Por Carlos Ares (*) |
Hola a todos. Tengo noticias sobre el estado de Sergio. La recaída fue muy dura. Dicen que sufrió brotes psicóticos serios. Ataques de ira, reacciones violentas, patadas voladoras. Perdió contacto con la realidad. Veía fantasmas, quiso denunciar una conspiración, acusó a los más cercanos de traición. Casi no dormía. El insomnio le hizo efecto. Anda abombado, en estado adolescente. Incapaz de entender cómo fue posible que después de toda una vida de empleado público ya no salga el chorro de la canilla.
En los primeros días, los más terribles de la abstención, le faltó contención. Malena estaba en la misma. Una madrugada esperaron a que la guardia terapéutica se durmiera para escapar del country. Nadie supo dónde estaban hasta que una vecina de Olivos los vio deambular en pijama frente a la puerta de la quinta presidencial. Cuando lograron empastillarlo se hundió en un pozo de silencio. Quedó con la mirada fija en un retrato de Cristina. Temieron que se volviera contra sus propios bolsillos. Tanto que, por las dudas, a la noche le atan las manos a la cama.
En algún momento, Sergio tendrá que reiniciar casi desde el principio el lento, terrible, doloroso camino de la rehabilitación. Viene bien que el próximo no sea un año electoral. Como saben, durante esas campañas los transas hacen su gran negocio. Elegantes, encubiertos como gurúes, portando carpetas, análisis de mercado, resultados de focus groups, citando títulos de libros, textos de autores extranjeros, los supuestos expertos, “asesores de imagen”, se montan al caballo que paga mejor. Apuestan a ganador. Ellos nunca pierden. Los candidatos derrotados son los que no siguen sus consejos. Cortan la merca pura con verseros locales.
El primero te lo regalan. Después te hacen pelo y barba. Ofrecen de la mejor. La traen desde Ecuador, España, Brasil, Estados Unidos. Tientan al candidato a prometer lo que no sabe si podrá cumplir, a repartir la que no hay, a disfrazarse de lo que no es. Le arreglan los dientes, le retocan la foto. Incitan a recaudar, imprimir billetes, a comprar con subsidios favores, contratos, todo lo que está en oferta. Artistas, intelectuales, sindicalistas, políticos, periodistas.
Estimulado por esos traficantes de discursos que abusan de las debilidades ajenas, en los últimos meses de su gestión Sergio se fumó 20 mil millones de dólares más, aparte de los 100 mil que ya se había consumido en un año. Puro humo que al disiparse deja ver las consecuencias. La inflación empujó al abismo de la pobreza a casi 3 millones de personas más.
En situaciones como esta, cuando compartimos como propia la reincidencia de alguien que lleva años en el grupo, antes de escuchar aquello que cada uno tenga hoy ganas de compartir, debemos reflexionar una vez más sobre las consecuencias de esta adicción tóxica al poder.
No van a faltar piedras en el camino de cada uno, ni quien se las tire al chivo expiatorio de turno que encuentren. Es más, si prestan atención, ya pueden escuchar el susurro artero que surca las redes sociales. ¿En cuánto estiman, día, semana, mes, que las van a ver volar, a oírlas restallar como un latigazo sobre el lomo del elegido? Pero aquí, ahora, ¿quién está libre del pasado como para arrojar la primera?
A modo de consuelo, como una mano que se da entre amigos queridos al momento de olvidar rencores, intercambiemos ahora un minuto de silencio. Si es más, mejor. El programa inicial que nos hemos dado, inspirado en el que sirve a tantos otros dependientes, nos obliga hoy a cumplir con al menos los dos primeros de los doce pasos.
Uno: Dejemos de negar. No hay soluciones mágicas. Aceptemos que ya no es posible zafar solos. Nos necesitamos unos a otros. Desesperados, rajados, quebrados, arruinados, inyectados, embocados, empernados desde hace demasiado tiempo entre relatos sesgados de la historia, mentiras alevosas, consignas vencidas, saqueos criminales, agotadas las excusas, despejados los prejuicios, puteados todos los supuestos culpables de nuestras desdichas, secas ya todas las verdades en las que hemos creído, o confiado, revisemos sin agachadas, sin miedos, el inventario de nuestras propias acciones. Todavía nos tenemos a nosotros mismos. Hagámonos cargo de la cuotaparte que nos corresponde.
Paso dos: Amuchémonos. Estos últimos días del año son buenos para recordar que, aun cuando parece que no, para un corazón roto siempre habrá un corazón descosido.
(*) Periodista
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