La canciller Diana Mondino y el embajador de China, Wang Wei
Por Jorge Liotti
El viernes a la tarde había cierta ansiedad en los pasillos del Gobierno. La canciller Diana Mondino estaba reunida con el embajador chino, Wang Wei, después de varias semanas de tensión, y se esperaba con expectativa el resultado del diálogo. Las claves eran la foto y el comunicado.
Si había imagen conjunta al finalizar y una ratificación de la política hacia Taiwán, era un éxito; en caso contrario, la Argentina se encaminaba a un serio conflicto con su principal socio comercial. Al final hubo una foto y una frase sanadora: “Durante el encuentro, Mondino y Wang desestimaron recientes versiones de prensa infundadas y reafirmaron los lazos de amistad y el principio de una sola China”. Fin.
La canciller se cansó de desmentir que se hubiera reunido con la representante de Taiwán en el país, Miao-hung Hsie, como se difundió. Solo admitió haberse cruzado con ella en septiembre en un evento académico del CEMA, ámbito desde el cual había forjado un vínculo personal. Pero el problema no es esa relación, sino que Beijing sospechó que el gobierno de Javier Milei ponía en duda la posición adoptada por la Argentina desde 1972 de reconocer una sola China y considerar a la isla díscola como parte de su territorio. Supuestamente ese mensaje le llegó en forma directa a Wang.
El malestar también se alimentó con el dato de que Miao-hung Hsie había sido invitada el 10 de diciembre, el día de la asunción de Milei, y saludó al nuevo presidente como parte de las delegaciones extranjeras. Wang informó de las novedades en su reciente viaje a Beijing (donde ya estaban al tanto de las declaraciones de campaña en las que Milei decía que jamás se relacionaría con un gobierno “comunista”) y regresó con instrucciones bien claras: lograr un pronunciamiento explícito de la Casa Rosada, poniendo sobre la mesa las sensibilidades conducentes que podrían verse afectadas, desde el segundo tramo del swap hasta el comercio de granos. En el entorno de Mondino aseguran que “nunca hubo un problema” con China y que la relación con Taiwán está clara: no hay reconocimiento de independencia, sí relaciones comerciales, incluso aceptadas por Beijing.
El episodio actuó como un tenso debut del nuevo gobierno en la geopolítica internacional, un terreno que se ha vuelto particularmente turbulento en los últimos tiempos, al punto de que el prestigioso analista internacional Ian Bremmer acaba de definir al año 2024 como “el más peligroso e incierto desde la perspectiva del riesgo político global”.
Solo surge una explicación cuando se intenta profundizar en las razones que llevaron a la gestión libertaria a comprometer el vínculo con la segunda potencia global: la convicción de Milei de que el eje de su política exterior debe estar alineada con Estados Unidos. Esta mirada lo llevó a subestimar la enorme sensibilidad que genera en Beijing la situación de Taiwán, como quedó expresado este fin de semana con la realización de las elecciones en la isla, en las cuales se impuso el candidato independentista Lai Ching-te, lo cual, según el exembajador Diego Guelar, “aumentará las tensiones en el Mar de la China y se alterarán los mercados de commodities, las alimenticias, la energía y los minerales, por la incertidumbre”. Taiwán no solo representa una reivindicación territorial, también es la razón que esgrime Estados Unidos para tener apostada en el mar de la China a su gigantesca Séptima Flota, con el objetivo declarado de garantizar el libre comercio en la zona, pero que en realidad le sirve para patrullar las aguas que bordean al gigante asiático. A esa descomunal disputa quedó arrastrada de costado la Argentina.
Este ajetreado episodio demostró lo complejo que le resultará a Milei evolucionar del simplismo electoral de decir que el país tendría como únicos vectores a Estados Unidos e Israel, a una política exterior realista que contemple la multiplicidad de actores y las complejidades del contexto. Allí trajina Mondino para tratar de decirle al mundo que quiere reconstruir los puentes que el presidente rompió con su discurso de campaña. En principio la Cancillería logró instalar una cosmovisión más amplia, anclada en la identificación con los valores occidentales. De allí la decisión de retomar las tratativas del acuerdo con la Unión Europea (con poco futuro en lo inmediato), retomar la senda hacia la OCDE (un proceso que llevará varios años) y salir de los Brics. El problema es que esa senda más ambiciosa no contempla las urgencias comerciales, que ubican a los principales compradores de la Argentina en Asia (China, Vietnam) y en la región (Brasil, Chile).
El reciente anuncio del próximo viaje presidencial a Roma y a Jerusalén fue otro episodio que evidenció ciertos desajustes. La información salió del propio entorno presidencial y encontró desprevenido al vocero Manuel Adorni. El Vaticano y el gobierno de Israel dicen no contar aún con información oficial. Pero en el Gobierno lo dan por hecho. En el caso del Papa, hubo una aproximación en la reunión que el miércoles mantuvo Guillermo Francos con un grupo de obispos. Allí los prelados le hicieron saber al funcionario que Francisco vería con buenos ojos una invitación formal del Presidente para que visite el país, y así reforzar el mensaje que ellos mismos, por recomendación de monseñor Oscar Ojea, habían emitido. Francos lo comentó al día siguiente en la reunión de gabinete y se encontró con que ya había una carta redactada desde hace unos días a la que solamente le faltaba la firma de Milei. El Presidente, junto con su hermana Karina, difundieron entonces la misiva de invitación y una foto, con tanto entusiasmo que no repararon en que por protocolo no deberían haberlo ventilado hasta que fuera oficialmente entregada, algo que recién hizo Mondino el viernes. Nimiedades. Para algunos, el encuentro que tendrán en Roma fortalece la idea de que Francisco vendrá este año a la Argentina, porque sus problemas de salud le recortan la posibilidad de que pueda hacerlo más adelante. Pero quienes conocen de cerca al Pontífice siguen convencidos de que “no viene ni loco”.
Más controvertido sería el paso de Milei por Israel y un eventual encuentro con el primer ministro Benjamin Netanyahu. Ocurriría en plena guerra de Gaza, y en momentos en los que todo el mundo observa si se termina de abrir un nuevo frente de conflicto en el norte con Hezbollah. Si bien no sería algo inmediato, el Presidente aún tiene en mente la idea de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, algo que ni siquiera Estados Unidos llegó a hacer cuando lo anunció Donald Trump. En fuentes diplomáticas circuló la información de que desde el gobierno de Israel se hizo llegar algún mensaje sutil sobre la inconveniencia de hacer estos movimientos en este contexto. “La verdad es que la decisión de Javier es estar en la canonización de Mamá Antula y poder armar un encuentro con el Santo Padre. Lo de Israel surgió a partir de eso y de su promesa de viajar allí. Es probable que haya agenda en Tel Aviv y en Jerusalén. Entendemos las prevenciones del caso, pero los mandatarios siguieron yendo aún después de iniciada la guerra”, explican en la Cancillería. Habrá que evaluar las hipótesis que se reabren para el país con su regreso al tablero de Medio Oriente, una partida que le generó un gran costo al menemismo.
Las definiciones de la nueva gestión también abarcan al área de defensa, en donde hay un trabajo en marcha de parte del ministro Luis Petri para retomar actividades con Washington en el plano de los ejercicios militares conjuntos y de una mayor participación en las fuerzas multilaterales de paz, tal como había ocurrido en los 90. En esta reorientación también se incluye la intención de inclinarse finalmente por una compra de aviones caza F16 y desechar las opciones de China e India, que habían sido alentadas durante la gestión de Alberto Fernández.
Los mercados expectantes
Esta semana Milei realizará su primer viaje oficial como Presidente. Será muy simbólico porque estará en Davos, la meca del capitalismo global. Hubo un interés mutuo en esta misión. La organización del evento vino hace un tiempo a la Argentina para invitarlo especialmente, interpretando el enorme atractivo que despierta su figura en el mundo. “Quieren saber quién es verdaderamente ese loco libertario que propone dar vuelta al país, y sobre todo quieren saber cómo resulta. Puede ser un caso testigo”, explica una fuente al tanto de estas tratativas. La agenda presidencial en Suiza se despliega en solo un día y medio y es bien acotada. Tiene media hora para exponer el miércoles de las 15.45 a las 16.15 (previamente habrá un panel argentino donde hablarán Nicolás Posse y Luis Caputo). Lo presentará Klaus Schwab, el creador y cerebro del evento, una señal de seniority para Milei. Por fuera de esa intervención no hay reuniones bilaterales agendadas, aunque no se descarta que al final se produzca alguna. El argumento oficial es que como tiene tantos pedidos, no quiere priorizar y quedar mal con la mayoría. Pero extraoficialmente hay otra explicación: a Milei no le atraen las reuniones con gente que no conoce y que supone que buscarán entablar algún tipo de negociación.
Le pasa lo mismo en la Argentina, donde tiene una lista de pedidos que prefiere no atender, tanto de la política como de empresarios (algunos han notado una tendencia a cierto autoencierro en sus horas en la Casa Rosada). Por eso prefiere focalizarse en el mensaje que buscará transmitir en Suiza: que la Argentina se encuentra en un proceso de apertura y que los capitales del mundo son bienvenidos. Tiene sentido el discurso. En el universo de las finanzas y de ciertos sectores industriales vinculados a los flujos globalizados miran con expectativas el experimento y se ilusionan con que el país regenere el aperturismo de fin de siglo. Entre los negociadores del Gobierno con el FMI había una satisfacción especial por el rápido acuerdo logrado esta semana, como una señal a los mercados. “La verdad es que cuanto establecimos los primeros contactos con el Fondo hace unos meses no nos creían nada de lo que les decíamos que íbamos a hacer. Ahora construimos confiabilidad y credibilidad”, resumió uno de los funcionarios al tanto de las conversaciones.
Pero ese dato positivo se complementa con una demanda política del Fondo: que el Congreso apruebe la ley ómnibus. “El FMI nos dijo claramente que confían en nuestra voluntad de avanzar pero quieren ver el nivel de consenso político que logramos, y para eso hace falta una señal de los diputados”, explican. Y ahí el tema no es sencillo. El debate en el plenario de comisiones demostró esta semana que la apelación a cierto pragmatismo no era una opción para el oficialismo, sino una necesidad. El dictamen que comenzará a discutirse ahora ya vendrá despojado de algunos temas espinosos con la intención de liberar el corazón de la iniciativa, que es el capítulo económico. Traducido: los cambios en bienes personales, los ajustes en las retenciones, el blanqueo, la moratoria y, especialmente, la fórmula jubilatoria, el capítulo que promete generar los mayores debates. Para despejar este tramo, en el Gobierno admiten que despejarán la reforma electoral, en la que quedaría en pie la eliminación de las PASO, mientras los cambios en el sistema de representación serían postergados.
La negociación se avizora intensa porque el oficialismo va a necesitar juntar una masa crítica para evitar que el dictamen de mayoría termine siendo el del peronismo y la izquierda, que propondrán el rechazo liso y llano del proyecto. Para eso, los libertarios deberán consensuar los cambios con el Pro, la UCR y Hacemos Coalición Federal, y así superarlos en adhesiones. En los bloques intermedios prevalece la convicción de no retacearle al Gobierno la herramienta que considera vital para su gestión, pero hay temas que no digieren, entre ellos el plazo de la delegación de facultades, el cheque en blanco de las jubilaciones y la ratificación del DNU dentro de la ley ómnibus. El sector que gira en torno de Emilio Monzó, Nicolás Massot y Miguel Angel Pichetto propone abrir el decreto como parte del debate de la ley, y aseguran que así podría aprobarse la reforma laboral.
“Si no acuerdan con nosotros previamente un dictamen, van a ir al recinto a una ruleta rusa artículo por artículo y se les pueden caer varios temas. Nosotros tenemos diferencias internas, y la UCR también. Puede salir cualquier cosa”, advierte un diputado de Coalición Federal que conoce muy bien estas dinámicas. Pero en los bloques intermedios marcan como un problema crítico la falta de interlocución clara en el oficialismo para negociar. “Nosotros hablamos con Martín Menem para que convoque a los jefes de bloque, pero no lo hace. Le sugerimos los cambios y nos dice que va a consultar. Creo que no se animan a plantearles estas cosas a Milei de frente. Por eso queremos que pongan a alguien de Economía, con capacidad de resolución para acordar el articulado”, reclama uno de los diputados.
También el frente de compromiso con los gobernadores se presenta volátil. Los mandatarios protestan, pero por lo bajo admiten que no tienen mucho margen para voltear la ley. Reclaman con énfasis por los temas que los afectan (pesca, economías regionales, retenciones, biocombustibles) y manejan la incertidumbre de sus diputados. Para sellar este flanco, Francos y Caputo preparan en estos días el envío de la reversión de impuesto a las Ganancias, para que entre al Congreso antes del fin del mes y actúe como un factor de adhesión de los gobernadores.
El Gobierno sabe que desde afuera están mirando si tiene la fortaleza para lograr su objetivo de aprobar la ley. Debe lograrlo antes de que la ebullición social empiece a escalar de nuevo a partir del paro de la CGT y del impacto de la suba de tarifas que se anunciaron. Milei debe lograr resultados rápidos para demostrar que su proyecto político y económico es viable.
© La Nación
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