Año nuevo. La última foto juntos de Fernández y Yáñez, en un hotel de Madrid.
(Captura de video)
Por Sergio Sinay (*)
“Comé las uvas”, le ordena Alberto Fernández a Fabiola Yañez el 31 de diciembre de 2023 a la medianoche, mientras cenan en Hotel Four Seasons de Madrid a razón de 600 euros el cubierto sin bebida y mil euros con bebida. No es una sugerencia amorosa, es una orden. La tradición de las doce uvas para recibir al nuevo año es antigua, y posiblemente también lo sea el lenguaje autoritario de Fernández hacia su (ex) mujer.
En ese momento faltan siete meses y cinco días para que ella lo denuncie ante la Justicia por violencia de género. Fabiola dice contar con pruebas de los golpes que él solía propinarle mientras convivían, siendo Fernández presidente de la Argentina y Yañez primera dama. Allegados a ella aseguran que hay fotos y otros comprobantes. Él dice que es mentira y que lo probará ante la Justicia. ¿Pero se le puede creer a alguien que ha dado, como funcionario y como mandatario, una y mil pruebas de su capacidad de mentir, de negar haber hecho y dicho lo que hizo y dijo, de desvirtuar, manipular y falsear cuestiones documentadas en fotos, videos y grabaciones?
La relación entre los hombres golpeadores y sus mujeres suele repetir una matriz fácilmente identificable y extendida. A la conquista amorosa donde el agresor se muestra encantador le sigue el inicio y la secuencia del vínculo hasta que ocurre el primer momento violento cuando él no ve atendidos sus deseos en tiempo y forma, como lo demanda. La primera violencia puede ser verbal, descalificadora, intimidante, para hacer sentir a la mujer que ella no está a su altura. La siguiente vez aparece el golpe. La culpable será ella, acusada de ponerlo nervioso, de no comprender sus necesidades, de sacarlo de las casillas. Antes del próximo episodio, en el que la violencia irá en aumento, el golpeador pedirá perdón, jurará que no volverá a ocurrir, hará algún regalo oneroso. Ella le creerá (por miedo, por ingenuidad, por conveniencia, por dependencia económica y/o emocional) y sospechará de sí misma, creerá que efectivamente es ella quien lo pone así. Que si se somete a las exigencias, si se convierte en una simple cosa, como él la ve, todo cambiará. Y creará para sí misma un relato en el cual él la ama y ella a él, y solo debe comprenderlo para que sean felices. La espiral no se detiene hasta que, por diferentes causas (hartazgo, recuperación de la dignidad, eficiente apoyo afectivo de personas cercanas y queridas, una terapia adecuada o el despertar de la conciencia anestesiada), ella pone fin al círculo tóxico y destructivo. De los laberintos se sale por arriba, decía Leopoldo Marechal, y tenía razón. No hay otra salida para el laberinto de la violencia. O sí: la tragedia, el femicidio. Yañez, si su denuncia se comprueba, optó por la primera. “Me dijo que no aguantaba más”, contó su abogado. Y se acabó aquello de “Mi querida Fabiola”, cobarde excusa pública que Fernández usó para ocultar su propia infracción al confinamiento en el que había obligado a morir a miles de argentinos durante su mala praxis de la pandemia.
Ahora asistimos a la hipocresía política, mediática y pública de quienes se rasgan la vestidura alegando desconocer lo que seguramente era una comidilla cotidiana en pasillos del poder, los medios y la farándula. Y resuena el silencio vergonzoso y definitivamente inhabilitante de grupos feministas que (así se trate de Yañez o, en otro orden, de mujeres judías violadas y destrozadas por la barbarie de Hamas) muestran ser cómplices y oportunistas. También la sociedad, que perdona y hasta celebra con chistes la violencia de sus ídolos, como Monzón o Maradona, pero actúa como juez impoluto ante personajes indefendibles como Fernández, bien podría revisar sus papeles en este tema. Ya es tiempo.
(*) Escritor y periodista
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