jueves, 4 de abril de 2024

La Argentina, tierra de paradojas

 Por Pablo Mendelevich

La Argentina no es simplemente una tierra rica en paradojas: acá hay una fábrica de paradojas que trabaja a toda máquina. El ritmo de producción parecería ser inversamente proporcional a los vaivenes recesivos de la economía.

Para explicar qué es una paradoja algunos expertos en semántica hablan de situaciones en las que nos vemos inmersos en conflictos cuya resolución los empeoran. Sí, evocan la Argentina 2024. Dicho esto sin ánimo de criticar al gobierno, no me lancen los trolls todavía. El propio Milei anunció el 10 de diciembre que con él todo empeoraría: “Vamos a tomar todas las decisiones necesarias para arreglar el problema que causaron 100 años de despilfarro de la clase política. Aun cuando al principio sea duro. Sabemos que a corto plazo la situación empeorará. Pero luego veremos los frutos de nuestro esfuerzo”.

Nada que no se sepa. El 19 de noviembre el sufragio popular puso en la Casa Rosada al primer presidente que llega prometiendo un ajuste durísimo. Por fin un presidente que cumple una promesa electoral, dicen las masas entusiastas según reportan los encuestadores, más allá de esa discusión que se ha puesto de moda acerca de quién paga al final el ajuste, si la casta, como especificaba el plan original rugido durante la campaña, o, para decirlo en forma resumida, los jubilados, recurrentes patos de la boda, y otros sectores sociales vulnerables.

La paradoja mayor, está claro, es Milei, el ajustador votado y hasta hoy sostenido por el mayor porcentaje de respaldo que alguien consiguió en 40 años de democracia (a propósito: algunos libertarios engordan innecesariamente este récord, dicen que Milei fue el presidente más votado de la historia, pero es sólo porque en sus sueños deploran a Yrigoyen y a Perón y les cuesta reconocer que ambos “colectivistas” tuvieron porcentajes superiores).

Segunda gran paradoja estructural, este presidente supervotado no tiene gobernadores ni diputados ni senadores ni jueces ni ningún grupo propio  enquistado en oficinas estatales con la experiencia de los pelotones de militantes que parapetó en ellas durante años el kirchnerismo. En parte por circunstancias inmanejables, en 2023 se superpusieron dos cosas, el arribo meteórico al poder de un novato carente de historia política y el desacople de las elecciones provinciales y de las legislativas con la instancia de la solitaria definición presidencial. De allí salió la malformación político institucional con la que Milei, musculoso y escuálido a la vez, hoy lidia.

El oficialismo tiene legisladores, pero como son pocos (10 por ciento en el Senado, menos del 15 en Diputados) aportan otro récord oneroso al Guinness criollo, el del gobierno con la mayor debilidad parlamentaria que se recuerde. Hubo que aclarar al principio que a las cámaras las tenían que presidir legisladores del partido gobernante, no subrogantes curtidos.

Aunque Milei lleva 115 días en el Sillón de Rivadavia casi no tuvo ocasión de promulgar leyes. El Congreso de esta era experimenta su propia paradoja: los diputados y senadores se esfuerzan como nunca, este verano incluso les tocó hacer horas extra feriados y fines de semana, apenas descansan, pero leyes, leyes terminadas, no producen. El Presidente sólo desencapuchó la lapicera una vez para una promulgación. Y fue, encima, una promulgación parcial, la de la ley 27.739, que modificó la legislación sobre prevención y represión del lavado de activos, financiación del terrorismo y financiamiento de la proliferación de armas de destrucción masiva. Un retoque legislativo que a la mayoría le pasó inadvertido.

Después de que Franklin Roosevelt, recién asumido, logró que el Congreso le aprobara quince leyes en poco más de tres meses y sentara así las bases del New Deal se expandió la idea de que los cien primeros días de un gobernante que quiere cambiar las cosas son determinantes. Lo de los cien días en realidad venía de 1815 con Napoleón, pero Roosevelt no terminó en Waterloo sino que resultaría el ocupante más duradero de la Casa Blanca. Si bien en 1933 Estados Unidos estaba, post Gran Depresión, en un verdadero caos, Roosevelt tenía mayoría en ambas cámaras. A los cien días, también es cierto, mostró resultados palpables por el pueblo norteamericano.

Muchos presidentes aprovecharon el momento de la largada, el calor popular en su punto más alto, para sacar las leyes importantes, sobre todo los que llevaron adelante grandes reformas. Siempre se recuerda el caso de Carlos Menem, que consiguió que se le aprobara la ley de Emergencia Económica, por la cual se suspendieron todos los subsidios, privilegios y regímenes de promoción y se autorizó el despido de empleados estatales. Otra ley inicial, la de reforma del Estado, declaró la necesidad de privatizar empresas estatales como Menem pretendía.

Es paradójico, si bien explicable, que el presidente más disruptivo de la era moderna no haya conseguido en todo el verano ninguna de las legislaciones fundamentales que necesita. Contratiempo atribuible en parte a la estrategia de condensar todo en una sola ley, no en vano llamada Ómnibus, abortada por el propio gobierno ante la perspectiva de que “la casta” se la desfigure.

Ahora mismo Milei se encuentra dedicado a conseguir consensos para aprobar la ley Ómnibus en un talle más chico luego de que en la Cámara de Diputados falló la aprobación en particular del proyecto del Poder Ejecutivo. Cuando Milei quiere obtener acuerdos parlamentarios, otra paradoja, insulta a los legisladores. Los legisladores, sin embargo, disfrutaron en los últimos días de unos días de franco porque el presidente estuvo concentrado en intercambiar saludos con sus colegas de Colombia y México. Milei tiene presente que el mes próximo celebrará el Pacto de Mayo, así lo demostró el lunes cuando invitó al acontecimiento a las Fuerzas Armadas, pero es difícil predecir cómo serán los niveles de concordia con los gobernadores cuando llegue el momento.

Las bases paradojales del gobierno libertario se complementan a su vez con paradojas renovables. Una que promete no extenderse demasiado se refiere al juez federal Ariel Lijo, cascoteado con severidad por un sinnúmero de políticos, magistrados, académicos, asociaciones de abogados y de empresarios, organizaciones de la sociedad civil y otros grupos de poder desde que el gobierno anunció que lo postularía a la Corte Suprema: no lo encuentran probo. La paradoja consiste en que la probidad no es un requisito exclusivo para pertenecer al más alto tribunal sino para actuar en cualquier función judicial, incluida, desde luego, la que Lijo desempaña como titular del juzgado federal 4 desde que Néstor Kirchner lo encumbró hace veinte años. Kirchner, casualmente, fue quien dictó un decreto famoso, el 222/03, destinado a dar transparencia y participación ciudadana al procedimiento de selección de jueces para la Corte, cuya letra exige, en primer término, “aptitudes morales”, el ítem en el que los críticos de Lijo le ven algunas carencias. Como los reproches a Lijo próximamente quedarán formalizados en el Senado podría darse el caso de que el candidato oficial rebote en el concurso para la Corte y deba continuar “sólo” como juez federal.

Están también las paradojas previsionales. Mientras día tras día las noticias se ocupan de la erosión catastrófica del poder adquisitivo de los jubilados, lo que les exige a ellos y también a los especialistas descifrar tecnicismos inflacionarios de movedizos mecanismos indexatorios, nada apareció más claro que la suerte del flamante jubilado Alberto Fernández. El expresidente no sólo consiguió completar el trámite en la Anses con envidiable celeridad sino que además le informaron que cobrará 40 jubilaciones mínimas. En plata, unos 7 millones de pesos, lo cual lo coloca una vez más por debajo de Cristina Kirchner, quien percibió en febrero 9 millones y medio. La motosierra de Milei, tienen derecho a pensar los jubilados de a pie, deja intactas demasiadas obscenidades. De nuevo la dimensión moral de los problemas parece un territorio inexpugnable.

Cuando define paradojo y paradoja (sí, esta palabra hace la felicidad de todos y todas) la RAE dice en la tercera acepción: “empleo de expresiones o frases que encierran una aparente contradicción entre sí. Como en ‘mira al avaro, en sus riquezas, pobre’”.

© La Nación

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