El miércoles de la semana que viene, cuando escriba mi habitual nota, ya no habrá en la Argentina un gobierno peronista. Este dato, atendiendo los resultados de las urnas, es en sí mismo una buena noticia o, para decirlo en términos más políticos, es lo que el pueblo deseaba: que se vaya el peronismo sin importar demasiado quién viene en su lugar. Fue la consigna que catorce millones de personas reclamaron, una mayoría que incluye admitir que venga el que venga siempre será mejor que esta calamidad política que nos gobernó durante cuatro años o que, para ser históricamente rigurosos, dieciocho años.
Los resultados de esta hegemonía peronista están a la vista, Y si para 2015 el país ya se precipitaba hacia una irreversible decadencia, en los últimos cuatro años los compañeros y las compañeras se esmeraron para que todo resulte un poco peor. Un triunvirato de incompetentes y derrochadores dirigió la nave hasta dejarla al borde del naufragio. Cristina, Alberto y Sergio fueron los titulares. Entre ellos no dejaron de hacerse perrerías, pero a la hora de joder a los argentinos siempre estuvieron juntos.
Como reza el título de una novela, la historia de esta gestión peronista podría titularse "Todo estaba sucio". Sucia la relación entre Cristina y Alberto; sucia la maniobra que instala a un aventurero en la presidencia de la nación; sucia la expectativa que del fango nos saca Sergio y sucio el final de este despreciable grotesco. A este diagnóstico habría que sumarle la gestión de la pandemia y la fantasía de encerrar a la población para forjar la fantasía de la comunidad organizada mientras ellos se agitaban y jadeaban en las fiestas celebradas en Olivos, los negociados con las vacunas y las penurias económicas y sociales a las que se vio sometida la población por parte del gobierno que llegó al poder prometiendo asado, copas y "algo más", cuando solo produjo pobreza, indigencia y mendicidad. El balance es ruinoso, patético y grotesco.
Los propios peronistas en voz baja lo admiten. La gestión de Macri, comparada con estos rescoldos de cenizas y basura, se parece una próspera gestión socialdemócrata del primer mundo, al punto que no faltó el peronista que dijera: "qué bien que estábamos cuando éramos opositores a Mauricio". No sé, no sabemos, cómo será la gestión de Javier Milei, pero sí sabemos que la que el domingo deja el poder disfruta del honor de haber sido la peor de los últimos cuarenta años. El peronismo, cuando se lo propone, siempre se supera a sí mismo.
Lo que escribo, adjetivo más adjetivo menos, lo dicen las cifras, lo dicen los estudios académicos, lo dicen los dirigentes políticos y sociales… lo dicen todos, incluso los que por adhesión atávica votaron por el peronismo en estas últimas elecciones. Sin embargo los compañeros no pierden la fe ni el empeño y convocan a defender las conquistas logradas. ¿Qué conquistas? ¿Qué logros? La derecha más depredadora e insensible jamás hubiera logrado la hazaña que los peronistas perpetraron en todos estos años. ¿Qué convocan a defender? ¿Los salarios aplastados? ¿El clientelismo miserable? ¿La pobreza pavorosa? ¿El endeudamiento desvergonzado? ¿A una jefa condenada a seis años de prisión por corrupta? ¿La legitimidad del narcotráfico? ¿Los negociados de Aerolíneas Argentinas e YPF? ¿Los 14.000 millones de dólares dilapidados por Sergio Massa en la campaña electoral?
Pregunto sinceramente: ¿Defienden las conquistas supuestamente amenazadas por la "extrema derecha" o defienden sus puestos de poder, sus privilegios y canonjías? Los pobres gimen bajo una pobreza inédita, pero sus responsables se pintan la cara y preparan futuros malones en nombre de los mismos pobres que hambrearon y humillaron. Como le gusta decir a tía Cata, que en estos temas no suele ser políticamente incorrecta: "Cuando gobiernan, roban; cuando pasan a la oposición, incendian".
Importa saberlo por las dudas: la Argentina anda mal desde hace rato y el peronismo se ha esmerado en que así sea, pero ese malestar nacional suma beneficiarios. Son muchos los favorecidos por el actual orden de cosas. Dirigentes sociales millonarios, empresarios prebendarios, sindicalistas corruptos, políticos rapaces y toda una populosa gavilla, una desaforada runfla que se resigna a ser mano de obra para las más diferentes faenas y mercedes. "Es el peronismo, estúpido", como reza el título de un libro de un conocido diputado macrista.
¿Qué hará Javier Milei? No lo sé, pero espero que él lo sepa. En las urnas a los peronistas les dio una paliza ejemplar, pero una elección es el punto de partida, no el de llegada. Hoy disfruta de la legitimidad de los votos, pero ya se sabe que el poder debe ser legítimo por su origen pero también por su ejercicio. Está claro que sus principales consignas, las que le otorgaron popularidad no las llevará a la práctica. Dicho con otras palabras: lo que prometió en sus trazos más gruesos no lo cumplirá.
No habrá motosierra, no habrá dolarización, no habrá cierre del Banco Central y ni hablar de venta de órganos o venta de armas. Según se mire, el no cumplimiento de sus promesas electorales puede ser una buena o una mala noticia. Desde mi punto de vista, me resulta interesante que haya decidido "ensuciarse las manos" en las aguas nunca limpias de la política. "No me votaron para dar clase de liberalismo, sino para solucionar los problemas de la gente", me parece una de sus frases más felices.
El baño de realismo no incluye renunciar a combatir la inflación, terminar con el déficit fiscal y promover reformas estatales. Nadie hasta la fecha conoce detalles de ese paquete de medidas o de esas leyes ómnibus que enviará al Congreso para que las aprueben. Jura y rejura que no será gradualista, pero para aplicar políticas de shock hace falta sumar diputados y senadores que es lo que precisamente le faltan.
Lo seguro es que el peronismo en la oposición no se la hará fácil. Y para aquellos que suponen que el peronismo fue derrotado, les respondo con la frase aquella de Don Juan: "Los muertos que vos matáis gozan de buena salud". El peronismo perdió las elecciones, pero no perdió el poder que lo distingue. Nadie con el 43 por ciento de los votos está derrotado. Mucho menos un peronismo que además de votos dispone de sindicatos, cámaras empresariales, movimientos sociales, gobernadores, intendentes y un discurso que dice estar del lado de los pobres aunque, como apreciamos en estos años, los pobres son sus víctimas, no sus protegidos.
Por ahora los compañeros están confundidos, algo mareados, tropiezan como si estuvieran borrachos. La paliza que recibieron fue grande pero no alcanzó para el nocaut. Los compañeros pronto recuperarán la lucidez y se dedicarán a hacer lo que mejor saben hacer cuando son opositores. Algunos de sus principales caciques ya lo dijeron. ¿Milei podrá imponerse? No lo sé. Sí sé que el capitalismo argentino no funciona o funciona mal; y que el peronismo acusa al gobierno que aún no asumió el poder de ser responsable de desgracias que ellos fueron los primeros en precipitar. También sé que la nación argentina dispone de recursos para recuperarse, aunque no sé si soportaría otro malón peronista como el que padecimos en los últimos cuatro años.
© El Litoral
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