Martin Buber, filósofo israelí de origen austríaco (1878-1965)
Por Sergio Sinay (*)
No es tan fácil la relación con Dios, y más aún en el campo de la política. No basta con sentirse y decirse emisario divino o con nombrarse a uno mismo como un ser providencial designado para realizar tareas o transmitir mensajes emanados del reino de los cielos. Esto se deduce de una clase que el filósofo israelí de origen austriaco Martín Buber (1878-1965) dictó en la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1936.
En esa clase Buber, creador de la filosofía del diálogo, impulsor del existencialismo religioso y actualizador, renovador y difusor del jasidismo (corriente religiosa mística nacida dentro del judaísmo en el siglo XVIII, en Ucrania), exploraba los aspectos políticos en el pensamiento y las palabras del filósofo idealista griego Platón y del profeta Isaías, uno de los cuatro principales del Antiguo Testamento, junto a Jeremías, Ezequiel y Daniel. Este profeta había sido, según sus palabras, convocado por Dios para difundir sus palabras, cosa que hizo en el Reino de Judá, ubicado en el Levante. Isaías cumplió esa misión durante los reinados de Uzías, Jotán, Acaz, Ezequías y Manasés, antes de que Nabucodonosor, tras destruir dos veces el Templo de Jerusalén (del que hoy queda el Muro de los Lamentos) en el siglo VI a.C., anexara Judea a Babilonia.
A diferencia de Platón, para quien debían gobernar los filósofos, a menos que se educara a los gobernantes para que ejercieran el poder filosóficamente (cosa hoy utópica), Isaías descreía de que lo que él llamaba el hombre espiritual (profeta, filósofo) tuviera vocación de poder. Como señala Buber en su magnífica clase, recogida con otros de sus textos en el libro Ensayos sobre la crisis de nuestro tiempo, Isaías cumplía otra función que le había sido encomendada: recordarle al poderoso sus responsabilidades y que siempre se le pedirá cuentas, en algún lugar u otro, de alguna manera u otra. El mandato de los hombres es ser justos unos con otros, porque, recordaba el profeta, los injustos terminarán destruidos por su propia injusticia. Isaías sabía, señala Buber, que un hombre justo gobernaría como fiel ayudante de Dios, sin pretender remplazarlo y sin atribuirse poderes que no tiene.
El propio Buber recuerda en este y otros textos, clases y conferencias lo esencial de su filosofía dialogal: la relación entre un Yo y un Tú. Este es el fundamento de todo vínculo humano trascendente. Una relación recíproca en la que el Yo es tal porque hay ante él un Tú. Y este, a su vez, sólo alcanza identidad de Yo, cuando hay un Tú ante él. Es una relación, sostiene Buber, en la que no hay uso del otro, no hay dominación ni control. De lo contrario la relación se convierte en Yo-Ello. Un Yo y una cosa. El otro convertido en objeto, manipulado, cosificado. Eso que el populismo y los líderes autoritarios, o las personas psicópatas, hacen con perversa maestría.
La relación Yo-Tú significa encuentro real, verdadero. En ella, sostiene Buber, siempre pasa algo que va más allá, que trasciende. En esa relación, como en todo vínculo en el que se respete a un otro presente o a todo lo diverso (incluida la naturaleza completa y sus especies y manifestaciones) está Dios, explica el filósofo. No existen enviados, no hay iluminados ni gobernantes u oficiantes providenciales que puedan o deban arrogarse mandatos de Dios ni autodesignarse ejecutores de sus designios. Quien lo hace, piensa Buber y recoge el ideario de Isaías, transforma cualquier vínculo (personal, colectivo, familiar, de pareja o político) en una relación Yo- Ello. Desaparece el Tú, no hay compasión, no hay empatía, no hay comprensión del dolor o la necesidad ajena. Yo-Tú es una relación, el fundamento de lo humano. Yo-Ello es, en palabras de Buber, apenas una experiencia. En la experiencia la persona se relaciona con el mundo a través de datos y teorías. Los otros, los prójimos, son cosas, números, ecuaciones. El peligro aumenta cuando las teorías se han incorporado de manera sesgada y fundamentalista, con comprensión limitada, y cuando, además, se las pretende imponer invocando fuerzas del cielo. Un cielo vacío de Tú, que, recuerda Isaías, también pedirá cuentas.
(*) Escritor y periodista
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