Por Panlo Mendelevich |
A la Argentina, cuyos gobernantes siempre prometen que harán crecer las exportaciones, le cuesta mucho exportar bienes. Tal vez le resultaría más fácil exportar métodos de acción política.
En enero Milei llevó a Davos la advertencia de que “Occidente está en peligro” debido a la expansión de las castas colectivistas y socialistas. Previno al mundo y dijo que los argentinos saben mucho de esto porque por el año 1860, “cuando adoptamos el modelo de la libertad”, en 35 años “nos convertimos en la primera potencia mundial”. Algo que nadie sabía y que por algún motivo las enciclopedias se empeñan en ocultar. Con más fervor que rigurosidad estadística Milei hizo aletear su predicamento internacional por lo menos en el círculo de la nueva derecha. Así renovó sus credenciales para seguir yendo, ahora como presidente, a cumbres partidarias de la derecha en distintas partes.
En febrero, en Maryland, pudo abrazarse con Donald Trump en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). Y para mayo tiene pensado ir a España por primera vez desde que es la máxima autoridad argentina, no a reunirse con el gobierno ni con el rey sino para participar del gran acto proselitista que Vox hará con miras a las elecciones europeas del 9 de junio.
Algunos medios, como el británico The Guardian, analizaron en detalle la coincidencia de Milei con líderes mundiales ideológicamente afines tales como Trump, Boris Johnson o Geert Wilders, si bien sólo en lo referido a sus singulares cabelleras, todas salvajes. Ninguna nación del primer mundo copió por el momento los métodos o el estilo político de quien se proclama primer presidente liberal libertario en la historia de la Humanidad. Lo curioso es que sí acaba de ser copiado el peronismo. O, podría decirse, Perón. Justo ahora. La huella personalísima de Perón, por fin, consiguió impregnar a la Madre Patria, donde el general pasó doce años de su vida sin causar allá (sí acá) mayor barullo.
Para hablar de esta exportación no convencional hay que recordar primero su elaboración. En la mañana del 31 de agosto de 1955 una noticia espectacular sacudió al país. Perón acababa de presentar la renuncia. Algunos argentinos, los más atentos, advirtieron enseguida que de acuerdo con lo informado por las radios y las pizarras de los diarios el presidente “había renunciado” ante la CGT y el Partido Peronista y no ante el Congreso.
Los líderes sindicales organizaron una movilización hacia Plaza de Mayo para pedirle a Perón que reconsiderara su decisión. A las seis y media de la tarde, cuando la plaza estaba llena, Perón apareció en el balcón. Fue ovacionado durante diez minutos. Luego pronunció el discurso más violento de su carrera. “A la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor”, dijo. Aunque eso sería lo más suave de todo. Dos oraciones más adelante, a voz en cuello, autorizaba a los peronistas a matar opositores: “aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino”. Vino entonces la frase que en los setenta los montoneros, de tan leales, interpretarían casi al pie de la letra: “cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos”.
Perón, desde luego, no renunció. Fue derrocado dos semanas después de aquel discurso incendiario. El formato clamor popular, que en 1945 sentó las bases para el nacimiento del peronismo y para su llegada al poder, en 1955 no les hizo mella a los militares golpistas ni al medio país que deseaba el golpe.
Ese amague de irse para ser reclamado de vuelta por masas implorantes sumidas en un desborde emocional recibió con el tiempo el nombre de operativo clamor. Palabra de resonancia religiosa (“oh, Señor, recoge el clamor de tu rebaño”), como táctica política en su versión original, la que esculpió el 17 de octubre, devino leyenda, aunque es posible que Perón hubiera encontrado algo de inspiración en la piedra fundamental de la gran antinomia anterior, la que plantó Rosas en el siglo XIX. Unitarios y federales.
Tras gobernar Buenos Aires entre 1829 y 1831, Rosas se negó a ser reelegido si no le daban facultades extraordinarias, cosa que la legislatura le negó hasta que lo fueron a buscar en forma desesperada para que pusiera “orden”. Esto se trata del arte de retemplar en los seguidores la certeza de que hay un líder insustituible, uno solo, absolutamente necesario.
Después de estar encerrado cinco días con su familia en el Palacio de la Moncloa “para reflexionar”, Pedro Sánchez anunció el lunes último que no renunciará. Seguirá al frente del gobierno español. Sánchez había informado mediante una carta que necesitaba un tiempo para decidir sus prioridades (lo de necesitar un tiempo, más que del léxico eclesiástico parece sacado del repertorio cursi de un conflicto amoroso entre adolescentes). Todo esto resultó bastante extraño para aquellos españoles que a Sánchez no lo quieren demasiado, que no son pocos, en una España con clima político previo a las cruciales elecciones catalanas de por sí enrarecido.
Maestro de la centralidad, amigo de dar giros inesperados, gran conservacionista de sí mismo, el motivo de su indignación supuestamente terminal era una investigación judicial a su esposa Begoña por el presunto uso de su influencia para conseguir patrocinadores para un máster que ella dirigía. La denuncia se basaba en recortes periodísticos.
Algo hay que hacer con las mentiras, una cosa es libertad de expresión y otra, libertad de difamación, bufó Sánchez, pero muchos opositores creen que lo suyo fue una puesta en escena para relegitimarse. “Renuncio, luego existo”, parafraseaban medios españoles con ironía.
Fue nada menos que José María Aznar, quien gobernó España entre 1996 y 2004, o sea desde la segunda mitad de Menem hasta los comienzos de Kirchner, el que primero dijo que esta “comedia del caudillismo lacrimógena” de Sánchez había sido hecha “al más puro estilo del peronismo populista”. Bueno, el adjetivo podría haberlo ahorrado, porque decir peronismo populista es casi como decir subir arriba, pero Aznar habrá pensado que no todos los españoles tienen fresca la categoría política del proverbial movimiento argentino o a lo mejor sólo replicó el estilo de ese cartel que a veces se ve en los bares madrileños de tapas con la leyenda “agradecemos vuestra consumición: gracias”.
Cuando Sánchez salió de la madriguera hizo un planteo ortográfico: “esto no es un punto y seguido, es un punto y aparte”. Y quién sabe qué viene en el próximo párrafo. Además de las elecciones de Cataluña, el horizonte en Europa está marcado por las elecciones de eurodiputados del 8 de junio, con la perspectiva de que la derecha y la ultraderecha crezcan más de lo que vienen creciendo.
Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, anunció también el lunes que será candidata testimonial en las elecciones para renovar el Parlamento de la Unión Europea. Nos copiaron de nuevo, pudo pensar un seguidor memorioso de la política argentina. En 2009 fueron candidatos testimoniales en la lista que encabezaba Néstor Kirchner -y que perdió-, el entonces gobernador bonaerense Daniel Scioli y el jefe de Gabinete Sergio Massa, intercalada entre ellos Nacha Guevara. Las candidaturas testimoniales de Scioli y Massa (las más notorias, aunque hubo muchas más), vistas por el antikirchnerismo como una estafa a los electores, fueron llevadas a la Justicia Electoral, sin éxito. La Cámara Electoral consideró que eran legales. Scioli y Massa habían presentado una nota formal en el expediente en la cual expresaban que en caso de ganar ambos tenían la voluntad de asumir como diputados, cosa que, como lo sabía todo el país menos los jueces, jamás pensaron hacer. No iban a dejar la gobernación bonaerense y la jefatura de gabinete (aunque Massa enseguida volvió a la intendencia de Tigre) por estar cuatro años sentados entre otros 256 en una banca.
Fue uno de esos casos en los que quedó expuesta la clásica dualidad argentina de lo legal, o lo formal, y la realidad, que es la única verdad, avisaba Perón. Los jueces dijeron que ellos no podían juzgar intenciones personales ni actos futuros. Por lo menos advirtieron que en caso de comprobarse que los candidatos no habían sido “honestos” ante la cámara “se estaría ante una inaceptable manipulación de las instituciones de la República”. Se estaría. Se estuvo.
Pero el caso de Meloni es distinto, porque Italia es una república parlamentaria y la primera ministra llegó a esa función siendo diputada. Meloni advirtió desde el principio que será una falsa candidata al Parlamento Europeo. ¿Para qué lo hace? Como explicó Elisabetta Piqué el martes, está lanzando un referéndum sobre sí misma y busca un fortalecimiento, sobre todo, interno. Así como Sánchez informó antes de encerrarse a reflexionar que está muy enamorado de su mujer y que detrás del político hay una persona (se refería a él mismo, aclaremos), Meloni se humanizó a sí misma: “necesito saber una vez más si vale la pena hacer la vida que hago, sólo me interesa el juicio de los italianos”.
Melodramas, salvamentos mundiales con aspavientos, candidaturas testimoniales casi terapéuticas. Los líderes de hoy no son como los de ayer -Milei dice que trabaja de presidente-, pero las recetas populistas para retener el poder, para revalidarse, fueron inventadas hace mucho.
© La Nación
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