Por James Neilson |
No es necesario ser un economista para saber que a menos que los políticos se animen a encargarse de la megacrisis que está devorando al país, lo harán los mercados. Sin reservas, sin acceso al crédito, sin una moneda nacional confiable, ya no queda ninguna alternativa a un ajuste feroz.
Lo entiende muy bien Javier Milei; con franqueza inaudita, rompió uno de los tabúes más potentes de la política nacional al proclamarse resuelto a podar el gasto público con su motosierra emblemática. Así y todo, la franqueza del libertario tenía sus límites; insistió en que sería “la casta” política, no la gente, la que pagaría los costos del ajuste que sabía inevitable. Por desgracia, pecaba de optimismo; pase lo que pase, lo que está por suceder no podrá sino impactar en millones de presupuestos familiares.
¿Será culpa de Milei? Aún más que en otros países, aquí escasean los dispuestos a reconocer que una catástrofe económica puede ser consecuencia de decisiones que se tomaron meses e incluso años antes, de suerte que pronto se hará muy fuerte la tentación de atribuir lo que esté ocurriendo a Milei y sus aliados macristas. En las semanas próximas, muchos estarán preguntándose si la caída de su propio poder de compra se debe a un gobierno encabezado por un hombre de ideas liberales.
Tratarán de aprovechar el malestar todos aquellos que temen perder los privilegios que les han permitido prosperar en medio de la miseria generalizada. Darán a entender que hubiera sido bastante fácil salir de la gran crisis nacional que ellos mismos contribuyeron a provocar sin pedir sacrificios a nadie.
La respuesta mayoritaria al interrogante que a buen seguro plantearán tales personajes determinará el futuro del país. Si logran convencer a una franja sustancial de que el autor principal de sus sufrimientos es Milei, la gestión del gobierno entrante será tumultuosa y con toda probabilidad breve. ¿Y entonces? El país volvería a ser lo que era antes de las elecciones cuando se precipitaba hacia el abismo.
Lejos de mejorar la situación económica, el eventual fracaso de la administración mileísta sólo serviría para dejarla en las manos nada amables de los mercados financieros que, con su frialdad habitual, procederían a ajustar todas las variables sin prestar atención a los gritos de los más afectados.
Si bien Milei aún no ha comenzado la tarea ciclópea que se postuló para emprender, ya es blanco de críticas motivadas por lo difícil que le está resultando formar un gabinete coherente. Muchos que se creían destinados a cumplir papeles clave se han visto descartados, si bien en algunos casos habrá sido porque el presidente electo quiere mantenerlos en reserva por suponer que sería de su interés no exponerlos a los riesgos que tendrán que enfrentar los miembros del equipo original. De todos modos, hay señales de que ha decidido dar prioridad a la capacidad profesional de los aspirantes a desempeñar funciones importantes, por encima de sus vínculos políticos.
En cuanto a Milei mismo, a juicio de muchos está adoptando una personalidad pública más presidencial con el propósito de mostrarse a la altura del rol por el que fue elegido. El cambio que está experimentando entraña riesgos. A pesar de haberse moderado luego de salir segundo en la primera vuelta, el hombre que triunfó por un margen imprevistamente amplio en las elecciones definitivas aún era el heavy-metal rock star que aullaba insultos soeces contra los demás políticos, no el académico respetable en que, tal vez pasajeramente, se ha convertido.
¿Le será dado conservar por mucho tiempo el carisma que lo hizo el ídolo de un sinnúmero de jóvenes si en adelante se conforma con un perfil menos disruptivo? Es de esperar que sí: caso contrario, no tardará en desinflarse la revolución cultural que, con la colaboración involuntaria de los kirchneristas, ha logrado poner en marcha.
En otras latitudes, quienes esporádicamente se interesan por las vicisitudes argentinas no han titubeado en ubicar a Milei en las filas de una “nueva derecha” internacional que, para alarma de muchos progres, está sumando apoyo en países que se habían creído inmunes a tales fenómenos. Además del norteamericano Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro, los asustados aluden a la italiana Giorgia Meloni, la francesa Marine Le Pen, el neerlandés Geert Wilders y los líderes de partidos relativamente nuevos en Suecia, Alemania, España y ciertos países de Europa oriental que últimamente han disfrutado de éxitos electorales. Lo que todos tienen en común es su oposición a un statu quo tecnocrático dominado por presuntos progresistas que tienden a despreciar a la clase obrera de sus países respectivos, ser hostiles a Israel y, en Europa, favorecer la inmigración de contingentes nutridos de musulmanes que propenden a ser reacios a adoptar las costumbres de los países que los reciben.
¿Todos militan en “la ultraderecha”? Conforme a las pautas tradicionales, con escasas excepciones son híbridos que combinan características antes consideradas izquierdistas con otras, como el nacionalismo, que en opinión de los exegetas marxistas son reaccionarias. De todos modos, el que, cuando Milei viajaba a Nueva York para rezar ante la tumba de un rabino célebre, al embajador en la Venezuela bolivariana se le ocurriera tildarlo de “nazi”, refleja lo difícil que es para muchos ubicarlo en el tablero ideológico.
Aunque a Milei no le ha perjudicado ser considerado el representante local de un movimiento internacional cada vez más influyente cuyos militantes están reaccionando frente a los excesos de los “políticamente correctos” que conforman las elites recién establecidas, es tan grande la diferencia entre las circunstancias imperantes aquí y las de sociedades desarrolladas en que una tasa inflacionaria anual del cinco por ciento motiva angustia y la pobreza es un asunto marginal, que las semejanzas son meramente hipotéticas.
Puede que no lo sean en el caso de Brasil, pero por escandalosa que fuera la corrupción del sector de la clase política actualmente encabezado por Lula, las fechorías imputadas al presidente anatemizado por el Milei de la campaña electoral fueron a lo sumo anecdóticas en comparación con las perpetradas por Cristina y miembros de su entorno. Por lo demás, mientras que, antes de erigirse en presidente, Bolsonaro había pasado muchos años en el mundillo político de su país, Milei sigue siendo un auténtico outsider que todavía no se ha familiarizado con los códigos de “la casta” a la cual, mal que le pese, acaba de incorporarse.
Aunque es de suponer que a Milei le gustaría someterla a una purga despiadada, hasta nuevo aviso tendrá que practicar las artes que le son propias, ya que para gobernar sin violar las reglas constitucionales necesitará contar con la aquiescencia de más legisladores que los provistos por La Libertad Avanza y el Pro que responde a su aliado Mauricio Macri. Es que el Congreso, como el Poder Judicial, es estructuralmente mucho más conservador que el Poder Ejecutivo porque se basa institucionalmente en preferencias anteriores a las que se manifestaron de manera tan dramática hace apenas un par de semanas.
Aun cuando rigiera en el país un sistema parlamentario, hubiera sido poco probable que el desfasaje así reflejado se redujera mucho. De tener éxito la gestión de Milei, andando el tiempo podría multiplicarse el número de diputados, senadores, intendentes y gobernadores afiliados al movimiento libertario, pero por ahora tendrá que operar en un medio ambiente más apropiado para el país de anteayer que para el insinuado por el resultado de las elecciones presidenciales.
Además de intentar curar algunas de las heridas de ciertos miembros de “la casta” local que maltrató en la fase más furibunda de su campaña electoral, Milei, con la ayuda de la presunta canciller, Diana Mondino, se las ha arreglado para reconciliarse con el papa Francisco y dirigentes extranjeros, como Joe Biden y Lula, al que había fulminado por sus inclinaciones izquierdistas. Parecería que los esfuerzos en tal sentido están brindando resultados positivos; felizmente para el presidente electo, ni los norteamericanos ni los brasileños quieren conflictos con la Argentina.
Milei está evolucionando con rapidez, dejando atrás el personaje extravagante que amenazaba con destruir todo a su paso para mutarse en algo más parecido a un político convencional. Entre otras cosas, ha postergado la dolarización de la economía hasta que el país disponga de los recursos necesarios. Si bien virtualmente todos los especialistas coinciden en que se trataría de un cambio aún más drástico que el supuesto por la convertibilidad, no sería tan excéntrico como muchos dicen, ya que hace relativamente poco, países tan importantes como Francia, Italia y España optaron por reemplazar sus respectivas monedas nacionales por otra, el euro, que se basaba en el fortísimo marco alemán.
Aunque lo hicieron por motivos geopolíticos que no figuran en el pensamiento de Milei, las dificultades prácticas planteadas por la transición eran similares a las que la Argentina tendría que superar si sus gobernantes finalmente decidieran que sería mejor permitir que el valor de la moneda dependiera de la Reserva Federal norteamericana porque la experiencia les había convencido de que la clase política nacional nunca estaría en condiciones de defenderlo.
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