Por Carmen Posadas |
Mi amigo González Glez y yo teníamos unas gambas pendientes desde la pandemia y por fin nos las hemos tomado. Para decir toda la verdad no fueron unas gambas, porque acabamos quedando en El Ateneo y comimos el menú del día, pero el ritual puntúa igual. Cuando nos vemos, que no es muy a menudo, porque él vive siempre en los extremos de la Península, antes en Cádiz y ahora en Costa da Morte, aprovechamos para hablar de lo divino y sobre todo de lo humano, porque tiene una virtud que aprecio mucho, la capacidad ver la vida desde un ángulo digamos que 0.10 grados más agudo o más grave que el resto de la gente. No parece mucha diferencia pero esos 0.10 grados hacen que uno tenga modo distinto de ver las cosas, las mismas que vemos todos solo que con otro enfoque.
Pero bueno, no es de esta cualidad de Monterito de lo que quiero hablarles sino de nuestro almuerzo y de nuestra conversación. Andábamos ya por el segundo plato (él pescado, yo rabo de toro, él agua, yo vino) cuando salió a relucir el tema del I Ching. Se habla poco de este libro hoy en día pero dio la casualidad de que justamente la víspera, al ir buscar no sé qué en la parte más alta de mi biblioteca, se precipitó al suelo mi viejo I Ching y con él un montón de fichas que, en momentos complicados de mi pasado, escribía tratando de encontrar sentido a mi atribulada vida. Durante años fue devota de este ancestral método de… ¿cómo llamarlo?
Para cuando llegó el postre, Monterito y yo ya nos habíamos contado nuestras experiencias con el I Ching y cómo nos había ayudado a conseguir nuestros fines, a despejar tal incógnita, tal duda duda, a elaborar una estrategia, a orientar un plan… Él aseguró que para él el libro había sido, además una fértil fuente de inspiración literaria y yo le conté mi teoría de por qué creía en él. Le dije que, más allá de que, (Carl Jung dixix) , este milenario libro “hable directamente a nuestro inconsciente”, creo que tiene otra ventaja. Pienso que, en realidad, la respuesta a la mayoría de las incógnitas que nos abruman ya está en nosotros. Lo que el I Ching hace por tanto es poner en marcha distintos mecanismos que tenemos y sin embargo no sabemos accionar conscientemente. O, para explicarlo una vez más en palabras de Jung, “el inconsciente reserva soluciones esenciales para los oídos que sepan ponerse a la escucha”.
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