Por Carmen Posadas |
¿Díganme, son impresiones mías o el talento cuenta cada vez menos cuando se trata de evaluar una obra artística de cualquier tipo? Algo similar ocurre también en el mundo de la empresa o de la política. A la hora de promover o ascender a un candidato no se miran tanto su inteligencia, su capacidad de trabajo o sus méritos profesionales como otras consideraciones. Por un lado, siempre han jugado un papel para elegir al candidato más idóneo circunstancias que jamás se expresan en voz alta como lo acomodaticio que sea, lo bien que haga la pelota o el hecho de que en modo alguno pueda hacerle sombra al jefe. Pero últimamente a estas “aptitudes”, como ven ustedes tan relacionadas con el talento o la valía personal, han venido a unirse otras que tienen que ver con eso que llaman un perfil.
¿Pertenece, por ejemplo, la persona a la que se va a promocionar a tal o cual colectivo desfavorecido? ¿Cuál es su género? ¿Su etnia? ¿Su edad? ¿Y su situación personal o familiar? Un perfil adecuado en este sentido es un plus muy a tener en cuenta. Lo mismo ocurre en el mundo de las artes. Les pondré un ejemplo que me parece ilustrativo. Al evaluar un libro no se habla ahora de la destreza literaria su autor, lo bien que plantea una historia, tampoco de su originalidad o la belleza de su prosa; lo único que se valora son los temas sociales que trata. En consecuencia, una novela tiene muchas más posibilidades de tener éxito si incluye alguno de estos elementos: una mujer maltratada, un emigrante, un niño o una niñita Down… Por supuesto toda mi simpatía y mi respeto a estas personas. Diré incluso más. Valiéndose de personajes de este tipo, autores como Dickens o Víctor Hugo por ejemplo han escrito obras maestras. Pero no es suficiente con poner un muchacho contrahecho en una novela para que el resultante sea El jorobado de Notre Dame. Hace falta bastante más porque, como decía André Gide, con buenos sentimientos no se hace buena literatura. De hecho, casi siempre se hace pésima, como bien puede verse por los ñocos buenistas que tienen éxito hoy en día. En el mundo del arte, en cambio, la relación entre talento y éxito incluye otros factores. El buenismo juega, es cierto, un papel. Se valora por tanto (ay, si Miguel Ángel levantara la cabeza) el arte que contiene los antes mencionados elementos políticamente correctos. Pero me da la impresión de que juega también un papel bastante relevante el papanatismo y el “síndrome del emperador está desnudo”. Que me perdonen los expertos en esta disciplina, pero ¿tiene sentido que un “perro globo”, de Jeff Koons, valga casi 60 millones de dólares mientras que un retrato de Rafael de Urbino, en la misma sala de subastas, se venda por menos de 30? El verano pasado, convidada a casa de unos coleccionistas de arte, pude ver cómo otros invitados miraban extasiados el techo. La causa de tanto arrobo era una frase escrita en letras adhesivas de esas que se compran en cualquier chino. La frase no la recuerdo pero les aseguro que era una perfecta chorrada escrita en inglés. Pero por lo visto se trataba de una obra de arte de un cotizadísimo artista japonés que dejó a todos estupefactos salvo a mí. Por supuesto ni se me ocurrió comentarlo] so pena de quedar como una filistea. “Mejor papanatas que pasar por ignorante”, suele ser la consigna en estos casos, igual que en el inmortal cuento de H. C. Andersen, ese en el que todos se dejan engañar por unos farsantes. Todos, salvo un niño de corta edad, que es quien dice que el emperador va en bolas. Total, y para resumir, el talento ya no es un criterio para evaluar ni a obras artísticas ni tampoco personas. En realidad nunca lo ha sido del todo, pero varios factores actuales juegan en su contra y achican sus posibilidades de éxito. Por un lado, la antes mencionada corrección política que todo lo distorsiona. Pero por otro está el hecho de que el talento se confunde con otras premisas que nada tienen que ver con él: con la provocación por ejemplo, cuanto más escandaloso, más “artístico”; o con su éxito comercial o el dinero que mueva (ya se sabe, mil millones de moscas, no pueden estar equivocadas) Y así es como se retroalimenta la mediocridad, verdadero antónimo del talento. En el arte, en las empresas, en la política, en todos los ámbitos.
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