lunes, 16 de septiembre de 2024

El último enemigo es el peor

 Por Roberto García

Se reinicia el torneo nacional con miradas torvas en el pesaje, desafíos e insultos (estúpido, lunático), vuelve al ring la diva Cristina por necesidad o deporte. “Yo quería mi lugar en el mundo, pero me arrastra el remolino”, se excusa como si fuera un capo mafioso mintiendo con el retiro. Falso: no puede contra la Naturaleza, contra su naturaleza. Y enfrenta a Milei desde el púlpito, quien esta noche hará estallar la boletería para nuevos matches: replica el Presidente, ella merece algunas líneas por su ofensa a Milton Friedman, por lo menos. Como se llama uno de sus perros. Aunque el discurso en el Congreso apunta a presentar el tronco del Gobierno en un Presupuesto, una hoja de ruta sobre los próximos tres años. Por lo menos. 

También, claro, serán más explosivos para un espectáculo binario, programas semanales que se profesionalizan con gráficos, cuadros y videos de vieja data, instalándose otra vez la mujer récord con más vidas que un gato, aunque lastima colgarle esa comparación felina en estos escandalosos tiempos de la política. Mejor el Ave Fénix y su eterna juventud. O los salmónidos que recuperan años nadando contra la corriente o aquellos especímenes que se regeneran como la medusa.

Cristina es un clásico como Mirtha Legrand o Susana Giménez, quienes regresan incólumes a la pantalla luego de una temporada en la luna y ciertos tratamientos. Para la imparable viuda de Kirchner cesó el duelo de la derrota, se instala bien aspectada en el escenario bonaerense y decidida a competir hasta en el vestuario con un tailleur cuadrillé blanco y negro, sobrio, fuera de moda quizás, pero lejísimo de esas tristezas que usó como atuendos desde que dejó la Presidencia compartida. En ese rubro de la moda ahora enfrenta a quien el poder le concedió nuevas ropitas, Victoria Villarruel, y a las parisinas colecciones exclusivas de la prima donna de la Municipalidad, Belén Ludueña, consorte de Jorge Macri. Patricia Bullrich y Diana Mondino no se inscriben en la carrera, la hermana Karina tampoco: vestuario monacal, por el momento. Tampoco confronta con Yuyito, a quien ella alguna vez confundió con la soja. Tarde o temprano habrá represalia.

Renacida y vengativa, como la novela biográfica de Michael Punke, Cristina regresa a la provincia de Buenos Aires para no perderla, sea en manos de un enviado mileista o por una diáspora del peronismo afecto a la Casa Rosada. Con partirse en dos es suficiente la catástrofe, la perdición. Y ella, mejor que nadie, sabe que en su partido esa posibilidad no constituye una anomalía, más bien suele ser una causa espiritual, militante, cuando sus adherentes miran la parrilla y el asado desde el exterior. Clave entonces el año próximo, las elecciones intermedias, en ese territorio en el que “no se jode”, como decía su difunto marido luego de arrebatárselo a Eduardo Duhalde. Es su propia existencia, la del hijo Máximo inclusive, con dificultades para monitorear un distrito caracterizado por un cerrado verticalismo. Rara incompetencia que a la madre le cuesta digerir: pensar que lo educaron para Príncipe y puede terminar como un cuzquito. Obligada se encuentra la dama para animarse en la Provincia. Además, ya no dispone de la YPF propia, ni de ingenuos contribuyentes para pagarle el avión al Sur y disfrutar casi todos los weekends con plantitas y rosales, amén de nietos.

Cristina debe enfrentar ese reto personal en la Provincia, intransferible, ya que está negada a nominar un heredero: mala fama por elegidos en el pasado, de Cobos a Boudou, de Kicillof a Scioli, de Alberto Fernández a Massa. Podrá ser la única que mide, que junta gente, que atrapa ciertos jóvenes, pero ni se le ocurre ya mencionar un legado. Tampoco hay un atisbo destacado en ese entorno que la acompaña, sea el veterano asistente Parrilli o el hombre que nunca será Presidente, ni siquiera candidato, Wado de Pedro. Difícil transformar mandaderos en líderes, aunque ella jamás se lo propuso. Puede sorprender que La Cámpora, los jóvenes turcos de Néstor, con tantas disponibilidades económicas no hayan aportado un solo aspirante válido para la Presidencia en veinte años. Son demasiado obedientes, si hasta aceptaron nacer con el nombre de un gobierno cuya primera medida fue liberar al pistolero François Chiappe, quien en aquellos tiempos era una suerte de Escobar Gaviria. Gratis, seguramente.

Vencida ni aun vencida, la exmandataria se interna como una directora de escuela para bombardear a Milei con el tema económico. Como le sobra tiempo, recurre a los libros de Pepe Rosa, habla del Tratado Roca-Runciman, rechaza los 90 de un siglo y los del siguiente, en dulce alegría su itinerario se estaciona en los griegos sin tocar un texto de latín. Le reclama al gobierno de Milei un plan de estabilización, sumándose como vagón de cola a los Broda, Cavallo, Cachanovsky o Melconian que vienen con ese tema desde hace ocho meses. No se sabe si ellos la aceptan como compañía. Impensable este giro en una devota de Basualdo o de Letcher y flía. También le reprocha a Milei, en su recorrido histórico, que haya abjurado de sus promesas electorales sobre la dolarización o el fin del Banco Central: lo demuele como una fiscal certera, aunque al mismo tiempo, seguramente admira a Arturo Frondizi, quien apenas aterrizó en la Rosada borró el libro que lo había hecho famoso sobre el petróleo. Habrá que reconocerle una producción imaginativa, desconcertante. Como la falta de GPS en la Provincia para otros dirigentes no cercanos del Instituto Patria, los Zamora, Pichetto, Schiaretti, Randazzo, Monzó, inclusive el facultativo Manes, Alak, Granados, quizás Massa, eventualmente Rodríguez Larreta, que deambulan en busca de un autor. Como el mismo gobernador Kicillof, de extraordinaria faz caracúlica en el acto de Cristina –tal vez por un dolor testicular–, quien decidió someterse a lo que diga u ordene la dama. Aunque ella ya no lo llama “chiquito” y él la acompaña decepcionado hasta el último destino sin protestar, aunque en el camino termine a las cuchilladas con Máximo, su ahora mayor enemigo. Y como se reconoce, en política el último enemigo es el peor.

© Perfil

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