Edgar Morin, considerado el padre del pensamiento complejo.
Por Sergio Sinay (*)
Si se enjaula a un chimpancé y, manteniéndolo en esa condición, se lo somete a experimentos y se lo estudia en un laboratorio, quien lo haga terminará por no saber nada sobre chimpancés. Solo conviviendo con ellos durante largo tiempo en su ambiente natural es posible comprender la complejidad de su sociedad y la diversidad de sus conductas, que se dan siempre entre individuos diferenciados. Tal lo que sostiene Edgar Morin en su ensayo antropológico titulado El paradigma perdido.
Morin, sociólogo, pensador esencial para comprender temas fundamentales del presente de la humanidad, nació en París, cumplirá 103 años el próximo 8 de julio, y es considerado el padre del pensamiento complejo. Tal como él lo definió en una imperdible y fecunda conversación que sostuvo en el año 2000 con el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, referente esencial en el estudio de la resiliencia, el pensamiento complejo se propone comprobar qué une unas cosas con otras, ir más allá de la presencia de las partes en el todo para captar la presencia del todo en las partes. Esto es romper con el paradigma de la fragmentación y la especialización, predominantes en la cultura occidental y en las prácticas científicas, políticas, filosóficas y culturales.
En aquella conversación (publicada con el título de Diálogos sobre la naturaleza humana), Morin resaltaba que la especialización genera conocimiento sin sabiduría, y que ser culto consiste en abrirse a integrar saberes. “Deberíamos vivir con teorías y no con doctrinas –apuntaba–, es decir, con ideas en las que creemos, pero de las que no estamos totalmente seguros”. Agregaba su convencimiento de que “se puede y se debe vivir con incertidumbre, porque la vida es navegación en un océano de incertidumbre a través de archipiélagos de certeza”. Por su parte, Cyrulnik alegaba que “cuando una teoría se vuelve demasiado coherente pierde su función de pensamiento y sirve, ciertamente, para unir, pero no para pensar”. Pensar es dudar, mantener la fe en una verdad y correr el riesgo de explorar territorios desconocidos sin la garantía de encontrarla. Nada más alejado de los sesgos (esos atajos que la mente construye para no pensar) ni de los dogmas.
Ante el pensamiento complejo se alza el pensamiento binario, simplificador. El que se centra en una única verdad, la propia, y no admite contrapruebas, dudas, interrogantes ni debate. El pensamiento que fragmenta la totalidad y toma uno de esos fragmentos como si fuera el todo. El presidente Javier Milei ofrece casi a diario pruebas contundentes de este modelo de pensamiento cuando descalifica toda mirada o idea que no se plieguen a las suyas y ni siquiera las admite como diferentes, sino que las contempla y las trata como enemigas. En su cosmovisión desaparece la riqueza cromática del mundo y este se divide en dos únicos colores. Lo que no es blanco es negro, sin lugar para el gris (justamente el más rico y variado, puesto que admite tonos a partir de la integración de los otros dos). “Argentinos de bien” contra malignos, libertarios versus “zurdos”, autores y pensadores “nefastos” (los que él no lee o con quienes no acuerda) versus una reducida casta de especialistas que conforman su ideario, mercado irrestrictamente libre versus comunismo. Bajo este último rubro entra todo, desde el socialismo en sus múltiples expresiones hasta la socialdemocracia, en un ejercicio de reduccionismo que hace temer un pobre o estrecho conocimiento de la historia de las ideas políticas. En ese modelo mental, el propio Thomas Hobbes (1588-1679), respetado como el padre de la moderna filosofía política, podría ser tildado de “zurdo” o “comunista” por haber planteado en Leviatán, su texto fundacional, que sin la presencia del Estado, y librado a su condición natural, el hombre se convierte en lobo del hombre. Decía Morin en su diálogo con Cyrulnik: “Quienes habitan y repiten una misma teoría se adoran entre ellos y odian a quienes recitan otra”. Ese uso de la teoría es peligroso, advertía, porque termina por ser excluyente y autoritario. Encerrar a un chimpancé no es el modo de conocerlo, ni a este ni al mundo.
(*) Escritor y periodista.
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