Por Jorge Fernández Díaz |
“El presidente cipayo del movimiento vendepatria libertario rechaza la agenda extranjera y globalista que el gobierno nacional y popular hubiera aceptado de rodillas y con la cola”, ironizó esta semana el Gordo Dan, comandante supremo de las milicias digitales de las fuerzas del cielo y una suerte de Boogie El Aceitoso de los anarcocapitalistas argentos. Javier Milei no tardó en respaldar con énfasis esa ocurrencia, tal vez porque define a la perfección la paradoja del momento: el insólito giro “emancipatorio” que esgrime nuestra nueva derecha para rechazar el debate abierto por la mayoría de los países en el seno de la Naciones Unidas.
Aquí resulta bien interesante recordar cómo muchos intelectuales de izquierda advirtieron durante años que la globalización debía ser resistida a toda costa, puesto que consistía en una presunta triquiñuela de los países más desarrollados para sacarles más ventajas a los menos favorecidos. Luego fue evidente que ocurrió todo lo contrario, y que Estados Unidos y Europa –por efecto de esa mundialización de la economía– perdieron potencia y que varias repúblicas emergentes la ganaron: ese es precisamente el origen de la decadencia y el malestar que parió a los populismos de derecha en el primer mundo durante la última década, y es por eso que algunos de ellos muestran incluso sesgos proteccionistas.
La profecía progre resultó falsa y nadie pidió perdón, pero con ella revivieron aquellos floridos relatos antimperialistas hoy en completo desuso. El quid de la cuestión es que por lo general la historia y los dioses del destino no se detienen, suelen reírse de los pronósticos y sorprenden con sus imprevistas vueltas de tuerca: el diálogo global creció exponencialmente con la globalización, y los preocupantes desajustes –desigualdades, pobrezas extremas, analfabetismo crónico, serios riesgos ecológicos– cobraron mayor visibilidad, y comenzó a tejerse en consecuencia una conversación sistemática con el objeto de intentar atenuarlos. Para los derechistas de nuevo cuño la globalización pasó de ser entonces un eventual paraíso a un posible infierno, dado que engendraba de pronto una “agenda de corte socialista”, e ideas de potencial consenso que repugnan a quienes no conciben que los nuevos megamillonarios de la revolución tecnológica –el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el 95% de la población total– tengan que poner el hombro con aportes e impuestos, y se avengan a las reglas democráticas. O dicho en términos más filosóficos: comprendan la necesidad de estudiar y activar –en defensa de la raza humana– medidas específicas y reparatorias en distintas latitudes para que el darwinismo económico y social no convierta a la civilización en un campo natural de exterminio, en una anarquía o en un polvorín amenazante. Ser lobista de esos nuevos magnates resulta muy rentable, y hacerlo con la coartada de que cualquier intervención en el mercado es una inadmisible acción “comunista” y que la “dictadura global” quiere imponernos de paso la teoría de género y la legalización del aborto representa un reduccionismo: es cierto que la cultura woke juega allí su baza, pero también que existen resistencias y relativizaciones desde la sensatez y la ecuanimidad, puesto que estas discusiones abiertas son protagonizadas por especialistas de todos los colores e ideologías, y el liberalismo, que es un pensamiento profundamente humanista, forma parte esencial de ellas. Pero la derecha populista y el libertarismo en especial son otra cosa, porque se asumen además como “patriotas” y defensores de los “pueblos soberanos” en defensa de la libertad. Sobre todo, en defensa de la libertad de Elon Musk y sus colegas, que comienzan a estar por encima de cualquier gobierno o partido político, y que al fin han encontrado voceros dignos de su causa. Dicho todo esto, no ha errado Milei en algunos pasajes de su controversial discurso, como cuando recriminó a la ONU que le haya permitido el ingreso al Consejo de Derechos Humanos a las siniestras dictaduras de Cuba y Venezuela, o que haya abierto las puertas del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer a delegados del islamismo más extremo que las sojuzga y esclaviza. Para el Gordo Dan, el León estaba sentando allí “las nuevas bases doctrinarias del mundo libre”. Ya se sabe: los argentinos le podemos dar cátedra a cualquiera, incluso en la misma semana en que mostramos a la comunidad internacional nuestros astronómicos y vergonzosos números de pobreza e indigencia; herencia indiscutida del modelo kirchnerista, pero con 11 puntos de agregado que pertenecen a la gestión libertaria, la misma que para curar al enfermo inflacionario lo ha metido en coma.
Existe en España un refrán gracioso –pasarse tres pueblos y una gasolinera–, que alude a quienes ejercen extraordinaria desmesura o se exceden en cualquier rumbo, incluso en el correcto. El general Ancap y sus muchachos quieren arrancarnos del estatismo más cerril, pero nos llevan a un modelo donde el Estado es ínfimo e indiferente; tanto que todo gasto parece sospechoso e inútil, incluso el que sea necesario para prevenir o apagar incendios pavorosos: total se pueden inventar fake news para aducir que en Córdoba actuaron saboteadores del kirchnerismo cuando la leche ya se ha derramado. Ni calvo ni con tres pelucas, ¿no? Ni la glorificación de Montoneros ni la amnistía a los delincuentes de lesa humanidad; ni el feminismo snob y cancelador ni la idea de que no es necesario proteger a la mujer de la injusticia laboral y la violencia machista; ni los dogmas cerrados del “cambio climático” ni un negacionismo ecológico. Pero ese sentido común, que puede aplicarse a muchos otros temas, les resulta una medianía y una mediocridad a los “revolucionarios” del neoderechismo, que se mide y se piensa de manera especular con su antagonista de la otra vereda. Y es así cómo Milei, queriendo insertarnos en el mundo, acaba de ensartarnos en un lío fenomenal y nos ha emparentado con autocracias oscuras: se pasó tres pueblos y una gasolinera, y lo ha hecho contra las voces foráneas y en nombre de la emancipación. Falta que cantemos todos juntos: patria sí, colonia no.
© La Nación
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