Por Roberto García |
Rara e imprevista coincidencia: Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner reconocen cierta admiración por Javier Milei, como si el mandatario realizara lo que uno de ellos no pudo (Macri), y ella, a su vez, celebra la convicción y persistencia del economista por imponer lo que piensa, condición que se atribuye a sí misma y que obviamente no se corresponde con la pasada tarea de su malhadado elegido Alberto Fernández. Por supuesto, la viuda de Kirchner difiere en los contenidos con el gobierno actual, discrepa con el sentido de su política, pero saborea la personalidad irreverente del mandatario con personalidades que ella también detesta (Grupo Clarín, otros periodistas, Martín Lousteau) y su característica de no retroceder ante un chubasco o un tsunami. A su vez, el ingeniero boquense se pasma por razones semejantes, adhiere en un 85% al libertario y solo objeta vacíos o impericia en la gestión.
La descripción del súbito fenómeno común no corresponde al elaborado criterio de un cronista, apenas es la conclusión de quienes se acercan a la intimidad de dos expresidentes y trasladan sus preferencias o desilusiones. Al dúo le hubiera encantado, por ejemplo, haber compartido una cita con Elon Musk, el mundo del futuro y las innovaciones del treki: son el pasado irrecuperable en ese mundo. Claro que Macri se asocia en el entusiasmo: poda fiscal, liquidación de organismos a los cuales él no se atrevió a cerrar o privatizar, son caviar que no pudo saborear. El Inadi, por ejemplo. Aunque, al mismo tiempo, considera que el anuncio de esa decisión no está acompañado por una efectiva liquidación administrativa, que esos cuerpos parasitarios todavía siguen vivos. Y supone, con cierta razón, que Milei carece de un seguimiento apropiado a sus determinaciones, que no se cumplen –por falta de personal o profesionalismo– las órdenes que emanan de la Casa Rosada. De ahí que se interese por ofrecer cuadros, no precisamente ministros, para cubrir esas falencias que se advierten en todas las estructuras improvisadas. Le pasa a Milei lo que ocurrió con Néstor Kirchner, quien gobernó al principio con remanentes prestados de Eduardo Duhalde (entre ellos, Roberto Lavagna), Raúl Alfonsín con su stock de amigos del restaurante en el primer gabinete (entre ellos, Bernardo Grinspun) y ni hablar de Carlos Menem, que eligió casi al azar funcionarios de fama mediática o un plan económico cuyo sponsor era una multinacional. Para colmo, Miguel Roig desertó eligiendo la muerte y al sucesor Néstor Rapanelli ni se le ocurría presidir un ministerio.
Para Macri todavía Milei constituye un misterio, se abrazan pero no consuman, se prometen y no realizan, y a pesar de que ambos están inscriptos en la espiritualidad hindú, no logran coincidir en el sexo tántrico. Es un detalle en una relación cálida, con más ternura obviamente por parte de Milei –lo trata con cariño de “Presi”– y prevenciones características de quien urge no derrochar tiempo porque un fracaso gubernamental entraña la derrota de un pensamiento más que de una persona. Eso le preocupa para el destino liberal. En el resto, el soldado Macri a disposición. Obvio que Cristina no funciona con esa parcial obediencia debida: otros intereses y orientaciones políticas. Pero sorprende a los propios, como reveló en alguna de sus cartas públicas que remiten con vanagloria a Séneca, advirtiendo sobre un triunfante portento que no será el Hombre Gris pero emerge con un liderazgo impensado, un rock star mundial. Tal vez no dure su vigencia, lo cuestionará ideológicamente, debe lamentar –como el mismo Macri– que el ajuste lo paguen más los jubilados que otros sectores. Y, sin embargo, observa en Milei una intemperancia semejante a la de su marido, una originalidad. Un distinto a la casta.
Ambos, además de sus propias reflexiones, se someten al reclamo de sus partidarios. Nos come el año próximo, es una polilla glotona que engorda a costa nuestra, le señalan a Macri consejeros que temen la expansión de La Libertad Avanza como partido, instalado desde hace pocos días en Capital y atribuido a la poderosa influencia de la hermana del Presidente, Karina. Justo ocurre, sin embargo, cuando la agrupación se deshilacha en el Congreso. Afirman que Patricia Bullrich ya entró a su rodeo y que, en todo caso, serán furgón de cola en una coalición futura. Con el poderoso Santiago Caputo, merced a un gesto de Milei, Macri ha convenido ciertas aspiraciones comunes esta semana (quizás temas vinculados a la Justicia) y, mañana, seguramente el ingeniero hablará con la cúpula del PRO sobre estos entendimientos. Insuficientes, por ahora. Al menos, para sus deseos.
Por su parte, Cristina atraviesa un acoso semejante de su corte por la herencia de su propia herencia y la falta de cálculo hacia lo venidero: sobreviven porque el Presidente los colocó del otro lado de la grieta, el peso específico del kirchnerismo se mantiene hoy como facción rival del oficialismo, con riesgo de perder a una parte del peronismo identificada con el pasado menemista. Entre otros. Además, estiman, Milei ni siquiera les hace asco a ciertos nombres: por ejemplo, incorporó a su cercanía al empresario Teddy Karagozian, estatista y prebendario para muchos, y también conversa con Gustavo Weiss, titular de la cámara que cambió su nombre por actuaciones siniestras en la obra pública, un adorador de los K al extremo de que se mencionó entre los protagonistas de los Cuadernos. Poco explicable aun para los peronistas. Les cuesta también entender el criterio guevarista –a pesar de que veneran al Che– aplicado por el titular de Economía, Toto Caputo, de que “cuando peor, mejor”. O sea, que si ahora hay susto porque no alcanza el salario, mañana habrá terror por la posibilidad de perder el trabajo. Esos pánicos y la sumisión consecuente pueden explicar actitudes, pero los sondeos de opinión (y los votos pasados) revelan que una mayoría silenciosa asimila el sacrificio para desembarazarse de formas del populismo que gobernaron la Argentina durante más de medio siglo (incluyendo militares, radicales y el PRO & Cía).
Si hasta el propio Milei se hace cargo del peronismo y ensaya observaciones del general, la última al aludir a su victoria electoral. “Olvídense de un gobierno libertario si antes no hubiera sido el desastre del populismo kirchnerista”, enunció. Una versión remasterizada de una frase de Perón avanzados los años 60 del siglo pasado: “Nosotros fuimos malos, pero los que nos siguieron fueron peores”. Cristina no hace oídos sordos a quienes le invocan que Milei le arrebata multitudes aun en la crisis económica y que todavía será más llamador de ilusiones si llega a estabilizar la economía y genera alguna prosperidad. Para ellos, en ese cuadro el kirchnerismo quedará arrinconado, empequeñecido. Ella escucha, asimila, pero le cuesta irritarse con el Presidente. No siente el mismo desprecio que profería por Macri y cree que tal vez Milei –con una cabeza diferente– sea parecido a ella misma, quien desde lo poco y la nada, con la ayuda de la fortuna, llegó a dominar el poder durante dos décadas.
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