Por Carlos Ares (*) |
Te doy la derecha. Imagino tu respuesta cuando exponga la idea. Con la peluca de punta me vas a contestar: “¿Qué tomaste en las fiestas?”. En un menú de tres pasos, me voy a tener que comer de entrada el revuelto de consignas hechas: tipo “el Estado no es la solución, es el problema”; a continuación, el plato principal, “el Estado no debe hacer nada que pueda hacer mejor el sector privado”; para cerrar, de postre, con el empalagoso credo del chef Junior, Benegas Lynch: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, cuyas instituciones fundamentales son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la libre competencia, la división del trabajo y la cooperación social”.
Buena esa, fanático, ahora sin llorar, recordá que a esos seis de cada diez pibes hambrientos, indigentes, en condiciones miserables que dejaron los criminales precedentes, el único proyecto que les van a respetar los privados es el de morir sin haber vivido. No hubo, no hay, no habrá nunca nada para ellos, salvo que el Estado intervenga con alimentos, educación, juegos, aventuras, deseos, pasiones, ganas de construir algún futuro.
¿Qué clase de arquero fuiste que no embolsás, entonces, una que va directo al cuerpo? No tenés que agacharte ante nadie, pedir ayuda a los centrales, negociar, poner la rodilla en tierra para que la idea no se te escurra entre las manos. Al contrario, te pueden criticar por la forma en que te arriesgás, cómo te tirás de palo a palo, cuando todavía los goles no la ven llegar.
Te la sigo amasando con la derecha de Riquelme. Pensala en términos económicos, como te gusta. Aparte de Tapia, del chiquitaje que lo banca, lo vota porque bebe bien de su goteo, de la fiesta inolvidable, del pico de emoción que compensó en parte la tremenda malaria de años terribles, de todo lo que disfrutamos todavía un año más tarde, ¿qué otro rédito, renta, beneficio contante, sonante, crocante, en físico digamos, le quedó al país después de ganar la Copa del Mundo de fútbol?
Si tu única salida es revolear el tema para que se arreglen los de arriba, fuiste. Permitir que los clubes puedan ser sociedades anónimas en reemplazo de las de “sin fines de lucro”, a la hora de cerrar los acuerdos con representantes, intermediarios, de comprar, vender, pagar coimas, peajes, comisiones, viáticos, no hace la diferencia. Siempre van a repartir el negocio entre ellos. “El club es de lo socios”, gritan cuando se los tocan. ¡Esta es de los socios!
El mejor modo de abrir ese paquete, de obligarlos a competir mano a mano, ley contra aprietes, auditores contra balances, fiscales contra mafias, rechazando de voleo los reclamos, bancando el VAR (Van A Reputear), es con el Estado participando, mejorando las condiciones, agregando valor a un recurso natural apreciado, deseado, demandado, respetado, admirado en todo el mundo.
Fijate, todavía debés tener por ahí una Secretaría de Deportes. Ponela a darle una bola especial al fútbol. Donde hay un terreno, un espacio, una canchita. En todo el país. Fútbol cinco, siete, once, veintidós más suplentes, Redes, pelotas, camisetas, zapatillas, botines, medias, profesores de educación física, alimentos, escuela, un plan tipo “pibes cuidados”.
Dejame darte un toque de zurda a lo Messi, para que definas de derecha. Si tenés dudas, hacé la lista, mirá los números. Cantidad de jugadores exportados en los últimos treinta años, desde Maradona hasta el Diablito Echeverri. Guita recaudada, ¿impuestos pagados? Si el Estado Fútbol Club promueve, estimula, invierte con buen ojo, tal vez logre darle salida profesional a parte de su producción deportiva. Con unos cuantos que se destaquen habrá beneficios mutuos, los costos estarán cubiertos, en una de esas hasta sobra para crecer más, mejor.
¡Agrandate Chacarita!, dame pelota, es el capital humano que un Estado sano, decente, tiene la obligación de proteger.
(*) Periodista
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