Por Félix V. Lonigro (*)
Las diferencias entre Javier Milei y Victoria Villarruel, son definitivamente indisimulables; pero, a su vez, no estamos ante un hecho inédito, sino que, por el contrario, los desencuentros y recelos entre presidentes y vicepresidentes, se han convertido en un clásico en la historia de nuestro país.
El cargo vicepresidencial tiene una insólita ambigüedad institucional, porque, por un lado, porta notorias debilidades, pero, por otro, muestra ciertas fortalezas. Veamos.
El vicepresidente, en la Argentina, tiene dos roles institucionales bien definidos: el primero es reemplazar al presidente en caso de ausencia; el segundo es presidir el Senado.
En el primero de esos roles, el vicepresidente tiene una tarea en expectativa, por cuanto simplemente “espera”, para reemplazar transitoriamente al presidente cuando éste se va del país o cuando está enfermo; y “espera” reemplazarlo definitivamente, asumiendo la presidencia cuando el primer mandatario fallece, es destituido o renuncia. En definitiva, en este rol principal que tiene asignado el vicepresidente, es un verdadero “suplente”.
Es por ello que la Constitución, además, le asignó una función cotidiana, cual es la de presidir el Senado; pero aún en esta tarea de cada día, más allá de presidir los debates y administrar a esa Cámara legislativa, el vicepresidente no es legislador, es decir, no participa en los debates ni vota leyes, salvo en caso de empate.
A estas “debilidades” institucionales, se le suman otras: los vicepresidentes están “condenados” a caer en las oscuras redes del olvido, ya que muy poca gente suele acordarse de quienes lo fueron, y el cargo que ocupan es prescindible, ya que no hay obligación constitucional de reemplazarlo en caso de ausencia.
En efecto, solamente en dos oportunidades se reemplazó al vicepresidente de la Nación: en 1928 había triunfado la fórmula Yrigoyen-Beiró, pero éste último falleció antes de asumir el cargo, motivo por el cual, el entonces Colegio Electoral designó a Enrique Martínez; y en 1952, al fallecer Hortensio Quijano, antes de asumir la segunda presidencia con Perón, se convocó a elecciones y triunfó Alberto Teisaire.
Sin embargo, a pesar de las referidas “debilidades”, por otro lado, la del vicepresidente es una figura con destacadas fortalezas, por cuanto, al ser elegido mediante el voto popular, tiene legitimidad democrática de origen, y, en consecuencia, aun cuando tuviera disidencias con el presidente, éste no puede removerlo de su cargo. Además, como si ello fuera poco, está en la primera línea de la sucesión presidencial, y de repente, tal como ocurrió seis veces en la Argentina, de ser un “suplente”, puede convertirse en presidente de la Nación, y quedarse con todo el poder político.
En efecto, ello ocurrió cuando Carlos Pellegrini debió reemplazar a Juárez Célman; cuando José E. Uriburu hizo lo propio con Luis Sáenz Peña; cuando Figueroa Alcorta asumió el cargo de presidente, por fallecimiento de Manuel Quintana; cuando Victorino de la Plaza hizo lo mismo al fallecer Roque Sáenz Peña; cuando Castillo reemplazó a Ortiz, y finalmente, cuando María Estela Martínez reemplazó a Perón.
Como lo señalé antes, la relación entre los presidentes y vicepresidentes no siempre fue óptima. Tuvieron problemas Sarmiento con Alsina, Yrigoyen con Enrique Martínez, Ortiz con Castillo, Perón con Teisaire, Frondizi con Gómez, Menem con Duhalde, De la Rúa con “Chacho” Alvarez, Kirchner con Scioli y Cristina con Cobos.
Obsérvese un detalle: ninguno de los cinco presidentes argentinos que gobernaron durante más de un período (Roca, Yrigoyen, Perón –durante tres-, Menem y Cristina Fernández), repitió a su vicepresidente en su segundo período. Roca tuvo, como vicepresidente, a Francisco Bernabé Madero en su primera presidencia, y a Norberto Quirno Costa en la segunda. Yrigoyen gobernó con Pelagio Luna en su primera presidencia, y con Enrique Martínez en la segunda.
El caso de Perón fue particular, porque si bien tuvo como vicepresidente a Hortensio Quijano, entre 1946 y 1952, y la fórmula fue reelecta para el período 1952-1958, éste falleció antes de asumir la segunda gestión, motivo por el cual Perón asumió solo, y luego, convocadas nuevas elecciones para designar al nuevo vice, triunfó el peronismo, que llevó como candidato a Alberto Teisaire. Veintiocho años más tarde, Perón inició una tercera presidencia con una vicepresidente diferente: su esposa María Estela Martínez.
Mientras tanto, Menem tuvo como vicepresidente a Eduardo Duhalde en su primera gestión, y luego a Carlos Ruckauf en la segunda; y finalmente Cristina Fernández gobernó con Cobos en su primera presidencia, y luego con Amado Boudou en la segunda.
Como se puede observar, la relación entre los presidentes y vicepresidentes, ha sido compleja en un tercio de los períodos presidenciales que se desarrollaron en nuestro país; por eso, no llama la atención lo que está ocurriendo en la actualidad, máxime cuando Victoria Villarruel es una dirigente política en ascenso, que ha demostrado astucia e inteligencia en el ejercicio de su rol al frente del Senado, y que tiene por delante un promisorio futuro político.
Cuando efectivamente se producen problemas entre los presidentes y vicepresidentes, muchos afirman que éstos deberían abandonar el cargo si no están absolutamente consustanciados con aquellos a quienes han acompañado en la fórmula. Sin embargo, vale la pena poner de relieve que, la Constitución Nacional, hasta prevé y admite la posibilidad que un vicepresidente pertenezca a la oposición. En efecto, la Ley Suprema dispone que, en el caso de ausencia del vicepresidente, el Congreso es quien debe decidir si procede una nueva elección (Art. 75 Inc. 21). Si ello ocurriese, es obvio que todos los partidos políticos estarían habilitados para presentar candidatos para ocupar la vacante vicepresidencial, y, en consecuencia, un candidato opositor podría ocupar el cargo si el pueblo así lo decidiese.
En definitiva, hay luces y sombras en las figuras de los vicepresidentes argentinos. Habrá que ver si, en el caso de Milei-Villarruel, las “luces” de Villarruel, encandilan demasiado al jefe de Estado.
(*) Abogado constitucionalista y profesor de Derecho Constitucional en la UBA
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