Metáforas poco felices como las de la motosierra que, supuestamente, representaba
un cambio y lo llevó a ganar en 2023.
Por Sergio Sinay (*)
Viva la libertad, carajo. De acuerdo, ¿pero qué libertad? Porque no hay libertad en donde no hay límites. Justamente porque hay límites, porque todo no se puede y todo no se debe, existe la noción de libertad. Libertad y límites son opuestos complementarios, se necesitan el uno al otro para cobrar significado. Rollo May (1909-1994), uno de los padres de la psicología existencial, disciplina que pone el acento en la importancia de la responsabilidad del individuo en la elección de sus caminos, señalaba en Libertad y destino en psicoterapia, uno de sus libros fundamentales, que “la libertad humana consiste en nuestra capacidad para hacer una pausa, para elegir la respuesta hacia la que queremos lanzar nuestro peso”. Elegir es la palabra clave. La vida es una elección continua, dado que, vale repetirlo, no se puede ni se debe todo. Además existen los otros, que son diferentes de nosotros y por lo tanto pueden tener opiniones, gustos y direcciones distintas.
May (al igual que Víktor Frankl, Irvin D. Yalom, Abraham Maslow y otros psicoterapeutas y pensadores humanistas) señalaba que hay una libertad primera, la del bebé que al irse despegando de la madre quiere acceder a todo y patalea furioso cuando topa con el “no” o con la prohibición, y la libertad última, la del individuo que evoluciona hasta comprender que el conflicto y la imposibilidad son parte de la vida y asume la responsabilidad de tomar una decisión y una actitud haciéndose cargo (responsable) de la consecuencia. El dilema moral o trágico que esto encierra está en la médula del pensamiento existencialista y, se tenga o no se tenga consciencia de él, se presenta una y otra vez a lo largo de la vida. Un signo de madurez psíquica y emocional y de agencia moral es aceptarlo y vivir en consecuencia. Y un síntoma de inmadurez en todos esos planos es resistirse y buscar culpables externos. Quienes se queden atorados en la primitiva y precaria libertad del bebé, no soportarán ni la negativa, ni la frustración ni los límites puestos por leyes y normas, por la presencia de los otros, por la naturaleza o por la propia imposibilidad física o psíquica, y verán en todos esos límites la presencia de un enemigo.
A esta altura de la historia es imposible negar sensatamente que, sobre todo en los últimos veinte años, la sociedad argentina, había alcanzado un nivel de descomposición y decadencia que para una masa crítica de sus habitantes la hacía, por diferentes motivos, irrespirable e inhabitable. Era necesario un cambio drástico que arrancara de cuajo la maleza de la corrupción, de la mala praxis continua en todos los ámbitos, de la indignidad, la impunidad y la cleptocracia (a mano desnuda o con guante blanco) de los gobernantes. Javier Milei habló de ese cambio sin metáforas, o con metáforas poco felices, como la de la motosierra, lo nombró con todas las letras, de la manera en que ningún otro político se había atrevido siquiera a pensarlo, y esa sola acción puso en evidencia el hartazgo de una parte sustancial de la sociedad y le permitió ganar las elecciones de manera contundente y cómoda. Lo hizo al grito de “¡Viva la libertad carajo!”. La vida, a través de las circunstancias, le plantea ahora la pregunta que estaba oculta durante el bullicio preelectoral. ¿De qué libertad hablamos? ¿La primera o la última? O, en otros términos: ¿Libertad “de” o libertad “para”? Liberarse de algo (puede ser del populismo devastador, de los límites constitucionales, de la opinión ajena, de las reglas de convivencia con lo distinto) o liberarse para algo (para encabezar el cambio necesario con serenidad, para sortear obstáculos con inteligencia, para pautar los pasos pacientemente, para asumir con responsabilidad las consecuencias de las propias decisiones y con madurez para mirar más allá de la propia ansiedad e intemperancia, apuntando a la visión de porvenir y no al cortoplacismo miope). Incluso si al bebé se le concediera toda la libertad primera, y se lo redimiera de obstáculos y negativas, sería probable que terminara por sufrir algún grave percance, como meter los dedos en el enchufe, por ejemplo. ¿Entonces? ¿Cuál libertad?
(*) Escritor y periodista
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