Por Marcos Novaro |
El último distrito que la hermana de Javier Milei pudo tildar en su cuaderno de bitácora es Santa Fe: el sábado concretó su desembarco en esa provincia, confirmando su rol como gran armadora oficial, allí y en el resto del país, y de paso rompió por una vez su hábito de reuniones cerradas y conversaciones reservadas, mostrándose más en público.
Avanza así, a paso firme, por la senda de dotar al Presidente de una organización homogénea y centralizada, de alcance nacional, para mejorar su competitividad en las elecciones del año que viene, y dejar de depender de mediadores, socios o prestanombres que siempre terminan saliéndole caros, se cortan solos y confunden su mensaje.
Hay, de todos modos, varios inconvenientes que vienen entorpeciendo este armado territorial. El primero de ellos es, precisamente, que debe desembarazarse, absorber o alinear lo que hasta aquí fue surgiendo como representación del “mileismo” en provincias y municipios. Y esa tarea no siempre es fácil, porque el apuro y cierta tosquedad de la señora chocan contra los intereses creados, por completo legítimos por otro lado, de quienes hasta aquí oficiaron como pastores del credo oficial.
Se vio, sobre todo, en CABA, donde la pelea con Oscar Zago y Ramiro Marra continúa. También en Córdoba, donde la disputa entre karinistas y líberos se judicializó, algo que se repite en otros distritos. Lo decisivo será, sin duda, cómo se resuelvan las cosas en provincia de Buenos Aires, donde el oficialismo necesita hacer en 2025 una elección mucho mejor que la del año pasado, para poder incrementar en serio su peso en Diputados.
Y tanto en ese distrito como a nivel nacional, enfrenta otros dos dilemas. Ante todo, qué hacer con los posibles aliados, en particular con el PRO. Al respecto pareciera que las preferencias de Karina, ignorar por completo a Mauricio Macri y sentarse a esperar que sus antiguos votantes terminen de abandonarlo para migrar a las filas de LLA, han chocado contra un criterio interpuesto por el Presidente.
El mandatario tal vez duda de esa apuesta, o lo que es más probable, prefiere mantener cierta ambigüedad al respecto hasta último momento, no vaya a ser cosa que los diputados y senadores del PRO dejen de colaborar con sus proyectos en el Congreso.
Habrá que ver cómo termina decantando este proceso. Lo que va a depender también de lo que haga el propio Macri cuando retome la presidencia de su partido, y más todavía, de cuánto combustible ofrezca la economía a las aspiraciones electorales mileistas.
Sea como sea, lo seguro es que los Milei van a privilegiar, como ya se está viendo, la fusión/deglución por sobre cualquier negociación: de allí que presten mucha más atención a mantener abiertas las vías para sumar apoyos y funcionarios que administra Patricia Bullrich, que a atender los reclamos de diálogo y concertación que les presenta regularmente el expresidente.
Esta fusión/deglución, de paso, podría ayudarlos a encarar el otro inconveniente que enfrentan, mucho más estructural y difícil de resolver que todo lo anterior: el reclutamiento de personal fiel a su ideario con mínimas capacidades y experiencia, para nutrir tanto su gestión como su fuerza política.
De momento, es cierto, esto no parece ser tan grave: mientras esté lejos la elección y se pueda mantener congelada la gestión de la mayor parte de las áreas del Estado, los Milei evitan que los problemas al respecto sean muy visibles, y de paso ahorran plata. Porque la mejor forma de no gastar, finalmente, es que no haya funcionarios a cargo de las áreas más gastadoras. Pero esta solución es transitoria, va a ir agotándose en los próximos meses. Y en algunas áreas, como educación y salud, mostró ya sus inconvenientes.
¿Cuál es el mayor desafío que se les presenta al respecto a los libertarios? Que salvo del PRO o del peronismo, y esas dos canteras por ahora se les resisten más de lo esperado, no tienen de dónde sacar gente para nutrir las filas de su partido y cubrir los cargos superiores de la administración. Es decir, se van a ver obligados a recurrir a las elites preexistentes más de lo que desearían, y tendrán que hacer también más esfuerzos de los previstos para atraerlas, porque no disponen de canteras alternativas de reclutamiento.
Es que las escuelas de dirigentes a las que podría recurrir están, o muy debilitadas, o han sido ya colonizadas por la “casta” y el populismo, volviéndose sus emergentes demasiado acomodaticios y/o moderados para los sueños refundacionales de los libertarios: es lo que sucede con dos de los pilares de las políticas de derecha dura en el pasado, los militares y la curia católica; quienes en el primer caso se comportan hoy como una porción subalterna de los gremios estatales, y en el otro, como socios del pobrismo, doctrinariamente reacios a aceptar las libertades de mercado.
Sucede también que los libertarios no tienen donde educar la nueva elite y hacerlo rápido: no hay ni universidades ni medios de comunicación ni intelectuales gravitantes, ni siquiera consultoras e institutos económicos que les puedan servir para esa tarea, reclutar, encuadrar y adoctrinar. Podrán, con suerte, combatir y compensar el adoctrinamiento que en muchos de esos ámbitos ya practican los populistas progres, y en algunos otros, los liberales clásicos, desautorizándolos, cascoteándolos, como hace Milei cada vez que puede contra Lanata, Melconian, la UBA y otras víctimas ocasionales de su furia.
Pero los avances que logre por ese camino serán siempre acotados para sus necesidades, enormes y urgentes, de personal entusiasta y capacitado. Y si insiste en cambio en recurrir, como ha hecho hasta aquí demasiadas veces, a las redes y el mundo empresario, difícilmente consiga mucho más de lo que logró hasta aquí.
Podría también compensar estos déficits si, a falta de entusiasmo con su doctrina, consiguiera entusiasmo con sus resultados económicos. Pero en el mejor de los casos estos serán modestos y controversiales. Mucho más, sin duda, que los que consiguió Menem, o en la dirección opuesta, Kirchner.
Otra posibilidad sería, claro, que Milei consiga pronto lo que hasta ahora no logró: romper las fuerzas tradicionales y absorber pedazos importantes de ellas. Lo está intentando, de forma bien visible, con el PRO, como dijimos, y de forma un poco más disimulada, con el peronismo. Y es seguro que en ambos casos va a avanzar.
Principalmente, porque las demás opciones que se le ofrecen a esa dirigencia son aún menos tentadoras: seguir de la mano de Macri para tratar de entronizar de nuevo a una figura que está casi al fondo de la tabla de adhesiones populares hace ya un quinquenio, y no mejoró un ápice pese a haberse asociado al triunfo de Milei, no tiene mayor sentido. Como tampoco lo tiene seguir esperando que surja un nuevo líder de centro en el viejo PJ, capaz de recrear el tipo de alianzas que en su momento construyó el menemismo, cuando hace más de diez años que el liderazgo de Cristina está en decadencia y nada de eso ha siquiera despuntado.
Así que, tanto por un lado como por otro, gente dispuesta a sumarse al oficialismo va a haber. Solo que no la suficiente, ni la más adecuada. Porque, por otro lado, en muchos va a seguir primando la prudencia: ¿para qué apurarse, si todavía no está nada claro si el experimento mileista va a sobrevivir al ajuste en curso?
Sumemos a todos estos inconvenientes que la cúpula oficial parece empecinada en demostrar que puede expulsar gente de su equipo, en ocasiones por las razones más nimias, más rápido de lo que sus reclutadores le acercan nuevos colaboradores. Y dadas la escasa experiencia y la improvisada conformación del grupo gobernante, es fácil que esta sangría se torne no solo cuantitativa sino también cualitativamente comprometedora: Milei, en apenas cinco meses de gestión, ya perdió medio centenar de funcionarios, más o menos importantes todos ellos, de los alrededor de 500 que llevó al Ejecutivo; es decir, cerca del 10 % de su pequeño equipo de trabajo inicial se le ha evaporado; no es un buen indicio para la misión arrolladora que se autoasignó frente al aparato estatal.
El león en el bazar del Estado argentino está rugiendo, se instaló en los puestos de mando anunciando cambios implacables y acelerados en todos lados; pero la parte de la estantería que más se mueve es la que el mismo león trajo consigo. Pareciera que los muchos funcionarios políticos heredados de gestiones anteriores que siguen en sus cargos tienen, en muchos casos, más chances de sobrevivir que los que venían a desplazarlos.
Esto es particularmente visible en Desarrollo Humano, donde más renuncias, despidos y desorden ha habido en estos meses. Y donde en las últimas semanas la ministra Pettovello sacrificó otras varias piezas, y puso en la picota a otras cuantas, en particular del área de educación debido a la marcha universitaria. Que en verdad sería injusto cargar en las espaldas de cualquiera de sus subalternos: casi en su totalidad fue mérito del propio Milei.
En suma, para volverse en los hechos la fuerza radicalmente disruptiva que prometía, y disolver, absorber y finalmente liquidar a las tradicionales de la casta, a LLA no le está yendo tan bien como para que sea convincente cuando anuncia que va a terminar de arrasar con todos sus contrincantes en el próximo turno electoral. Es que, a esta altura es ya del todo evidente, si Milei desprecia la política, y se siente en la necesidad de vocearlo cada dos por tres, es porque le cuesta controlarla.
Le pasa en el Parlamento, empezando por su propia bancada de diputados, que no solo no creció como se esperaba, a costa de la dispersión y el transfuguismo que supuestamente iban a dominar a las demás, sino que es hoy más chica que cuando empezó la gestión. También en el Ejecutivo nacional, controlado por un equipo inéditamente reducido, y que por momentos parece abocado a achicarse aún más.
Él puede, de todos modos, relativizar la importancia de todos estos inconvenientes, y considerarlos apenas transitorios, adelantando que pronto van a quedar en el olvido, porque su programa económico tendrá suficiente éxito como para que sobren los aspirantes a volverse sus legisladores, funcionarios y referentes partidarios. ¿Para qué calentarse con fallos y déficits menores, si está por llegar tal era de abundancia?
Pero, ¿y si ese éxito económico no es tal, o es mucho más modesto y controvertido? La política oficial tendría entonces que hacer mucho mejor su trabajo.
Claro que, en el medio, la crisis de los demás partidos y del resto de los liderazgos seguirá yendo en su ayuda, de eso no cabe duda. No es por eso para nada sorprendente que los peronistas actúen cada vez menos en bloque, que cada vez más gobernadores y legisladores de ese espacio no acepten la conducción kirchnerista, y traten de negociar con el gobierno por su cuenta.
Como tampoco lo es que las posiciones de los ex socios de JxC sigan divergiendo, haya más y más divisiones entre radicales de centro y de izquierda, o a Macri le esté resultando muy difícil volver a darle mínima cohesión y dirección al PRO, y desalentar la alternativa de la “fusión”.
Pero que las viejas hegemonías estén en crisis no hará por sí solo que surja otra nueva para reemplazarlas. Bien podría suceder que nos estemos internando en una era de fragmentación y fragilidad partidarias que afecten tanto al oficialismo como a la oposición, que compliquen de modo perdurable la formación de mayorías institucionales, y en la que la norma sea lo que estamos viendo sucede en las cámaras legislativas: donde el virus de la descomposición de la disciplina que inoculó Milei con su presencia no hace distingos, y se extiende cierta informalidad en todas las organizaciones; que no se van a reparar por más que más representantes de los viejos partidos sean sustituidos por otros nuevos.
Y es que este tipo de problemas institucionales suelen transmitirse por contagio: la simple coexistencia en las mismas instituciones hace que nuevos y viejos actores terminen actuando más o menos igual. Señales hay de sobra al respecto. Son cada vez más los gobernadores que negocian por su cuenta con el Ejecutivo nacional, ignorando lo que mandan sus jefes de partido, y le prometen acercarle votos de los legisladores de sus distritos, que este necesita con urgencia.
Pero los legisladores que se esperaba les respondieran no necesariamente lo hacen, no por seguir siendo leales a sus bloques, simplemente porque prefieren sentarse a esperar, que alguien negocie directamente con ellos. Salvo cuando hay un interés muy puntual y cercano en juego, como sucedió con las dietas de los senadores, que no casualmente provocaron que todas las bancadas se dividieran, y nadie fuera capaz de prever que estallaría el escándalo.
Como sea, hacer grande a la Argentina otra vez requiere, para Milei, que sus libertarios ganen pronto volumen como fuerza política, y lidien más o menos rápido tanto con sus déficits como con las restricciones estructurales que obstaculizan su camino. Los problemas de los demás van a seguir facilitándoles las cosas, como han estado haciendo el PRO con sus diferencias internas, Cristina y la CGT con su apuro por no perder protagonismo.
Pero al final del día, y para concretar aunque sea una parte de la radical promesa de innovación que han planteado para la política argentina, ellos mismos, los libertarios, van a tener que aprender a mantenerse unidos, tanto en la arena legislativa, como en el territorio y el Ejecutivo, crecer y dejar de morderse la cola. De otro modo, igual que en la economía, aunque la sociedad les de todo el tiempo del mundo, no van a poder demostrar que están en mejores condiciones que sus predecesores para gobernar y gestionar el cambio.
© TN
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