domingo, 4 de febrero de 2024

El Rasputín de Javier Milei y un relato que complica la gestión

 Por Jorge Fernández Díaz

No hay límites para la creatividad de un poder dispuesto a actuar con la determinación necesaria, siempre que respete las reglas fundamentales de cada construcción narrativa –anota el asesor del presidente–. El límite no viene marcado por el respeto a la verdad, sino por el respeto a la ficción. Y el motor primordial que hay que tener en cuenta es la cólera”. Se refiere a reconocer, y a utilizar como insumo, la rabia esencial de las sociedades frustradas. Estamos hablando de un personaje culto, vinculado a la vanguardia artística, que es cooptado de pronto por un líder populista para generar un relato. 

Ha estudiado los procesos soviéticos y se ha dado cuenta de que seguían los grandes procedimientos melodramáticos de Hollywood y que su cliente es un actor nato, pero que la política se encuentra muy desprestigiada: “En vez de ser una ventaja, la experiencia se convierte entonces en un obstáculo. Por eso, su falta de experiencia política será una virtud”, coincide con un amigo. Cuando le proponen al inminente asesor de imagen saltar del teatro independiente al corazón del poder, se lo ponen en estos términos: “¿Qué te parece dejar de crear ficciones y comenzar a crear la realidad? El asunto no es ganar elecciones, sino construir un mundo”.

Más adelante, traducen todo el proceso al universo zoológico: el candidato debe estar emparentado con un animal salvaje, que represente al alma de su proyecto y despierte identificación popular: un oso, si estás en Rusia; un león si estás en la Argentina, agrego de mi cosecha: “Si a la gente no le interesa más la política, ¡le ofrecemos una mitología!”. Y es muy importante, por el camino y para tener éxito, comprender las dos clases que integran tu propio partido: “Los buenos para nada y los dispuestos a todo”. Y la relación real del presidente con la prensa: “¿Pero no eras tú quien decía que los periodistas se compran con calderilla [cambio chico]? ¿No decías que son criados a los que les permites sentarse a tu mesa, que te tomas la molestia de leer uno o dos de sus editoriales y se te entregan y envanecen como el pavo real?”. Estoy glosando ciertas andanzas y razonamientos empíricos de Vadim Baranov, el gran protagonista de la novela El mago del Kremlin (Seix Barral): su tarea discurre especialmente en Moscú, consiste en acompañar a Vladimir Putin y en montar con coartadas, maquillaje y cuentos fantásticos –a veces con tergiversaciones– un populismo de gran calado; su objetivo, más tarde, será vigilar que las acciones de gobierno no se aparten un centímetro del libreto central. Esta obra que leo podría interpretarse como un mero triunfo de la imaginación, salvo que su autor –Giuliano da Empoli– es sociólogo y ensayista, fue asesor político de Matteo Renzi, dirige el prestigioso think tank Volta de Milán, imparte clases en el Instituto de Estudios Políticos de París y basa sus apuntes en experiencias personales y en testimonios muy cercanos al putinismo. Su libro ganó muchos premios, es un gran best seller en Europa y acaba de aterrizar en nuestro país; demuestra que gobernar es escribir capítulos diarios de una novela, sobre todo para quienes intentan una praxis agonal. Devorar este texto en tiempo real, mientras se despliegan en el palacio y en la calle las primeras semanas de la administración Milei, puede iluminar un poco acerca de las intenciones y los problemas de su modelo. El libertario tiene a su propio “mago de la Rosada”, que es el joven y enigmático Santiago Caputo, integrante del exclusivo petit comité que comparte en soledad con Karina. Allí cada día, el asesor pasa por su tamiz literario los acontecimientos y vela porque no se desvíen del eje mítico “pueblo versus casta” y que el León no abandone ante la opinión pública su vocación carnívora. No es una tarea sencilla, puesto que las debilidades parlamentaria y territorial son enormes, y porque populismo y negociación no hacen buena pareja; rebeldía y concesión tampoco. El libertarismo argento persuadió a los votantes de que todos los miembros de la clase política –sin distinción de ética, ideología o partido–, eran feos, sucios y malos. En consecuencia, tener que confraternizar con esa ralea se parece a una especie de traición. Además, Javier Milei fue elegido –incluso ganó un debate televisivo en el que claramente fue derrotado–, por su falta de experiencia política. La realidad calcó así los trucos expuestos por el demiurgo de Giuliano da Empoli, pero justamente por esa carencia tan provechosa en las urnas gobernar ahora la Argentina se ha convertido en una batahola de improvisación confusa, con marchas y contramarchas insólitas y desautorizaciones aterradoras. Últimamente, muchas sociedades eligen outsiders y luego les exigen un rodaje que no tienen, siguiendo de este modo la paradójica fórmula de ciertos vínculos amorosos: se casan con el Che Guevara y después quieren que se afeite la barba. Y cuidado: sabido es que alguna gente se separa por lo mismo que antes la enamoró.

Se escucharon estas semanas muy cerca del presidente de la Nación frases de este tenor: pateamos la mesa si está en peligro el “cambio cultural”, no se “negocian nuestros ideales” y “venimos a romper el consenso alfonsinista”, comprendiendo este último como la estrategia tradicional del diálogo entre las fuerzas representativas de una democracia republicana. Esta ruptura se vio de un modo obsceno y peligroso en las amenazas públicas a gobernadores, y muy particularmente cuando se trató a opositores dialoguistas de buena voluntad como “el bloque extorsión” y se les sugirió por lo bajo que les lloverían “carpetazos” de los servicios de Inteligencia si no cedían al articulado de la ley ómnibus, como reveló el diputado Nicolás Massot, algo que no fue debidamente desmentido y que tiene una gravedad inusitada. Santiago Caputo –a quien denominan el “ministro de pensamiento”– deberá ser un verdadero mago para que todo esto no se convierta en un explosivo lodazal que embarre a su propio jefe. También para acomodar en la novela mileísta la incorporación al gabinete nacional de Daniel Scioli, uno de los principales exponentes del “movimiento nacional y popular” y además una figura emblemática de la oligarquía política. A propósito del secretario Scioli y del consejero Caputo, y del carácter de Milei, dos meditaciones al paso. Milei trabajó intensamente para el exmotonauta hasta su derrota en 2015; pregunta cantada: ¿ya había descubierto el paleolibertarismo o todavía era un “neoclásico recalcitrante”? ¿Estaba haciendo una tarea mercenaria cuando militaba en su fundación peronista, o vio la luz anarcocapitalista pocos meses después del fiasco electoral, cuando ya había que limar a Cambiemos? ¿Hace tan poco que es libertario? Uno tiene derecho a sospechar, si es así, que no ha reflexionado suficiente sobre lo que esa doctrina radicalizada significa fuera de la burbuja teórica, dentro del impiadoso mercado real. Y parece también que al gran consejero de la mesa chica –el amiguísimo Santiago– con quien se siente hoy tan íntimo y familiar lo conoce desde hace una eternidad: apenas dos años. Las pasiones y los deslumbramientos son, como se ven, tan súbitos, torrenciales y recientes que uno está habilitado a temer que Milei lea el año próximo el Libro Rojo de Mao, le dé un giro francamente maoísta a su gestión y cambie a Benegas Lynch por Carlos Zannini. El nuevo Rasputín de Balcarce 50, que luce casualmente tatuajes en ruso –”A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”, diría Borges– tendrá que esforzarse mucho, pero no por todas estas histerias y contubernios –querer y no querer bailar–, sino por la magnitud del disgusto social que se registra y avecina. Santiago, a cargo de la puesta en escena y la comunicación y las redes sociales del flamante oficialismo, debería preparar una buena explicación –Macri y Durán Barba no quisieron ni supieron articularla– para un ajuste sostenido y un sufrimiento creciente en la clase media y los jubilados, que nunca fueron parte de la “casta” pero que sin embargo están pagando el pato. La culpa profunda de ese dolor, por supuesto, no es del gobierno nuevo sino de los irresponsables “planes platita” y los esoterismos demagógicos de la escudería kirchnerista, pero los tragos amargos previstos de aquí a los idus de marzo son tan bruscos y fuertes que Milei y su Rasputín necesitarán buenos resultados y la mejor literatura del mundo para que el insumo de la cólera –aliada en la campaña– no se revuelva contra ellos mismos. Porque contra la rabia social no hay ficción ni mitología que valgan. El mago del Kremlin lo sabía.

© La Nación

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