Por Pablo Mendelevich |
Aunque una de las banderas del gobierno libertario es la simplificación burocrática, hay cosas que Milei debería aprender del peronismo. Ponerle “Centro Cultural Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento” al “CCK” tal vez no vaya a pasar a la historia como uno de sus mayores aciertos.
¿Qué quiso hacer? ¿Despartidizar el palacio al que Cristina Kirchner llamó Néstor Kirchner? ¿Y entonces para qué intercaló “libertad” en el nuevo nombre, palabra insignia de su propio partido, objeto de veneración mediante el bravío grito laico que sostiene la continuidad coreográfica de los tiempos proselitistas con los tiempos presidenciales?
No hace falta irse muy atrás para recordar cómo termina siempre Milei sus discursos. Al del acto del sábado celebrado en el nuevo “Palacio Libertad” también lo abrochó con los tres “viva la libertad carajo” de rigor, mientras despotricaba contra los que atacan “las ideas de la libertad, que son las ideas del progreso”. Libertad es un concepto de amplitud ilimitada, está en el Himno y en el Preámbulo, pero no hay duda de que en la Argentina de 2024 en cierto contexto político se activa como contraseña oficialista. Tanto lo es como la expresión soberanía política, independencia económica y justicia social para el peronismo.
Lo de ponerles dos nombres a una misma cosa sigue la línea del subte porteño, espejo de un hábito del metro parisino al parecer inspirado en el problema que padecen los políticos con la sobredemanda de homenajes. Dado que la multitud de próceres con los que los políticos tienen compromisos es mayor que la cartelería vacante, en lugar de ampliar la red del subte les pareció mejor echar mano a nombres de a pares: “Malabia-Osvaldo Pugliese”, “Independencia-Santa Mama Antula”, “Once-30 de diciembre”.
Nadie sabe cómo se acostumbrará la gente a decirle al taxista cuando se dirija al ex CCK. “Libertad/Sarmiento” tiene el inconveniente de que uno podría ir a parar a una esquina que queda a trece cuadras del centro cultural. “Lléveme al CCPLDFS” tal vez no favorezca la fluidez del diálogo con el taxista. Los libertarios más ardientes dirán “voy al Palacio Libertad, carajo”. Quién sabe cómo se ambientará el resto.
Juan Domingo Perón no fue superado en toponimia populista desde que jerarquizó en 1951 a Chaco y La Pampa como provincias nombrándolas respectivamente “Perón” y “Eva Perón”. Aquello fue una penetrante ola autolaudatoria, la más grande que haya habido. Un culto a la personalidad que acabaría cancelado manu militari por la Revolución Libertadora. El péndulo al taco: no sólo se prohibió entonces la calle Perón sino decir Perón por la calle. En los setenta la historia demostraría que la impiadosa cirugía “gorila” no había sido eficaz en términos de suprimir, domesticar o cuanto menos encoger al peronismo tal como lo pretendía el sector militar alineado detrás de Aramburu, que venía de cortarle la cabeza a Lonardi (“ni vencedores ni vencidos”) por considerarlo intolerablemente tolerante.
Bajo la segunda presidencia de Cristina Kirchner se recreó la pulsión de raíz estalinista de esparcir por doquier monumentos del líder -Néstor Kirchner estaba recién muerto- y bautizar con su nombre calles, avenidas, plazas, hospitales, escuelas, estadios, salones, represas, gasoductos, terminales de ómnibus, aeródromos, piletas climatizadas y más de un cordón-cuneta. La mayoría de esos bautismos aún perdura. El más importante es el gasoducto Presidente Néstor Kirchner, que hoy transporta 11 millones de metros cúbicos de gas por día, aunque debería estar transportando 39.
De la fiebre toponímica de los años cuarenta y cincuenta, curiosamente, queda una muestra, por demás significativa. Al aeropuerto de Ezeiza, el más importante del país, oficialmente se lo sigue llamando Ministro Pistarini. Es por el ministro de Obras Públicas de Perón, un general germanófilo que hasta había sido un abierto simpatizante de Hitler. Su apellido lo repiten a diario por altoparlantes los comisarios de a bordo de todos los aviones que están por aterrizar en Ezeiza. Pistarini no sólo se encontraba vivo cuando Perón le puso su nombre al aeropuerto. Caso único, estaba parado al lado suyo, en funciones como ministro.
Pero Milei el sábado ahorró toda entrelínea. Habló, sí, de “dejar atrás a los políticos que arrastraron al país a la decadencia y a la humillación”. No mencionó directamente a Néstor Kirchner ni al kirchnerismo ni al peronismo, mucho menos recordó la placa de mármol de la entrada que con tipografía cuasi romana dice: ESTE EDIFICIO FVE REINAVGURADO EL XXI DE MAYO MMXV y a continuación homenajea a los cuatro artífices: la presidenta Cristina Kirchner, el ministro Julio Miguel De Vido, la ministra de Cultura Teresa Parodi y el secretario de Obras Públicas José Francisco López, éste mucho más recordado, seguramente, por haber arrojado nueve millones de dólares a través de las paredes de un convento que por haber quedado tallado en mármol (si bien no se puede descartar que ambas cosas se hallen relacionadas).
También elude todo lo que puede mencionar al desplazado Néstor Kirchner el decreto 897/2024. Para referirse al lugar en cuestión lo llama Centro Cultural del Bicentenario, el primer nombre que tuvo. Sin embargo, enseña en los considerandos: “la denominación de edificios y espacios públicos, monumentos históricos y afines en ningún caso debería responder a intereses políticos, dado que desvirtuaría la finalidad y el significado cultural de los mismos, confundiendo lo público con lo partidario y le harían perder la neutralidad propia de estos lugares, excluyendo a aquellos que no comparten una misma mirada política”.
Igual que el discurso de Milei, el texto del decreto hace foco en Sarmiento, cuya asunción, el 12 de octubre de 1868, se conmemoraba el sábado pasado. Sarmiento merecía el recuerdo no sólo por su extraordinario aporte a la educación y porque el revisionismo lo maltrató injustamente sino porque es su nombre uno de los dos que se le estaba poniendo en ese acto al centro cultural. Pero al ensalzar el aniversario Milei se salteó el detalle de que hasta 1928 (segundo mandato de Yrigoyen) todos los presidentes, no sólo Sarmiento, asumieron un 12 de octubre, fecha que también se restableció en 1963 para Illia y en 1973 para Perón.
Su forma de ver la historia le quita iluminación a las metas institucionales, ahoga los claroscuros, desdeña las complejidades en favor de un reparto de extremos. Santos y ratas.
La fecha reapareció en escena, esto ya es algo risueño, para justificar el propio decreto de necesidad y urgencia. Dice el DNU: “(considerando) que atento a la proximidad de la fecha de la conmemoración de la asunción de la Presidencia de la Nación de Domingo Faustino Sarmiento, se hace imposible seguir los trámites ordinarios previstos en nuestra Constitución Nacional para la sanción de las leyes, y ello además dificultaría actuar en tiempo oportuno y es entonces del caso recurrir al remedio constitucional establecido en el inciso 3 del artículo 99 de la CONSTITUCIÓN NACIONAL, en el marco del uso de las facultades regladas en la Ley Nº 26.122″. En otras palabras, hubo que hacer un DNU porque se precipitó el 12 de octubre de hace 156 años. ¡Se nos vino encima! No dio tiempo a mandar una ley al Congreso para desalojar el nombre de Néstor Kirchner.
© La Nación
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