Por Roberto García |
Comentaba risueño un amigo: exclusiva cumbre del opulento G7 en Turín, asisten los dueños de más de medio mundo y, entre ellos, aparecen dos argentinos: el papa Francisco y Javier Milei. Singular trascendencia para un país al que nadie le presta plata porque no suele honrar sus deudas. Entre otras lindezas. Al presidente argentino le calza ese internacional anillo de poder justo cuando en su tierra se clausuró un ciclo y empieza otro: luego de seis meses rebotando en el Congreso, más estragado que el pescado gigante de Hemingway (El viejo y el mar), finalmente el Gobierno obtuvo su ansiada ley Bases bajas calorías como si fuera una reforma constitucional, un nuevo punto de partida. O de llegada.
La norma todavía a consagrar implica el cierre de un capítulo y el desprendimiento de una mochila opositora a la que le reprochaba el fracaso. Curiosamente, desde ahora, a ese sector ya no podrá endilgarle culpas en la narrativa oficial. Ahora esas responsabilidades se trasladan a Milei. Cambian la narrativa y la rendición de cuentas por más que aparezcan expedientes y enjuagues sospechosos del pasado: empiezan los verdaderos cien días de gobierno luego de la obligada siesta legislativa.
El transcurso del agua durante este medio año, sin embargo, ya había mostrado alteraciones. Se advierten en política exterior, al menos. Por ejemplo, el eufórico libertario de Occidente parece que visitará primero a China, a Xi Jinping, antes que a su colega Joe Biden. Obligaciones de Estado. No era lo que se preveía. Deberá agradecer el estiramiento del swap por US$ 5 mil millones y, quizás, disculparse ante el comunista por ofensas repetidas. Se ve que los amigos del Norte son generosos de palabra, pero los chinos parecen más efectivos con el efectivo. Mucha inteligencia artificial, redes, grandes capitostes tecnológicos, pero nada en la boletería. Así es EE.UU.: como decía Zgniew Brzezinsky, los países amigos deben hacer gestos a favor sin pensar en devoluciones.
Del trámite amistoso con el chino, se pasa a otro contrincante, Lula, afectado también por la impetuosa oralidad mileísta: se saludaron en el G7 y fue el argentino quien primero se acercó para romper el hielo. Luego se enredó el clima, ya que al discurso progresista del brasileño lo siguió una replica de Milei con picante mexicano: sostuvo que solo los países capitalistas habían sacado a la gente de la pobreza. Entre otras obsesiones entusiastas contra el socialismo y sus variantes. Más directa que indirecta la pugna de ambos mandatarios: la realpolitik indica que tal vez sea necesaria una revisión del trato entre ellos, aunque cuesta imaginar al argentino disculpándose con su colega por haberlo acusado de “ladrón”. Y Lula presume de orgullo obrero. Al margen de esos cruces, habrá que observar un avión negro en materia de costos, carísimo para la Argentina en un rubro fundamental: el gas. Podría ser ese el castigo. A veces, morderse la lengua es más barato que dejarla suelta.
Estos episodios en política exterior revelan que tal vez haya modificaciones en la cúpula de la Cancillería: le atribuyen a Diana Mondino errores diplomáticos, encontronazos, algunos fatales con Karina Milei, antesala de un telegrama de despido. Para muchos: nadie puede pelearse con ella sin pagar un precio. Si fuera cierta esa versión, más petulancias personales como abandonar la Agenda del 2030 –como sino hubiera compromisos firmados por distintas administraciones–, se ha incrementado la danza de reemplazantes en Relaciones Exteriores en los últimos días, de Daniel Scioli a Fernando Iglesias o el hombre de la mesa chica de Patricia Bullrich, Federico Pinedo. Entre esos aspirantes, sobresale un cuarto: Gerardo Werthein, quien todavía no asumió en los Estados Unidos como embajador y acompaña en todos los viajes al presidente Milei, convertido el empresario de medios en un talismán para los vuelos. Se abrió entonces una expectativa traumática más por el ingreso del sucesor de Mondino que por su propia defenestración: ella nunca se integró al círculo femenino de máxima confianza del Presidente, como Sandra Pettovello por ejemplo.
Iglesias se incorporó a la delegación presidencial al G7, exhibe vínculos con Italia y ha escrito sobre relaciones internacionales. Viene en el contingente de candidatos. Scioli, en cambio, ofrece su fe y esperanza para resolver litigios con Lula, quien no se sabe si conserva el mismo criterio cordial sobre él antes de que se pasara al mileísmo. Tampoco lo ayuda la posible opinión personal de Cristina Fernández de Kirchner, a quien Lula consulta: ella ha vuelto a rescatar el desprecio atávico con el cual siempre consideró a Scioli. Ni hablar de Alberto Fernández, quien después del último ADN descubrió que el exembajador en Brasilia no es su “hermano”. Otra decepción en el ostracismo. Por su parte, Pinedo –un eterno postulante al cargo cualquiera sea el gobierno– representaría un aporte de Patricia Bullrich, hoy cada vez más importante en el Gobierno, a la asimilación de elementos del PRO con Milei y en disidencia con Mauricio Macri, transformado también en personaje de Hemingway al que le comerían la presa.
Queda primacía para la sucesión diplomática en Werthein, socio activo del entorno presidencial, y a pesar de que suena a descortesía para los Estados Unidos designarlo canciller cuando al mismo tiempo se aguarda la venia para ocupar la sinecura en Washington. Justo también cuando los demócratas se congratulan con su eventual presencia, de Bill Clinton al mismo Biden: ha sido Gerardo uno de los empresarios que más militaron esa cercanía partidaria. Tan manifiesto ha sido el vínculo que, ante la posibilidad de que triunfe Donald Trump en noviembre, al republicano amigo de Milei quizás le encantaría recibir en la Casa Blanca a un delegado más afín con su partido. Versiones, por supuesto, ante la inminencia de un cambio. Más compleja parece, en cambio, la incorporación de Federico Sturzenegger: tan complicado el muchacho que nadie lo quiere de vecino.
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