viernes, 22 de noviembre de 2024

El Gordo Dan, brazo armado y cerebro obnubilado oficialista, ¿a dónde apuntará un Milei con más poder?

 Por Marcos Novaro

El grupo de influencers que quiso presentarse en sociedad como la “orga” oficialista más fanática, una suerte de “Cámpora libertaria”, ignora de los frenos que operan, todavía, en nuestra vida política contra las conductas violentas. El presidente podría aprovechar la oportunidad para despegarse de ellas.

En junio de 2008, Néstor Kirchner organizó y lideró una patota conformada por amigos tan violentos como él, entre los que destacaban Luis D´Elía, Hebe Bonafini y Guillermo Moreno, que se dedicó durante un buen rato a pegarles a manifestantes ruralistas en Plaza de Mayo, justificándose en la idea de que “la plaza es del pueblo y no de la oligarquía”. El episodio, que se repetiría esos meses en varios otros escenarios y con nuevos protagonistas, condenó al expresidente a un masivo rechazo social que lo acompañaría hasta la muerte.

¿Cuán cerca o cuán lejos está Javier Milei de hacer algo parecido junto al Gordo Dan y algunas otras criaturitas de similar catadura? Por ahora, bastante lejos. ¿Es factible que alguno de esos personajes violentos ocupe un cargo relevante en la gestión, tal vez la Secretaria de Comercio? No, al menos por ahora.

Pero igual sería bueno que él pusiera la mayor distancia posible de estos personajes y sus actos; bueno para el propio Milei y para el país. Entre otras cosas porque Santiago Caputo, quien inspira y emplea a gente como esta, sí tiene un rol descollante en el gobierno actual.

El “brazo armado” de La Libertad Avanza

Para que Milei dé ese paso, el propio Gordo Dan ha hecho una gran contribución en la presentación en sociedad del “brazo armado” del oficialismo.

Porque al autodefinirse en dicha ocasión como ese “brazo armado”, dio a entender que podemos estar muy cerca de que suceda lo que muchos temen y contra lo que vienen advirtiendo: que la violencia verbal que caracteriza al ileísmo desde sus inicios se convierta, legitimada por la reiteración y la falta de frenos oficiales o externos, en violencia física. Dado que para eso se usan los brazos armados, no para sostener celulares.

Y porque la controversia desatada con esas palabras no va a desactivarse ni mucho menos pasar al olvido con las tontas explicaciones que han dado los conmilitones del Gordo en cuestión y de Santiago Caputo. De ahora en más, cada vez que algún oficialista hable de las “Fuerzas del Cielo” le van a preguntar, legítimamente, no como chicana, si las suyas son las del brazo armado o del desarmado, si está de acuerdo o no con la violencia política que acompaña a esa expresión, y contra quiénes eventualmente la pretenden ejercer y para qué.

Todas cuestiones que al Presidente le conviene entonces descartar desde el vamos. Como sucedió con su condena a las Tres A a raíz del abrazo de Victoria Villarruel con Isabel Perón, al respecto Milei sacaría ventaja si aprovecha la oportunidad para trazar líneas rojas que no va a sobrepasar, y no se hace el distraído sobre los temores que existen sobre su posible deriva. Porque a la larga, de otro modo, va a tener muchos más problemas. Primero porque los que coquetean con la violencia se van a sentir autorizados a hacerlo cada vez más, y segundo porque todos los demás van a dar por supuesto que eso es lo que cabe esperar y temer de su gobierno, más allá de si en los hechos él confirma o no ese pronóstico.

Lo que no hubiera pasado, claro, si desde el principio Milei y su gente no se hubieran proclamado contrarios a toda forma de moderación, porque la consideran una tonta vía hacia la impotencia y el fracaso. Y no hubieran elegido la violencia verbal y la descalificación de los adversarios y disidentes como forma de acorralarlos, amedrentarlos y movilizar la bronca de los votantes.

Referido a lo cual conviene prestar un poco más de atención, de lo que en general se presta, a las funciones que cumplen estas expresiones violentas en el proyecto oficial.

El Gordo Dan es un provocador

Y en eso, no se diferencia en nada del propio Milei. Ambos recurren a la sobreactuación de sus planteos para polarizar al máximo las discusiones en que intervienen y poner a los adversarios a la defensiva, identificarlos con el pasado y el fracaso y debilitarlos a ojos del público. Igual que ha hecho desde el comienzo de su carrera política Donald Trump, utilizan para ello con maestría las armas del populismo.

Y de ello se desprende, en lo que hace ya no al sentido común y la razonabilidad que debería practicar el presidente a este respecto, sino a los que les convendría echar mano sus opositores, que la mejor forma de reaccionar a estas estrategias no es ni minimizarlas o ignorarlas, ni tampoco dramatizarlas y escandalizarse, sino comprenderlas y ponerlas en su lugar.

Para lo cual lo primero que conviene señalar es que ellas parten de una premisa que, en las actuales condiciones en que se desenvuelve la lucha política, local y global, tiene indudable pertinencia: la crítica al liberalismo iluminista, podríamos decir más llanamente “progresista”, por su excesiva confianza en que los valores y las reglas que defiende se van a imponer por su propio peso, y por tanto no necesitan de ningún recurso defensivo particular contra los de sus enemigos, quienes caerán a la corta o a la larga subyugados por la evidencia de su superioridad, tanto intelectual como práctica. Frente a esa concepción “desarmada” del ideario liberal, para ponerlo en palabras que ahora gustan usar los libertarios, ellos propugnan una “combativa”, frente a enemigos que ciertamente no se van a dejar convencer con meras discusiones y argumentos.

Y puede que se justifique considerar en estos términos no pocos desafíos y conflictos que tienen por delante: es el caso sin duda cuando se enfrentan concepciones estatistas e intervencionistas fuertemente institucionalizadas, o corporaciones y otros actores que abrazan un populismo radicalizado. Pero en otros resulta en fantasías paranoicas, tan nostálgicas como reaccionarias, de las que difícilmente vaya a resultar ningún reformismo efectivo: es el caso en casi todo lo que se alude con las denuncias sobre la “degeneración de los valores familiares”, o de la “internacional colectivista” u otros tópicos recurrentes en el ethos mileista.

Claro, un Milei eufórico como el que vemos hoy seguramente no tendrá ningún incentivo para atender a la diferencia entre una cosa y la otra. Y crea que su espíritu combativo y mesiánico, “armado” hasta los dientes, es lo recomendable para encarar todos los asuntos que debe resolver, o que cree tener que resolver. Y si ese Milei se enfrenta, encima, con una oposición alarmista y reactiva, la peor combinación va a terminar dándose.

© TN

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