jueves, 13 de junio de 2024

Javier Milei, más arquero que nunca

 Por Roberto García

Parecía una jornada infausta para Javier Milei, un miércoles negro. Y terminó luminoso. Más arquero que nunca, le tocó una final por penales con el destino imprevisible del canillita a campeón.

Con las estrellas cruzadas, venía de atrasar un viaje estelar por Europa por las críticas a la diversión turística con su hermana, también de suspender encuentros con reputados dirigentes en el exterior, para recluirse en la doméstica protección de su doliente Sandra Pettovello y, al mismo tiempo, corregir un incendiario discurso contra la ponzoñosa oposición que, según él, le negaba oxígeno para sobrevivir en el fondo del mar, no le aprobaba su ley madre y gestaba un golpe de estado para voltearlo.

Por si fuera poco, hubo que vestirlo de gladiador contra una desconfianza inesperada de los mercados financieros que temían un agravamiento de la infección diarreica en bonos, acciones y, sobre todo, en el riesgo país.

Un miércoles negro, sin frenos ni paradas, por culpa de la ley Bases a la que había descuartizado con la esperanza de que esa mutilación bastara para su aprobación. Parecía una concesión inútil en ese día fatal. Antes de empezar las sesiones en el Senado nadie ocultaba la especie de que ese proyecto bajas calorías se iba a extraviar por falta de votos en el espacio parlamentario, ni siquiera se iba a tratar por carencia de número para el quórum.

Además, el fenómeno opositor estaba acompañado por una acechante movilización democrática — al menos así la invocaban los diversos sectores convocantes— que rechazaban la iniciativa clave de Milei después de 6 meses de gobierno: la pretendían nula, más nula que la Ley Mucci que perdió Raúl Alfonsín al inicio de su gobierno cuando planteó una reforma laboral y, en su defecto, comprometió su estabilidad futura por la mixtura contraria de peronistas sindicales y gobernadores.

Y sin embargo, entre los nubarrones, el arquero presidencial atajo más penales que el rival. Un afortunado profesional frente a los cinco tiros de los doce pasos: 1) Salió la ley con aprobación general (a ser convalidada por diputados en sus observaciones). Al mismo tiempo, los democráticos de la calle hicieron la revolución tirando escombros y piedras, bolitas de vidrio con hondas e incendiando un par de autos: 2) más a favor de Milei, la sociedad se resiste a esa violencia barata.

Justo el mismo día, los chinos 3) le refinanciaron a la Argentina el swap de 5.000 millones de dólares que vencían los próximos dos meses, evitando pérdidas substanciales en las reservas del Banco Central. Y un hándicap a favor de la suba de los mercados y una baja imprescindible del riesgo país (no olvidar que ese índice, en tiempos de Fernando de la Rúa, fue la cantinela repetida que forzó su salida del gobierno, una de las excusas del golpe de estado).

El aval de China es una de las noticias más importantes que el gobierno ha logrado en su mandato de medio año, aunque se desconozcan las garantías o condiciones para su renovación, suponiendo compromisos sobre áreas eólicas en Catamarca o la continuidad de la construcción de represas en el Sur (ya anticipadas en este medio hace más de un mes).

Por la tarde, 4) un moderado Presidente disertó en el Instituto Cato antes de viajar a Europa en pendant con Elon Musk—reiteró la habitual retahíla de ferocidades sobre la casta política y, por supuesto, renovó la ensañada porfía contra sus colegas de profesión— y 5) partió entusiasta a codearse con el G-7 para abrazarse con los triunfadores de un mismo club de derecha en el que comparten la formación del equipo: a menos que uno crea que conservadores y liberales son lo mismo.

Estaba Milei de buen humor en su exposición, plácido, como ajeno a las contingencias del Senado. Se sorprendieron varios que parecían más nerviosos, atentos a las versiones legislativas. Tal vez, como fue arquero profesional, el mandatario sabía que atajar penales es una cuestión de suerte. Y, en la política, mucho más. O, como él recurre a menudo a la fe, imagina que la combinación de las fuerzas del cielo, secretas, impenetrables, lo ayudaban en esa jornada que amaneció enlutada.

Aun así, falta más colaboración de ese mundo insondable para el futuro: el ministro Caputo viaja a los Estados Unidos para demandar una asistencia fresca de 10 mil millones de dólares para consolidar su gestión y los cambios derivados de la Ley Bases (eliminación del cepo, por ejemplo) que exigía el organismo internacional. Raro, como dicen los radicales, que un rockstar como Milei, acostumbrado a los besos con los mayores empresarios del mundo que, ciertamente lo adoran, no le asomen esa cifra que debe estar en cualquiera de sus bolsillos. Ni aun con la garantía de que podrán disponer de todas las desregulaciones del mundo (y, obviamente, desligarse de impuestos) para instalarse en la Argentina. A Mike Jagger no le costaría tanto.

Misma pregunta para el jefe del radicalismo, el rockstar de barrio Martín Lousteau, quien aparentó un mensaje razonable de convencimiento para votar contra la ley, pero que en su alocución no logró persuadir a ninguno de sus 11 correligionarios senadores. Extraño portento, tanto la falta de obediencia partidaria como la incapacidad del jefe para alinear a sus soldados. Debe ser porque ni siquiera se cruza con ellos debido a su personalidad individualista y cierto egoísmo—recordar que le dieron un cargo en la Municipalidad y se lo obsequió a su primo—, menos asiste a las reuniones de bloque partidario como si allí hubiera lepra.

Votó sin compañía partidaria, solo, siendo presidente de la UCR y en oposición a los suyos, luego de ofrecer un discurso apenas cercano a su vanidad en el que ofendió inclusive a los gobernadores de su partido que habían negociado anticipadamente acompañar la norma oficialista. Casi una forma de tratarlos de estúpidos. Siempre los radicales se hacen notar, como Julio Cobos en rebeldía a Cristina con la 125. En esta ocasión no ocurrió lo mismo con Victoria Villarruel.

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