Por Carlos Ares (*) |
La pregunté a mi artificial inteligencia, ¿será posible liberar la memoria como la de una computadora? Quien sabe, dijo el Chatbon, probá, te dejo las instrucciones. Uno: Reiniciar. Metí siesta, desperté como nuevo. Dos: Cerrar aplicaciones. Sin otra cosa que hacer, nada que esperar, hecho. Tres: Desactivar programas de inicio automático. Llamé, dije “me salió un laburo, nos vemos mañana”. Cuatro: Eliminar archivos. Tiré todo, libros, revistas, entradas a recitales, fotos de playboy, álbum de figuritas, carpetas del colegio.
Hasta ahí, “petacular”, que diría Messi. Cinco: Actualizar controladores. No logré identificar a todos. Por las dudas, hice saber a factureros de goles perdidos, reprochadores de pases mal dados, interpretadores de conductas ajenas, insultadores sin vida propia, opinadores en redes sociales, panelistas partidarios, manipuladores varios, que en adelante no daría bola a ninguna protesta, puteada, reclamo, sugerencia, o consejo sobre nada. Me escribí un mantra en verso, “si pega bajón leo a Rolón”.
Seis: Deshabilitar servicios que no necesites. Buena ésta, pensé. Dejé de pagar la cuota del gimnasio. Siete: Eliminar el malware. Busqué una explicación. “Es un software malicioso que se infiltra sin el conocimiento del usuario para causar daños, interrupciones o robar datos”. Entendí que debía borrar casi todo desde el principio. Hice la lista por orden alfabético. Alsogaray, María Julia, la que en mil días iba a limpiar el Riachuelo. Barrionuevo Luis, el que quiso dejar de robar, al menos dos años, y así. Taché una impresionante cantidad de maliciosos infiltrados en la democracia.
Un vientito fresco circulaba por el espacio vacío de mi mente. Estaba disfrutando de la tarea cuando escuché que Scioli dijo: “Si esto sigue así, a Milei le van a tener que dar el Premio Nobel”. Tanto trabajo, tan bien que venía. Al carajo con la ilusión. La ficción de convertirnos en máquinas no resiste la realidad. ¿Cómo ignorar quiénes fueron, son todavía, qué hicieron? Frente a semejante hipócrita surgió el dilema de siempre, ¿qué hacer?, ¿recordar, o negar? Un básico sobre el que se funda el clásico eterno; ¿ser, o no ser?
Quedan los ahogados en la inundación que el gobierno de Scioli ocultó para reducir la tragedia
Barrer el agua de la playa con una escoba, como si se tratara de regresar el oleaje al mar provoca una reacción devastadora. Encabritado, feroz, brutal, el océano de la memoria se revuelve en un tsunami que se alza contra toda indiferencia. Arrasa a su paso la absurda pretensión, de creer que después de todos estos años de vida en común, el olvido se puede separar del dolor.
Sobre la arena del tiempo quedan los ahogados en la inundación de La Plata que el gobierno de Scioli ocultó para tratar de reducir la tragedia, agravada por las obras no realizadas, a un drama de causas naturales. En cada réplica, cada aniversario, cada día, los cuerpos, las caras amadas embisten como toros heridos por banderillas ideológicas contra la capa de discursos que encubre, disimula, o justifica, la espada criminal de la corrupción.
Demasiados muertos, sin contar a los millones saqueados, abusados, empobrecidos, que siguen con vida. Chicos consumidos por la desnutrición, jóvenes asfixiados hace veinte años a la salida de Cromañón, cuerpos aplastados en el andén de la estación de Once, desmembrados entre los escombros de la embajada de Israel, de la AMIA, agonizando en los hospitales, en las casas donde morían solos, encerrados, miles de enfermos que se hubieran salvado si las vacunas llegaban a tiempo.
Ahí está Milei descubriendo el busto, la cara de piedra, los ojos ciegos de Menem. Murió en 2021. Tenía todavía un juicio más pendiente. Estaba acusado de ser el “instigador” del atentado, probado como “intencional”, que en 1995 hizo explotar la fábrica militar de Río Tercero para borrar las pruebas del contrabando de armas. El estallido mató a siete personas, causó heridas graves a otras trescientas, destruyó parte del vecindario. Esa, además de otras cuentas impagadas se cremaron, o enterraron con él.
Cómo cuesta, amigo, limpiar el disco duro sin el cepillo de la Justicia.
(*) Periodista
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario