lunes, 11 de diciembre de 2023

La selfie de la gramática

 Por Guillermo Piro

Los que en los 80 nos adentrábamos en el universo Céline nos sentimos ofendidos cuando supimos que Bioy Casares había espetado: “A los lectores de Céline les gusta que les griten”. Tiempo después comprendí que no podía tomarse en serio a alguien que dice que el mejor libro que leyó a lo largo de su existencia fue la Historia de mi vida, de Casanova, tal vez el libro más largo y tedioso que se haya escrito en Occidente después del siglo XVIII.

Seguramente no lo leyó, o lo leyó fragmentariamente, pero el hecho de alabar hasta ese punto un libraco semejante puso las cosas en su sitio, o al menos puso en dudas las cosas. Céline no grita, exclama. A lo sumo enfatiza, pero interpretar su catarata de signos exclamativos como gritos es tan pueril como considerar dubitaciones a los puntos suspensivos: un simplismo.

La periodista británica Florence Hazrat publicó en el sitio web “The Millions”, un artículo sobre el uso y abuso generalizado de los signos de admiración. Hazrat es, además, autora de un libro dedicado al asunto, An Admirable Point: A Brief History of the Exclamation Mark!, que acabo de descargar gracias a los servicios piratas de esa gran biblioteca llamada Z Library. En su artículo Hazrat comienza hablando del furor actual por el signo exclamativo, pero me salté esa parte porque no me interesa en absoluto desentrañar los vicios de la comunicación digital. El comienzo del artículo es brillante: “Ruidoso. Histérico. Arrogante. La selfie de la gramática. El signo de exclamación atrae hacia sí una enorme (e injustificada) cantidad de improperios por su descarada pretensión de representar emociones que algunas almas gentiles consideran egocéntricas”. 

Recuerdo haber leído una vez a Elmore Leonard diciendo que un buen escritor debería usar de dos a tres signos admirativos cada 100 mil palabras. Y recuerdo que Leonard mismo no había cumplido con su consejo: a Julie Beck, una periodista de la revista The Atlantic, en 2018 se le ocurrió corroborar cuántos signos de admiración había usado Leonard en sus más de cuarenta novelas. Leronard escribió a lo largo de su vida 3,4 millones de palabras, y si hubiera respetado su consejo habría debido utilizar solo 102 signos; pero utilizó 1.651, 16 veces más de lo aconsejable. No se puede creer en nadie. 

Florence Hazrat, cinco años después, hizo algo parecido, buscando signos de admiración en el rey de la chatura emotiva: Hemingway. En El viejo y el mar utiliza el signo exclamativo una sola vez, cuando el marlín finalmente muerde el anzuelo del viejo pescador y le hace decir (al viejo, no al gran pez): “Now!”. Eso es todo. Es cierto que El viejo y el mar no es exactamente una novela, es más bien una nouvelle, pero de todos modos es muy poca efusión para una aventura como esa. (No vayan a corroborar esto en una traducción española, porque el número de signos aumenta considerablemente; no solo porque en castellano los signos se abren y se cierran, sino porque los traductores, por alguna razón que no logro explicar, elevaron el número; la traducción de la que dispongo tiene 14 exclamaciones.)

Luego Hazrat somete a análisis Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie: 2.131 veces usa el signo de exclamación. Luego se detiene en Persuasión, de Jane Austen: allí el número no es tan elevado, pero teniendo en cuenta la época, a Jane se le fue la mano. La novela se publicó póstumamente, y al parecer el editor (un hombre, cuándo no) arrasó con muchos signos que consideraba superfluos. 

Ni a Beck ni a Hazrat se les ocurrió ir a husmear en las novelas de Céline, famosas por abusar de los signos exclamativos. Busco en Z Library una al azar, Féerie pour une autre fois: en 356 páginas utiliza 27.810 signos de admiración, a razón de 78 por página. Sin duda, en todos los sentidos, Céline es el campeón.

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