sábado, 31 de agosto de 2024

Milei, Macri y el destino de los puentes rotos


Por Sergio Suppo

Siempre hubo hombres puente en la política argentina. En 2015, Elisa Carrió hizo un claro gesto de acompañamiento y aceptación a Mauricio Macri y provocó un acercamiento decisivo del radicalismo al entonces jefe de Gobierno porteño.

El año pasado, el propio Macri llamó a incorporar a Javier Milei al bloque opositor que se peleaba en una interna cruel para definir quién sería el reemplazante de Alberto Fernández. El expresidente terminó convocando a sus electores a acompañar a los jóvenes que habían adelantado su preferencia por el libertario y abandonado por anticipado Juntos por el Cambio.

Macri fue mucho más claro en su apoyo a Milei que en su preferencia por Patricia Bullrich sobre Horacio Rodríguez Larreta.

Desde aquellos días de la última primavera, el jefe de PRO aguarda establecer un vínculo estable con Milei.

Bullrich se convirtió más temprano que tarde en una incondicional del nuevo presidente y apostó a canalizar el traslado de adhesiones de PRO a La Libertad Avanza. Aun con sus habituales muestras de fanatismo hacia Milei para diferenciarse de Macri, Bullrich no logra ingresar al núcleo de las decisiones importantes del oficialismo.

A Macri no le va mejor. Ofreció ser un socio del Presidente y su gente esperaba ocupar una gran parte de los casilleros vacantes que todavía tiene el Gobierno. Los bloques parlamentarios de PRO fueron los más decididos a votar lo que pedía la Casa Rosada en el primer semestre.

La relación con Milei es personalmente cordial, milanesas mediante, pero un escalón más abajo se cocinan gestos que Macri vive como desprecio. Sospecha, con razón, que su colaboración nunca tendrá una recompensa y que cerca del Presidente crece con fuerza la convicción de que pretende venderle una mercadería que ya tienen: los votos de centroderecha y derecha conservadora que durante varios años concentró PRO.

La relación de Macri con Milei y su gente describe con bastante precisión el filoso relacionamiento que los libertarios eligen tener con el contexto político. En el mejor de los casos, una mal disimulada incomodidad hasta con quienes se acercan para ofrecer ayuda a cambio de una módica retribución política.

Una muestra concreta de la desconfianza hacia Macri y la decisión de controlarlo se solapó con el debut de los servicios de inteligencia bajo el control del asesor Santiago Caputo. Un par de espías fueron descubiertos en Comodoro Py buscando datos sobre el estado de las causas judiciales contra el expresidente.

Macri tiene un problema a plazo fijo: se está equiparando con Cristina Fernández en su decisión de impulsar a Milei, así como la expresidenta impuso a Alberto Fernández, si es que la actual administración fracasa. Si Milei triunfa, el mérito será absorbido exclusivamente por el propio protagonista.

En su defensa, el líder de PRO podrá argumentar que el libertario se había convertido en un fenómeno por sí mismo. Pero los reproches nunca suelen incluir esos matices.

Milei tiene la ventaja del poder y desde el primer minuto decidió no reconocerle a nadie ningún favor por haberlo obtenido, en especial a quienes recela por disputarle algún espacio.

De hecho, la relación con su vicepresidenta, Victoria Villarruel, se quebró antes de asumir, una vez que Milei y su hermana Karina coincidieron en que la número 2 no daba muestras de completa sumisión.

Villarruel es conducida a anticipar su autonomía y el desarrollo de un proyecto político propio. La vicepresidenta había imaginado que le darían el control de un par de áreas del Gobierno, como seguridad y defensa, pero las promesas durante la seducción no se consumaron en la ejecución.

Milei podría estar creando sin querer una adversaria política con un reconocimiento en los sondeos de opinión que iguala o supera sus niveles de aprobación.

Villarruel sumó bastante siguiendo una agenda individual de visitas por el país y dejando claro que tiene una personalidad propia, que por ser menos estridente la convierte en una alternativa al propio presidente. Hasta Cristina Kirchner salió a cortar los falsos intentos de simpatía que empezaron a mostrarse hacia Villarruel desde algunos márgenes del kirchnerismo.

El gobierno libertario encarna un extraño fenómeno de deconstrucción política. Si es natural que un núcleo duro tienda a concentrarse alrededor de un presidente, es sin embargo poco común que en el momento en el que se tienen las mejores condiciones para sumar adherentes y asociados, en la Libertad Avanza se produzcan sonoras desvinculaciones.

El ruidoso despido de la diputada Lourdes Arrieta y del senador Francisco Paoltroni habla de la rigidez de un verticalismo aplicado a rajatabla. Pero también deja ver la precariedad de las relaciones internas y la calidad de sus protagonistas.

¿Villarruel será la próxima expulsada? No, necesariamente. Predomina, sin embargo, una conducta intolerante por encima de la necesidad de mantener y sumar herramientas para la gestión política tanto en la administración como en el Congreso. Semana a semana son despedidos sin miramientos varios funcionarios de distintos niveles.

Esta tendencia al orden por el camino de la obsecuencia y la rápida decisión de excluir hace todavía más importante la otra relación crucial del Presidente: la que tiene con su electorado.

Entre los números de encuestas que mantienen una aceptación que va del 40 al 50 por ciento a Milei empiezan a aparecer plazos para sostener el esfuerzo personal que demanda el ajuste económico.

Establecer el límite temporal de la paciencia social y su hipotético cruce con algún alivio y renovación de expectativas es una clave esencial para la navegación sin sobresaltos del gobierno. El ministro de Economía, Luis Caputo, empezó a repetir en público y en privado que la recuperación de la economía se registra en las planillas desde junio. Y anuncia que en los últimos dos meses del año el número de la inflación empezará con un 0.

Nunca los números influyeron tanto sobre los sentimientos de una sociedad empobrecida y el humor de un gobierno enardecido.

© La Nación

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