lunes, 8 de enero de 2024

“Rosa de Guayaquil”, excelencias de una novela histórica con aderezo romántico

 Liliana Bellone

Por Sebastián Jorgi

A una primera lectura de “Rosa de Guayaquil”, cuando Liliana nos la dedicó hace un mes pasado, me dije que no había sido sencillo para componerla, configurar los planos del tiempo América-Europa y en el medio de la narración, imbricar el poemario escrito por Rosa Campuzano, aquella muchacha que cautivó a nuestro Libertador un par de noches. También es dable destacar el rescate de la Mujer en la Historia Argentina y Latinoamericana, plena de vicisitudes, ya que he logrado sopesar el interés por exponer a la luz la lucha de mujeres como Eva Duarte, Letizia, textos novelados finamente y que he disfrutado sobremanera.

Una cualidad, sin duda, es cómo coloca las voces nuestra autora, a través de una corta oración: “pensó José de San Martín”, quien desde Lima, reflexiona con énfasis sobre las posibilidades independentistas para entrar en escena Bolívar, Monteagudo, una voz con fuertes inflexiones éticas: “Cuánta arrogancia la de Buenos Aires…Acá en Lima me siento más a gusto que en la mercantilista Buenos Aires, ciudad de burgueses enriquecidos…El continente para los porteños no cuenta”, es la voz de un San Martín dolido, sufriente. Pero recibirá la visita de Rosa de Campuzano. Dice que la impresionaron mis ojos brillantes y a la vez sumergidos en un abismo de tristeza”, la textura poética de Liliana Bellone ha entrado a jugar. Y cómo.

Pensé en Oscar Tacca, profesor académico muy amigo mío, en su libro Las voces de la novela (Gredos, 1978), del que extraigo un párrafo: “La novela está en su texto, pero el texto no es el resultado de una suma, sino de una composición”, tal el caso de Liliana Bellone que asocia situaciones caras a la Historia, controversial y polemizada, con el pensamiento del Héroe, simulado en esas voces puestas de manera magistral.

Pasa la Historia, pero también pasa la aventura del lenguaje, como apreciaba Roland Barthes. Claro que hay otros cortes, que precisamente aderezan, por decirlo así, el acontecer. A propósito, la voz de Rosa, “cuando se ama de verdad, una lo abandona todo, se arriesga la vida y hasta se la pierde” martillan en la cabeza de nuestro prócer.

Lo patético irrumpe en discurrir de la conciencia, “me lo mataron a Güemes” y de pronto el diálogo comparativo de Rosa referido a Bolívar: “Él es muy distinto de Usted—le dice Rosa a San Martín—No hay semejanza, salvo que ambos son Generalísimos, grandes brigadieres de sus patrias y de las patrias que libertaron”. Intuyo, modestamente, que estamos ante un metamensaje del pensamiento de nuestra novelista que pone en el mismo plano, la misma relevancia, a San Martín y a Bolívar. Un metamensaje que hace a la Unión de los Pueblos Latinoamericanos, que tanto seguimos necesitando. Una mirada teleológica de Liliana, los fines de la Patria Grande Sudamericana.

Se me ocurrió repasar una edición de Joaquín Mortiz, “La nueva novela latinoamericana”, el escritor latinoamericano debe emprender una revisión, con la elaboración crítica de todo lo no dicho en nuestra larga historia de mentiras, silencios, retóricas y complicidades académicas. Inventar un lenguaje es decir todo lo que la Historia ha callado”. Es nada menos que Carlos Fuentes.

Por esto me pareció importante resaltar el lugar que debe ocupar Rosa de Guayaquil en la literatura latinoamericana, un lugar destacado dentro de un nomenclador de obras, cito algunas: El libertador cabalga, de Agustín Pérez Pardella, La batallas de Belgrano de María Esther de Miguel, La isla de Róbinson de Arturo Uslar Pietri, Las cruces de Pisagua de José Bilbao-Richter, un escritor reciente que ha rescatado el papel de la mujer en las luchas por la emancipación americana, Los secretos de la Perichona de Darcy Tortonese.

Liliana es una gran manipuladora, capaz de asociar tiempos, espacios, personajes históricos, excediendo el cerco narrativo propiamente dicho o escrito, y nos deja “picando” un continuo semántico. Y capaz de exceder el tiempo real histórico, el de nuestro héroe San Martin fallecido en 1850, y que sin embargo llega a 1924, operando sobre el lector, para que verifique lo intrínseco, e inclusive se identifique –tal mi caso—con Rosa de Guayaquil. ¿Novela histórica? Sí, pero también una novela de amor, es de notar que el acontecer coincide con la importación del Romanticismo por parte de Esteban Echeverría que asiste a la representación de Hernaní de Victor Hugo en París, estamos en 1930.

Rosa de Guayaquil me impulsó a escudriñar algún fichaje de tiempos de estudiante, por ejemplo, Morfonovelística, de Cándido Pérez Gallego, Fundamentos, 1973, que a su vez cita a Eliot: “la magia del escritor, de convertir lo no novelístico en novelístico”. La magia e imaginería para re-inventar a Eva Duarte, a Cortázar, a Letizia, a Borges.

Un gran mérito ficcionalizar personajes históricos como el de San Martín y Rosa Campuzano, colocar las voces sin hipérboles, al mismo tiempo compactar los tiempos en los planos América-Europa, revisando momentos muy caros de nuestra Historia, deslizando con sutileza una “operatio ensayística” que bien vale leer como quien dice “entre líneas”- o mejor, con toda la letra, esbozando un andamiaje poético en su textura.

Excelente novela histórica, con fuerte aderezo romántico, coherente con la época. Felicitaciones, querida Liliana Bellone.

© La Capital (Mar del Plata)

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