lunes, 8 de julio de 2024

El vocero está de Adorni

 Por Carlos Ares (*)

Repasa la agenda del día con voz melatonina. Demora más que una inteligencia primaria, artesanal, sin conexión a internet, para contar sólo aquello que conviene al Gobierno. Oculta información que después se conoce. Consiente el maltrato a periodistas. Usa el atril de las conferencias de prensa como púlpito para sermonear a los críticos. Si se le suma el costo de mantener el equipo que le frota el ego, le saca brillo cada día, ¿por qué no ahorrar en voceros de Adorni?

Nada personal, con Manuel, el Adorni de turno. Profesional capaz, preparado. Economista, profesor universitario, destacado en su momento como columnista en medios de comunicación. Martín Fierro digital al mejor tuitero en 2023. Uno de los cien argentinos más influyentes de ese año, puesto 83°, según la revista Noticias. Sin dudas, un tipo que en cualquier otro lugar de la función pública sería muy útil, no donde está ahora. Será que un cargo tan al gas requiere mucho currículum.

El “vocero”, o “portavoz”, habla por otro. Resigna algo tan valioso para un funcionario público como la veracidad de su palabra. Todo lo que diga pasa a ser relativo. ¿Cómo confiar sin contrastar en aquello que dice? ¿Cómo se corresponde la calidad de una persona decente con una tarea que casi lleva implícita entre sus obligaciones la de mentir o, al menos, la de callar parte de algo que perjudique la imagen del personaje que en ese momento representa? Al que, a la vez, le toca interpretar.

Nadie se imagina a un Adorni en conferencia de prensa alzando la cabeza de sus papeles en cámara lenta, haciendo una pausa dramática como si le doliera demasiado aquello que debe reconocer, enfrentar. Ante la pregunta, con gesto compungido, demudado, sin reparos, ni excusas, admite que efectivamente el presidente Javier Milei se contradijo, insultó, denigró, acusó sin pruebas, resultó grosero, o se fue de boca y por lo tanto, “sí, efectivamente, corresponde que se las pidan, debe ofrecer las disculpas del caso”.

El puesto es de creación reciente, copia de las películas americanas hasta en la escenografía, ideal para acomodar militantes, pagar favores políticos, poner acá alguno que te sobra allá, como hizo Alberto Fernández con Gabriela Cerruti. En la diaria se usa para distraer, entretener, aparentar, simular, tomar café, conversar en off con los periodistas amigos, tirar de vez en cuando chismes tipo: “está histérico, hace unos días que no va de cuerpo”, “anoche tuvo visita, por ahí la pone y se calma”. El vocero abre la puerta para una entrevista exclusiva, o la cierra, cancela, aprieta discretamente a un cronista, porque “al Presidente no le gustó eso que dijiste, o escribiste”.

En cuanto el designado asume, los mandamientos son: 1) No digas nunca nada que nos comprometa, 2) Si te encuentran en falta, faltá a la verdad, 3) Dale bola sólo a los medios que están a favor, 4) Relatar no es mentir, 5) Si una declaración, documento, mensaje, imagen, o video es incontestable, meté contexto. Ejemplo: “El perro parece que habla, pero ladra, el Presidente parece que lo escucha, pero estaba atento al paseador que no se ve en la foto, las cartas parecen de tarot, pero son de un diseño especial para el truco que el Presidente estaba jugando con Karina”, 6) La culpa siempre es de los otros, 7) Los nuestros nunca son responsables de nada, 8) No hay errores, hay excusas, 9) Ante la duda, “averiguo y te digo”, 10) La gente no es boluda, nosotros tampoco.

El Presidente comunica. Cuenta la historia de la casa, pinta la situación, vende el sentimiento inmueble. El vocero cuelga encuestas sobre las manchas de humedad, de muertos ajenos cuando son de sangre. Recoge los vidrios rotos, los billetes que se caen de los bolsillos, barre bajo la alfombra los versos usados. Cuando las vergüenzas quedan al aire, se acalora, sonríe, recurre al manual, dice “sin comentarios”.

Si bien se mira, por la misma plata se podría poner un Adorni en el ojal de Pettovello, que falta le hace a la pobre.

(*) Periodista

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