entre todos los argentinos, a los pocos días, su delegado juvenil -el tristemente célebre Rodolfo Galimberti- afirmó que se crearían milicias populares armadas para sostener al gobierno peronista contra la oligarquía y los militares.

Perón en el acto lo echó de su cargo, pero Galimberti no estaba diciendo ninguna mentira. En pocos meses, cuando el General asumió la presidencia, esas “milicias populares”, asesinaron al jefe de la CGT, José Ignacio Rucci (principal aliado de Perón) y desde allí la violencia no pararía sino que se multiplicaría al infinito en una historia conocida por todos.

La semana pasada, un militante mileista que responde a Santiago Caputo, el gordo Dan (quien el mes pasado sostuvo que lo que importa para tener un cargo en el Estado más que la capacidad es la lealtad ideológica a Milei), presentó una nueva agrupación, “Las Fuerzas del Cielo”, a la cual denominó como el brazo armado, la guardia pretoriana del presidente, para cuidar la pureza ideológica del movimiento y combatir contra los “zurdos de mierda”.

Hasta allí los parecidos históricos son notables. Pero como ya lo sabemos, lo que en historia la primera vez se da como tragedia, su repetición suele acontecer como farsa. Resulta que, según afirmaron después los responsables del acto, del arma que estaba hablando el gordo Dan era de un celular, no de un “fierro”, y que haber gestado un escenario y discursos al estilo de los que Mussolini y los fascistas producían para identificarse como la reencarnación reaccionaria del imperio romano, fue una joda para que los periodistas “canallas” (toda la prensa independiente en general) cayeran y los hicieran conocer nacionalmente.

Cosa que efectivamente lograron porque tuvieron gran publicidad, como en su momento la tuvo Galimberti. Pero no se entiende muy bien en qué beneficia hacerse conocer como fascista y proponiendo brazos armados, cosa que a juzgar por la historia argentina de las últimas décadas, no es un tema para bromear y que a la gente no le gusta nada (incluso a sus votantes). Más bien parece que se les fue la mano con la jodita porque sus intenciones violentas son por demás creíbles y entonces después debieron dar marcha atrás con esa excusa patética de lograr difusión nacional mediante el sensacionalismo.

Aunque, seamos justos, Galimberti secuestró y asesinó en serio y en serie, mientras que estos muchachos más bien parecen salidos de un sketch televisivo de Peter Capusotto, concretamente de un personaje: el de Micky Vainilla, al que wikipedia define con estos términos: “El personaje es una sátira del estereotipo elitista que, convencido de su superioridad, aprovecha cualquier ocasión para expresar su desprecio hacia los que considera inferiores, ya sea por su etnicidad, condición social, vestimenta, etcétera. Normalmente intenta explicar sus prejuicios mediante razonamientos cada vez más absurdos que indefectiblemente terminan traicionando su pensamiento fascista y xenófobo, despertando el repudio tanto del público como del entrevistador, con resultados humorísticos”.

La única diferencia es que Capusotto es un gran humorista que hace reír en serio, mientras que estas fuerzas del cielo hacen llorar más que reír, cuando no dan pena con su modo de historieta.

"La rebelión de las elites" de.Christopher Lasch y "La Caída Final" de Emmanuel Todd. Lasch explicó en los años 90 las causas profundas por las cuales podría surgir un Trump, con una precisión impresionante. Tood explicó en los años 70 las causas profundas por las cuales en poco tiempo el mundo comunista se derrumbaría, también con una precisión impresionante. No fueron profetas, simplemente supieron ver lo que estaba ocurriendo en las aguas subterráneas de la historia, antes de que éstas salieran a la superficie. Hoy sus lecturas o relecturas son poco menos que imprescindibles.

Que el presidente libertario, quien acaba de reconocer en una reciente entrevista que se propone lograr “en lo económico, capitalismo de libre empresa y en lo político, la democracia liberal republicana con control de poderes” (lo cual está muy bien porque todos los que lo votaron comparten esas ideas), haya sabido o no de esta payasada fascistoide, es algo que ignoramos.

Nadie hace eso en nombre del capitalismo liberal o de la democracia republicana. Pero ocurre que Milei agregó un tercer objetivo en la entrevista, sin el cual cree que no podrán triunfar los dos primeros: el de la batalla cultural. Y es desde ese lugar donde sus Fuerzas del Cielo pueden asirse para llevar a cabo sus estrambóticas propuestas en sus alucinantes escenarios mussolinianos.

Sin embargo, no es que Milei no tenga algo de razón en eso de la batalla cultural, porque es cierto que el kirchnerismo, durante dos décadas, adoctrinó e ideologizó todas las instituciones que pudo tratando de inculcarles el pensamiento único oficialista a la mayoría de sus miembros. Lo hicieron en todos los lugares donde pudieron, en las escuelas, en las universidades, en los institutos culturales, artísticos y científicos. Le daban préstamos para hacer cine a directores militantes cuyas películas no veía nadie y aprobaban delirios en el Conicet considerando estudios científicos a cientos de biografías apologéticas de Néstor Kirchner, por ejemplo. Colonizaron una facultad como la de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de la Plata, donde entre otros delirios le otorgaron un premio destinado a la excelencia periodística a Hugo Chávez.

Reiteramos, en eso Milei tiene bastante razón, pero ante la herencia recibida, lo que corresponde es des-adoctrinar a todas esas instituciones, no desfinanciarlas o cerrarlas. O algo aún peor: cambiarles una doctrina por otra. Que eso parece ser, según indican muchas presunciones (y las “Fuerzas del Cielo” explicitan de la manera más vulgar posible) la batalla cultural. No señores, cuando se trata de luchar contra un adoctrinamiento que ha quitado imparcialidad y objetividad a las instituciones que les pertenecen a todos, la batalla cultural debe ser devolverles precisamente esos adjetivos.

No es un combate de fachos contra comunistas, eso aparte de demodé es peligroso y no arregla nada sino que empeora todo. No sabemos si es eso lo que quiere Milei, pero sí estamos seguros que es lo que definitivamente quieren las “Fuerzas del Cielo” que se presentaron en sociedad. Hablan como Galimberti, pero actúan como Micky Vainilla porque Peter Capusotto dice con humor lo que ellos se creen en serio.

Si uno quiere librar una batalla cultural contra el corporativismo y las regulaciones excesivas, debe hacerlo quitando privilegios sectoriales, volviendo al principio de la igualdad ante la ley. La desregulación debe servir para eso, no para cambiar una doctrina por otra. O sea, si la batalla cultural la hace Milei con las propuestas de Sturzenegger, está en todo su legítimo derecho de pelear para que el liberalismo gobierne en vez del estatismo, porque para eso fue votado. Esta es su hora por legítima decisión popular.

Pero si lo hace con el gordo Dan, o el Profe Alvarez (el hijo del Gallego Alvarez, el legendario jefe de la agrupación Guardia de Hierro que quería ser el doctrinario de Perón, como ahora su vástago lo quiere ser de Milei) o Agustín Laje (el que más se parece físicamente y de pensamiento a Micky Vainilla) o con Nicolás Márquez (defensor explícito de Pinochet y de la noche de los bastones largos de Onganía), estamos jodidos. Esos quieren adoctrinar tanto o más que los kirchneristas. Y gracias a Santiago Caputo, su referente político principal, están muy cerca del poder real mileista. No son marginales aunque actúen como tales.

Los Kirchner crearon sus propias milicias, aunque nunca las llamaron armadas por más que rindieran culto retrógrado a los Montoneros: La Cámpora tenía como misión adoctrinar en la ideología K, incluso combatiendo contra la doctrina peronista tradicional. Hacían escupir carteles de periodistas en las plazas (paradójicamente a los mismos periodistas que hoy insultan Milei y los suyos, quiénes nunca agreden a los seudo periodistas militantes de uno u otro lado, sino a los que son creíbles por su pensamiento independiente y crítico, desde Morales Solá hasta Ernesto Tenembaum, desde Jorge Fernández Díaz hasta Jorge Lanata o Marcelo Longobardi, quiénes por otro lado piensan distintos unos de otros). Qué casualidad que las milicias camporistas de ultraizquierda y las milicias mileistas de ultraderecha consideren sus enemigos a los periodistas más reconocidos por la sociedad tanto en la era kirchnerista como en la mileista.

Es increíblemente paradojal pero exactamente los mismos comunicadores de opinión fueron acusados y condenados de neoliberales por el kirchnerismo y ahora de comunistas por los mileistas. Y como los ladrones creen que son todos de su misma condición, los acusaban y acusan también de corruptos. Habiendo tantos para acusar en serio, sobre todo los militantes oficialistas que se autotitulan periodistas, que los hubo kirchneristas y los hay mileistas. Y esos sí que son ensobrados.

A diferencia de las milicias de Galimberti y Firmenich, las milicias kirchneristas ocuparon el Estado, cobraron suculentos sueldos, engordaron y se hicieron burócratas. Y hoy peinan canas en casas y autos lujosos. Reivindicaban a los montoneros pero no agarraron las armas como ellos, sino que se aburguesaron porque les gustó más el modo de vivir del enemigo ideológico que del cumpa revolucionario. Las remeras que usaban llevaba la estampa del Che Guevara pero eran marca Lacoste o Jean Cartier o alguna aún más cara y exclusiva.

Lo más seguro es que las Fuerzas del Cielo estén más cerca de La Cámpora que de las milicias armadas de Galimberti, y que se achanchen en el poder que hoy ya están gozando creyendo que vienen a cambiar el mundo por derecha, como los otros lo querían cambiar por izquierda. Unos son las copias exactísimas de los otros. Y ambos, en el fondo, no pasan de ser mucho más que copias truchas de las grandes creaciones del gran Capusotto. La única diferencia es que unos se parecen más a Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero, y los otros a Micky Vainilla, el cantautor facho.

(*) El autor es sociólogo y periodista

© Los Andes (Mendoza)

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