Por Jorge Fernández Díaz |
Además de autopercibirse un personaje desmesurado de una ópera de Puccini, el Presidente también se sueña como un célebre “piloto de tormentas”: Carlos Pellegrini, que asumió en medio de un caos económico, llevó a cabo una serie de reformas dolorosas con alto costo social, soportó críticas altisonantes y al final “se abrochó el frac, se puso la galera y se fue caminando a su casa aguantando los insultos”, como le contó el actual jefe del Estado a su amigo Nicolás Márquez: “Yo quiero ser el Pellegrini del siglo XXI”. Márquez recuerda ese deseo presidencial en un flamante ensayo biográfico llamado Milei, la revolución que no vieron venir (Hojas del Sur) que firma junto con el periodista Marcelo Duclos y que se lanzará formalmente el miércoles en la Feria del Libro con un “presentador sorpresa”.
En una entrevista que le realizó su prologuista y camarada Agustín Laje, Márquez cuenta que pasó un día entero con Milei, se quedó a dormir en la residencia de Olivos y recogió allí su largo testimonio. Estamos hablando de los dos pensadores argentinos más cercanos al León, quien también cenó con Laje el día de la marcha universitaria (este notó que a Milei la protesta no le movía un pelo) y quien asegura que Márquez y Duclos confeccionaron la primera biografía real del libertario, puesto que la otra “fue una operación de campaña política: financiaron a un muchacho para que se inventara una sarta de pavadas y para ver si la casta podía hacerle mella”.
Agustín Laje, que no suele mentir tanto, descerraja aquí un camelo de calibre kirchnerista: alude a una investigación independiente de Juan González (El loco), que fue un trabajo honesto aunque crítico, y añade que “todo el periodismo hegemónico que no quería perder la pauta” le dio entidad para destruir las chances comiciales del mileísmo. Gran admirador de Laclau, Laje desacredita así de un plumazo y con bulos un libro incómodo y habla de “prensa hegemónica” como si cualquier periodista que objete a su líder y amigo esté necesariamente animado por el dinero y no por la objetividad o la disidencia. El populismo de derecha vuelve falaz al más lúcido.
Lo concreto es que por fin tendremos un relato oficial acerca de la historia de nuestro amado Presidente. Y que trae algunas revelaciones jugosas, como que el susodicho por fin se confiesa “un paleolibertario” –es decir, devoto de una secta ideológica–, aunque con la intención de conducir a partir de ahora un frente amplio de derecha que canibalice a algunos de los dirigentes a quienes vino a combatir. Los ensayistas de Milei no olvidan cómo la “derechita vergonzante” (sic) los miraba con desdén, y coinciden en que su mesías encarna un proyecto revolucionario, porque desafía los dogmas de la justicia social, el Estado presente, el relato de los 70, la figura de Alfonsín, la despenalización del aborto y el feminismo, temas que Cambiemos no se atrevió a tocar presuntamente por complicidad o cobardía. En ese sentido, la afición rockera de Milei resulta muy alegórica acerca de las significativas diferencias entre La Nueva Derecha y el liberalismo político de muy diverso pelaje: un conjunto integrado por socialdemócratas, radicales a secas, peronistas institucionalistas, desarrollistas, liberales clásicos, conservadores razonables y librepensadores; lo que llamamos el republicanismo popular, que protagonizó tantos actos de resistencia mientras Milei trabajaba para Eurnekian o militaba para Scioli. En la intimidad, los derechistas de nuevo cuño consideran a todos esos demócratas simples traidores, blandengues, inútiles u oxidados. Guy Sorman, gurú del liberalismo mundial que acaba de poner serios reparos al modelo Milei, entraría también dentro de esta vasta lista de sujetos descartables. Márquez –un procesista de nota y un denostador del Nunca Más– explica que a Javier le gustaban inicialmente Los Beatles, pero que luego se hizo fan de los Rolling Stones, porque encarnaban a los chicos malos y escandalosos; muchos más atractivos que aquellos jóvenes prolijos e inofensivos de Liverpool. A propósito, recuerda que el corte del primer disco solista de Mick Jagger se llama “Ella es el Jefe”, una canción que ahora no debería escucharse sin pensar en el apodo de Karina Milei.
Al parecer, el actual mandatario –alguna vez músico amateur– fue a ver en 14 ocasiones los conciertos de los Stones; sobre el asunto, le dice a su biógrafo de confianza: lo que no pude lograr como rockero, lo conseguí como político. Se refiere no solo a la necesidad de ser duro y producir escándalos en cadena, sino también a sus mitines, que son pensados como “recitales”. De hecho, así los denominan en La Libertad Avanza, y hasta utilizan su misma estética: las luces, la pantalla gigante y un look rockero con la premisa de repetir incluso sus frases célebres de manera deliberada; es que al público le gustan más los hits clásicos que las obras nuevas. Puccini, Pellegrini, Keith Richards y Murray Rothbard. Miscelánea pintoresca de la derecha stone.
Márquez protagonizó durante la campaña del año pasado, junto con Laje y el propio Milei –el trío dorado del derechismo argento– un espectáculo bullanguero y estremecedor en la Feria del Libro. Allí Nicolás Márquez dijo: “Estamos en una suerte de guerra: nosotros no tenemos adversarios, tenemos enemigos”. Y puntualizó quiénes eran: “La progresía, la ‘progredumbre’ y todos sus aliados bienpensantes; la casta política y la casta periodística hegemonizada por un progresismo que no tiene contraste, porque no hay diferencias filosóficas sustanciales” entre los canales kirchneristas y los otros. Ese trío sectario tiene puertas adentro el mayor de los desprecios por el centrismo del país normal, se regocijan con ser una nueva anomalía y acusan a los republicanos de actuar como pusilánimes sin perdón. El empeño que surge de esa “mesa de pensamiento” sirve para comprender el diseño ideal que Milei tiene en su cabeza: las contingencias lo van obligando a un pragmatismo coyuntural y la emergencia económica le posterga sus “innovaciones” para la agenda reaccionaria, pero todo es cuestión de tiempo, porque jamás renuncia a la dirección de fondo. En esta semana tan singular, Márquez explicó la plasticidad que envuelve ese puño de hierro: “Muchos lo consideraban a Javier un lírico y un teórico, con ideas un poco exacerbadas, pero estamos viendo a alguien que no se estrella contra la realidad. Cuando la realidad le fue adversa, retrocedió, frenó y ensayó una segunda oportunidad con la Ley Bases”. Es bueno que un exégeta de Milei reconozca el Waterloo que el anarcocapitalista sufrió por negarse a hacer política. Cuando el “periodismo hegemónico” le señaló ese defecto, los trolls sobrealimentados de la Casa Rosada salieron a castigarlo –viejos meados, ensobrados, etcétera– y se exasperaron por instalar la ocurrencia de que no eran derrotas sino triunfos relucientes. Ustedes saben: el principio de revelación y todas esas martingalas que urden para para justificar el fracaso. El episodio muestra, una vez más, esa obsesión por practicar desde el poder el bullying, y ese porfiado amor por el embuste. Y también, por cierto, la ratificación de que con la antipolítica, de prepo y contra el “nido de ratas”, no habría conseguido alzarse con un éxito real en la Cámara de Diputados, donde acaban de votarle la ley que necesitaba. La reacción a una crítica fundada fue la lapidación pública y la rectificación secreta, modus operandi que incluye el insulto y la agresión, y luego sigilosamente la adopción de la estrategia sugerida y negada. Similar fantochada montaron contra la Feria del Libro para intentar quitarle legitimidad. Fue esperpéntico ver cómo ágrafos y haters entrenados en Balcarce 50 intentaron mostrar que no se trata de un valioso acontecimiento pluralista y que está copado por “marxistas culturales”, algo que resultaría risible y escandaloso para un escritor extranjero de cualquier palo que haya pasado por esos salones durante las últimas cuatro décadas. Chalados, analfabetos y mercenarios de baja estofa se sumaron a un inédito ataque piraña para apaciguar un despecho. Milei y sus dos intelectuales preferidos conocen muy bien la Feria: protagonizaron en ella populosos actos donde pudieron derramar sus hostilidades y apologías sin sufrir ningún inconveniente, y es deseable que vuelvan a expresarse libremente el próximo miércoles, cuando la biografía autorizada del paleolibertario ofrezca un nuevo “recital” de la derecha stone. Eso sí: tengamos el recital en paz.
© La Nación
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