miércoles, 22 de mayo de 2024

Begoña y Cristina

 Por Pablo Mendelevich

Es posible suponer, aunque ningún encuestador se interesó hasta ahora por verificarlo, que la mayoría de los argentinos ignora quién es Begoña Gómez. 

De a poco la gente se va anoticiando de que una discusión inaudita en torno de la honradez de esta mujer podría llegar a malograr una porción de las míticas inversiones que la economía argentina necesita con desesperación, y quién sabe qué más.

¿Malograr? Seamos justos, en realidad se trata de un campo desconocido, resbaloso para pronósticos por lo inédito. 

Está originado en los extravagantes procedimientos del primer presidente insultador de la Argentina, quien entiende que llamar nido de ratas al Congreso, ensobrados a los periodistas, representante maligno en la tierra al Papa (con quien más tarde se disculpó), “Lalidepósito” a Lali Espósito, zurdo salvaje al presidente de Brasil, comunista asesino al de Colombia, ignorante al de México; o descerrajar parecidos (y peores) agravios contra algunos de sus críticos sean del palo que fueren contribuye a la causa suprema de bajar el déficit fiscal y sacar el país adelante. Milei parece estar convencido de que sus métodos vituperantes son no sólo genuinos sino, lo principal, eficaces. Razón por la cual acaba de expandirlos a Europa.

A Begoña Gómez no necesitó nombrarla. La aludió sin que el sayo pudiera caberle a nadie más. La llamó corrupta. Aunque, es importante subrayarlo, ni ella ni su historia personal tienen nada que ver con la Argentina ni con el presidente. Sus problemas inequívocamente vernáculos -está imputada allá por tráfico de influencias-, dividen hoy, eso sí, a los españoles. Como era previsible, el rótulo ofendió al esposo de Begoña, el presidente del gobierno español Pedro Sánchez, un hombre de reconocida experiencia en ofenderse cuando a su mujer le dicen corrupta. La vez anterior para tramitar el mal trago se encerró durante cinco días junto con ella con el fin de reflexionar si la ofensa daba o no daba para dejar el poder, una sobreactuación que fue muy criticada. Milei sólo le agregó sal a la herida.

Con reminiscencias de un duelo arrabalero de compadritos, pues, las relaciones entre España y la Argentina terminaron estacionadas al borde del precipicio. Nunca una frase tan corta construida con sobreentendidos (tenía dieciséis palabras, supuestamente improvisadas en medio del discurso leído de Milei) resultó tan ultrajante entre países acostumbrados a mantener no buenas sino excelentes relaciones.

El cielo se encapotó el día que a un ministro de Sánchez inapropiadamente apellidado Puente se le ocurrió decir que el presidente argentino funcionaba drogado. Después de un ida y vuelta de escaramuzas verbales de alta graduación, la provocadora participación del presidente argentino en un acto partidario, el de Vox, celebrado el domingo en Madrid, rebalsó el vaso. En términos diplomáticos, un desaire a las autoridades, quienes no escondieron su irritación. Delante de las dos opciones que se le presentaban, Milei decidió escalar el conflicto. No sufrió un desliz verbal como el de Ronald Reagan, cuando dijo risueño en una prueba de sonido previa a la grabación de un discurso que los polacos “son una manga de vagos, inútiles y delincuentes”, frase que al ser emitida por la NBC causó una crisis mundial.

Milei tiene el mérito de blanquear que lo que él busca es aclamación planetaria como líder libertario. Mide resultados por menciones de su nombre. Poco le importa que en la diplomacia y en el ambiente empresario se estén agarrando la cabeza. De allí su orgullo por haberle espetado corrupta a Begoña Gómez: desde el domingo en España sólo se habla de él. La anterior personalidad argentina de visita en Madrid que hizo hablar a los españoles durante días, semanas, meses sin parar fue, en 1947, Eva Perón, quien, a diferencia de Milei, había puesto la fogosidad de entrecasa en modo cortés. Las multitudes (bueno, las multitudes que entonces podían serlo) cantaban en la Plaza de Oriente “Franco, Perón, un solo corazón”. Recibir a Evita con derroche de hospitalidad le permitió al dictador mitigar el aislamiento internacional que padecía. Mal que le pese a Alberto Fernández, quien el lunes acusó a Milei de deshonrar al pueblo y las instituciones de España y escribió que a él le dolería mucho si Milei lo mostrara “rodeado de falangistas y fascistas”, el actual presidente no es el primer argentino de renombre que fascina a la ultraderecha española.

Pocos tienen presente entre las nuevas generaciones que durante los últimos años de la larga dictadura franquista la política argentina se cocinó a diario en Madrid, más precisamente en Puerta de Hierro. Un tema generador de tensiones era, casualmente, el del traslado de nuestras cuitas a la Madre Patria. Franco le dio asilo a Perón desde 1960 hasta 1973 y si bien entre ellos no hubo amistad alguna (en sus vidas sólo se vieron una vez, al final del exilio, cuando Cámpora viajó como presidente electo), el General recibía con frecuencia a la hermana del Generalísimo, Pilar Franco, íntima amiga de Isabel Perón, mientras también mantenía en las sombras estrechas relaciones con los falangistas del régimen, muchos de los cuales lo idolatraban.

En esos tiempos a ningún presidente se le hubiera ocurrido pisar España por afuera, siquiera por la periferia del circuito oficial. Hubo un par de minués presidenciales cuando en 1960 viajó Frondizi y en 1973, Lanusse: las dos veces Franco dispuso que Perón abandonara Madrid por unos días.

Pero Milei es otro cantar. En algún momento deberá calcular los costos y beneficios para el país de la crisis que él terminó de armar. Eso ayudará a saber si hay que prepararse para cuatro años (menos cinco meses) de relaciones internacionales propulsadas a insulto pelado. Por supuesto que cambiaron los criterios de no injerencia. Milei tiene razón cuando dice que Sánchez hizo campaña por Sergio Massa. ¿Pero en reciprocidad es válido dictar sentencias sobre corrupción española? El presidente se justifica diciendo que el gobierno español actúa en coordinación con el kirchnerismo. Algo tan cierto como la coordinación de él con Vox.

He aquí una cuestión de fondo que quedó soslayada por el escándalo: no está claro por qué el presidente libertario se tuvo que ir a España a decirle corrupta a una notoria mujer pública de allá cuando acá tenía mucho más a mano a una compatriota fundamental. Nacional y popular.

Resguardada del ventilador que distribuye improperios, dice de ella que los suyos fueron los peores gobiernos que hubo jamás. Lo cual, referido a quien está condenada por administración fraudulenta del Estado y tiene pendientes causas tales como Hotesur y Los Sauces, el memorando con Irán y Cuadernos, podría ser visto como un upgrade. Sólo en la causa Cuadernos la expresidenta y exvicepresidenta está procesada por asociación ilícita en calidad de jefa y cohecho pasivo en 27 hechos. Es la investigación sobre las coimas inventariadas por el puntilloso remisero Centeno, quien las llevaba en forma metódica… ¿adónde?, al domicilio de Cristina Kirchner y a la residencia de Olivos.

A su lado Begonia Gómez tal vez termine siendo una versión light de deslices éticos incomprobables. Apenas ha sido denunciada en la justicia española en base a recortes periodísticos por supuesto tráfico de influencias, algo que dio lugar a la apertura de causas judiciales todavía muy verdes. El PSOE, por más diabólico que sea a los ojos de Milei, carece de la genética corrupta del kirchnerismo. Ni Sánchez hizo enriquecer, que se sepa, a todos sus secretarios privados ni está rodeado de decenas de funcionarios investigados, juzgados o condenados por quedarse con dineros públicos o directamente con la fábrica de billetes.

Al ser entrevistado el lunes por la noche por Jonatan Viale en TN, Milei dijo con acierto que la ministra Sandra Pettovello no para de destapar casos de corrupción kirchnerista. A la vez se esforzó por justificar su silencio respecto de la corrupción de Cristina Kirchner. Usó el argumento republicano de que él no se puede meter con la Justicia. “No lo podía hacer como diputado -dijo-, muchísimo menos puedo como presidente; convengamos que el poder relativo es bastante más grande”. Proposición esta última que no se entendió bien si se refería a la relatividad de la presidencia respecto de la diputación o si desde el subconsciente aludía a la relativa magnitud del poder político remanente de Cristina Kirchner respecto de su situación penal. Ella no tiene la llave parlamentaria para sacar la ley Bases, mayoría simple que el gobierno podría llegar a conseguir sin los senadores kirchneristas, pero sí la tiene para alcanzar los dos tercios cuando se trate el acuerdo para encumbrar a Ariel Lijo en la Corte. ¿Será eso?

Tal vez un Milei ultralegalista tomó al pie de la letra el artículo 109° de la Constitución: “en ningún caso el Presidente de la Nación puede ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas”. A los constituyentes no se les ocurrió aclarar que un presidente tampoco puede en ningún caso ir a otro país a sentenciar que la esposa de la máxima autoridad gubernamental es una corrupta.

© La Nación

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