sábado, 10 de agosto de 2024

El cuervo y el trozo de queso

Lo que se enseñaba en la antigua Grecia quizás no es 
necesario enseñarlo hoy en la escuela. Pero quizás 
buena parte de lo que se enseña hoy en las escuelas 
tampoco es necesario enseñarlo hoy.

 Imagen generada por IA - Letras Libres

Por David Toscana

Una carta que Voltaire envió a su amigo Damilaville se volvió bastante famosa, especialmente por una frase muy citada. “Quand la populace se mêle de raisonner, tout est perdu”. Voltaire, a su vez, cita a Confucio, quien dijo que había conocido gente incapaz de volverse docta, pero nunca a gente incapaz de volverse virtuosa. El pensador francés opina que a los pobres, aquellos que en el poema de Jorge Manrique son “los que viven por sus manos”, no se les debe educar, sino apenas inducirlos a la virtud. La educación ha de ser para “los buenos burgueses, para quienes viven en las ciudades”.

Los obreros y campesinos “se morirían de hambre antes de volverse filósofos”, dice Voltaire. Su lógica funciona en aquel tiempo, pues esa gente trabajaba de sol a sol, niños y adultos; pero acaba por ser una falacia cuando cambian las condiciones laborales y se reduce la jornada de trabajo.

Quien más famosamente cita la cita es Nietzsche, en Humano, demasiado humano.

El carácter demagógico y la intención de influir sobre las masas son actualmente comunes a todos los partidos políticos: a causa de la intención citada, todos ellos están obligados a transformar sus principios en grandes estupideces al fresco y pintarlos así en las paredes. Nada hay que cambiar en ello, y aun es superfluo levantar siquiera un dedo en contra; pues en este campo rige lo que dice Voltaire: “Quand la populace se mêle de raisonner, tout est perdu”.

Cuando el populacho se pone a razonar, todo está perdido. ¿Perdido para quién? No para los partidos políticos, de acuerdo con Nietzsche. Ningún Estado se atrevería a pronunciar las ideas de Voltaire, pero muchos sí se atreven a aplicarlas. Menos ciencia y más virtud.

Aun educando como se educaba en la Prusia del siglo diecinueve, Nietzsche sentencia: “Todas las escuelas públicas son apropiadas para las naturalezas mediocres”.

Una mejor visión tenía Tomás de Iriarte. Su fábula “El asno y su amo”, comienza con un escritor que dice: “Siempre acostumbra hacer el vulgo necio de lo bueno y lo malo igual aprecio; yo le doy lo peor, que es lo que alaba”. Pero Iriarte propone que el vulgo quiere algo mejor, y si se queda con lo peor, es porque no tiene alternativa. Nos cuenta la historia de un burro que come paja porque le dan paja, pero un día le reclama al amo: “Dame grano, y verás si me lo como.”

Quizás tengas razón, mi querido Iriarte, pero creo que en la televisión los canales de grano cultural tienen menos audiencia que los de paja comercial; algo así pasa también con las editoriales y librerías. La diferencia con la fábula de Iriarte, es que el grano es mucho más caro que la paja, mientras que en asunto de libros, el grano suele ser más barato.

Hay un cuento de Chéjov que cuestiona la educación de los campesinos en tiempos de la servidumbre. El personaje, un pintor, cree que alfabetizar sin liberar solo impone un yugo más pesado. “No necesitamos alfabetización, sino libertad para la más extensa manifestación de nuestras necesidades físicas… No necesitamos escuelas, sino universidades.”

A este pintor le desalienta que se repartan migajas de educación, solo para que los terratenientes se sientan mejor. “El cuervo en algún lugar”, se repite lentamente la lección, “había encontrado un trozo de queso… El cuervo había encontrado…” Y luego de una interrupción, continúa: “El cuervo había encontrado en algún lugar un trozo de queso… un trozo de queso. El cuervo había encontrado en algún lugar un trozo de queso…”.

El cuento es chejoviano, o sea, ambiguo. ¿Tiene razón la mujer que enseña un inútil ABC? ¿O la tiene el pintor?

No sé si haya alguna simbología con el cuervo y el trozo de queso. ¿Quién es el cuervo? ¿Un trozo de queso o toda la enchilada?

La Biblia enseña con eufemismos que Adán y Eva se la pasaban mejor cuando eran dos primates con una conciencia rudimentaria.

Don Quijote también celebra ese mundo primigenio e iletrado del hombre como cazador-recolector:

¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados; y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío! Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto.

Siglo y medio después, Rousseau habría de ganar aquel concurso de ensayo que debía responder si el restablecimiento de las ciencias y las artes había contribuido a purificar o a corromper la moral. Rousseau asegura que las letras y las artes ahogan en los hombres “el sentimiento de la libertad original para la cual parecían haber nacido, los hacen amar su esclavitud y los transforman en lo que se ha dado en llamar pueblos civilizados”, y más adelante agrega: “se han corrompido nuestras almas a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección”.

Hoy se acepta unánimemente que el ser humano debe tener alguna educación de ser humano. No conozco activistas que propongan criar a los niños como hijos de Lucy. Lo que se enseñaba en la antigua Grecia quizás no es necesario enseñarlo hoy en la escuela. Pero quizás buena parte de lo que se enseña hoy en las escuelas tampoco es necesario enseñarlo hoy.

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