sábado, 4 de mayo de 2024

La educación aún respira

 Presente. La marcha fue una de las más populosas que se recuerdan desde 1983. 

Por Sergio Sinay (*)

Un clásico adagio popular dice que se juega como se vive. El fútbol argentino, un compendio de trampas, transgresiones, ilegalidad y violencia, parece confirmarlo. El axioma podría extenderse a otros ámbitos para afirmar, por ejemplo, que se gobierna como se vive. La marcha del martes en apoyo de las universidades y la educación pública, una de las más populosas que se recuerdan desde aquellas de 1983, durante el cierre de la campaña electoral que inauguró la democracia, acaso lo demostró. 

Al rebajarla a la condición de simple secretaría dentro de un ministerio signado (como todo el Gobierno) por improvisaciones, renuncias, confusión y desorden cotidiano, y al ignorarla sistemáticamente en sus discursos y declaraciones como tema esencial en la construcción de un porvenir para la Nación, el Presidente Javier Milei ya había dado señales de que la educación no es una materia que considere importante, incluso en un país, como el que debe gobernar, en el que ésta ya venía bastardeada y vaciada por sus antecesores (varios de los cuales, como Sergio Massa y Axel Kicillof, se sumaron con desvergüenza y desubicación a la marcha).

Ni el Presidente y su equipo ni los oportunistas nombrados, a los que cabe agregar un Premio Nobel hace largo tiempo devaluado y desmerecedor del título, y una Madre de Plaza de Mayo que desentonaba visiblemente en el lugar, estuvieron a la altura de los verdaderos protagonistas y representantes del sentido de la gesta. Es decir, los alumnos, los profesores, todas aquellas personas que, sin distinción de banderías, deben sus profesiones, su saber y también tramos importantes de sus historias personales y de sus vínculos, a la universidad y a la educación. También quienes, sin haber acudido a esas aulas, vieron a sus hijos formarse en ellas y comprenden el valor de éstas como fragua de la cultura nacional, esa cultura hace largo tiempo desatendida y castigada por quienes desde los gobiernos la ignoraron o la convirtieron en un botín más de su rapiña. El gobierno actual parece empeñado en ser el verdugo que culmine la destrucción. Sin embargo, el cadáver que se pretendía sepultar resultó estar con vida y con una inquebrantable voluntad de vivir.

La filósofa estadounidense Martha Nussbaum, quien tiene veinticinco menciones honoríficas en universidades de todo el mundo y enseña Ética y Derecho en la de Chicago, previene en su libro titulado El cultivo de la humanidad (Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal) sobre el riesgo de considerar a la educación como un ítem económico más y desarrollarla bajo la consigna de que debe generar rentabilidad. El verdadero sentido de la educación, afirma Nussbaum, es potenciar las capacidades de las personas para que sean artífices de una sociedad más justa, más allá de los índices del Producto Bruto Interno. La educación tiene que ser prioritaria, pluralista y debe ser la simiente del pensamiento crítico y reflexivo, señala la filósofa, considerada una autoridad en el tema. Quizá estos conceptos sean demasiados complejos, para quien tiene en su mente un monotema: las cifras macroeconómicas, absolutamente divorciadas de las consecuencias que el cierre de éstas produzcan en la vida de las personas. Como se suele decir, quien sabe (o cree saber) mucho de un único tema termina por no saber nada de nada. La vida de las sociedades humanas, y la vida en general, es más compleja que una teoría económica aprendida de memoria. Los símbolos forman parte de esa complejidad. Y la universidad pública es más que una serie de edificios y de carreras. Es un símbolo que en el Gobierno no supieron entender.

(*) Escritor y periodista

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