miércoles, 24 de julio de 2024

Por qué Milei no baja al llano cuando habla de economía

 Por Pablo Mendelevich

Los gobernantes se desgañitan desde tiempos inmemoriales por traducir al lenguaje llano los más complejos asuntos económicos con el fin de que puedan ser entendidos por todo el mundo. O por todos aquellos cuyo apoyo pretenden. Tarea nada fácil que conlleva dos riesgos. Uno es que el auditorio igual termine sin comprender la mitad de lo que escucha. Y el otro, que crea que comprendió todo a la perfección debido a que un reduccionista desfiguró el tema en el afán por ablandarlo hasta convertirlo en algo que no era.

Es verdad que algunos presidentes antes de explicarle la economía al pueblo -o lo que querían hacer con ella- primero tuvieron que ser instruidos a su vez por asesores o por los propios ministros de Economía. Habrá quien diga que eso se debe a que desde Rivadavia hasta Alberto Fernández las dos profesiones prevalecientes entre los presidentes argentinos, si se incluye a los de facto, fueron la de militar y la de abogado. Sin embargo, no debería caerse en la generalización de que los militares y los abogados no saben de economía.

Quién podría decir seriamente que el general Perón, por ejemplo, era un ignorante en materia económica o que su problema fue que no se supo explicar. Sería absurdo negar a esta altura la proverbial solidez multidisciplinaria del abogado Arturo Frondizi. Entre los presidentes que manejaron de manera más personal la economía está también el caso del abogado y a la vez militar Victorino de la Plaza, un experto en finanzas internacionales al momento de asumir la presidencia, justo cuando se inició la Primera Guerra Mundial.

Repasar viejos discursos de ministros de Economía (un mordaz libro de Enrique Silberstein se ocupa del período 1958-1970) permite ver que la teoría económica no era antes parte importante del menú discursivo como lo es ahora para Javier Milei, además de economista profesor de economía. Las frases legendarias más recordadas de antaño se refieren a traspiés con la negación de devaluaciones luego verificadas o al icónico ajuste de Alvaro Alsogaray admitido como sacrificio colectivo: “hay que pasar el invierno”.

Quien más, quien menos, presidentes y ministros en general trataban de ser entendidos cuando les tocaba hablar de economía por televisión, más allá de que no siempre lo lograban. Pero bueno, tampoco lograban mucho éxito sostenido con las políticas que implementaban.

Con el tiempo y con el surgimiento de los expertos en comunicación quedó establecido que lo relacionado con “la macro” y con “la micro”, balanza de pagos, deuda pública, masa monetaria, déficit fiscal, déficit cuasi fiscal, importaciones, exportaciones, spread cambiario, fluctuaciones de las commodities y cosas por el estilo es preferible que sea despojado de tecnicismos para tornarse digerible por la vulgar gente de a pie. Sobre todo porque sin la confianza de esa gente, suelen decir los economistas, es muy difícil llevar adelante políticas públicas.

Pero el primer economista que llega a la Casa Rosada, también primer presidente desvalido de fuerzas parlamentarias y federales y que sólo se sostiene con el apoyo de las mayorías, está haciendo trizas la teoría del discurso simplificado y accesible.

Cuando se pone a hablar de economía Milei actúa como si su público estuviera compuesto por estudiantes avanzados de ciencias económicas o por alumnos de un máster especializado. Como es el presidente su palabra llega a millones. Entre otros, a un vendedor ambulante del Gran Rosario, un arriero de la Patagonia, un empleado público de la catamarqueña Municipalidad de Londres, una maestra de Río Grande, un sodero de Lomas de Zamora, un delivery de Rauch, un desocupado formoseño. Cabe suponer que la mayoría no entiende lo que dice cuando desgrana adjetivados pormenores técnicos de la economía, pero eso no obsta para que puedan quedar encantados con lo que dice. ¿Cómo se explica la aparente paradoja?

Ser incomprendido era hasta hace poco lo peor que le podía pasar a un disertante, mucho más si se trataba de un gobernante en ocasión de explicar sus políticas. Milei parece haber dado vuelta esa ley básica de la comunicación.

Sus exposiciones, en registro magistral jactancioso, no apuntan a enriquecer la comprensión del auditorio sobre el funcionamiento de la economía. Muchos segmentos son captados, seguramente, por los entendidos. Pero para ser masivamente interpretados están por encima del nivel medio de conocimiento. Con absoluta naturalidad Milei se refiere a los puts, la regla de Tinbergen, habla de solvencia intertemporal, de superávit primario, de rollover, del MULC (Mercado Único Libre de Cambios), por supuesto también de las Leliqs. No es su meta compartir información reservada con el auditorio ni hacer anuncios. Lo que busca es confirmarse a sí mismo como líder excluyente. Líder que conoce el paño como ninguno, que no tiene competidores ni cerca ni lejos, que sabe bien adónde va. Transpira determinación. Habla sin parar pero no es verborrágico: se lo reconoce consistente. No divaga, no se pierde, no se desconcentra ni una sola vez.

Antes que nada se postula superior a los demás economistas argentinos. Los llama sátrapas, deshonestos “intelectualmente”, econochantas, burros, brutos, imbéciles. Repite que “no entienden nada”. Dice que se aferran a sus antiguas visiones ya demostradas erróneas.

Es el combo de probado rendimiento que forjó durante años como panelista de televisión y que relució en estado puro hace dos meses cuando presentó el libro Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica en el Luna Park. Aparte de cantar y de ser entrevistado por José Luis Espert y Manuel Adorni, en el templo del box brindó una clase de teoría económica con profusión de citas de autores austríacos, teoremas, argumentos teóricos, controversias académicas, una de las exposiciones más crípticas que hizo como presidente. Con ese material, extrañamente, fabricó momentos de éxtasis. Generó ovaciones para Adam Smith, abucheos para Marx y repudios furiosos para Keynes, algo infrecuente en mitines políticos. Mucho más en presentaciones de libros.

El viernes pasado reiteró parte del formato al ser entrevistado durante más de dos horas por Alejandro Fantino en Neura Media. Fantino se dirigió a “Javo” como amigo personal. Aunque no ahorró elogios, pocas veces consiguió intercalarse en el monólogo presidencial. Tipito Enojado, un youtuber libertario, hizo esta semana un video ponderativo de tres horas de duración, muy bien editado, con el título “Te explico todo lo que dijo Milei en la entrevista con Fantino”. La reflexión es obvia: si Fantino, inventor del estilo de entrevista que de manera explícita baja al llano inferior los dichos de sus interlocutores, requiere de un exégeta externo es porque algo se salió de norma.

Quien no lo crea puede revisar la grabación de la entrevista en Youtube: el que dispara “pará, pará, pará, pará” es Milei. Lo dice cuando Fantino intenta interrumpirlo para recuperar el control de la charla o, fiel a su hábito, para traducirlo. Milei no se deja traducir.

Y de comunicación, ya lo ha demostrado, sabe mucho. Quizás tanto como de economía.

© La Nación

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